sábado, 19 de septiembre de 2009

Modernos como la sociedad postmoderna: más secularización


Durante bastantes años, y aún sufrimos sus consecuencias y algunos restos que se niegan a desaparecer, con la excusa del Vaticano II (nunca leído, siempre aludiendo a un "supuesto espíritu") se pensó que evangelizar era modernizar la Iglesia adaptándola a la mentalidad de cada momento. Una Iglesia "moderna" que aceptase todos los presupuestos de la modernidad, que sustituyese en buena medida a Dios por los valores del Reino; que sustituyese a Jesucristo por la figura de Jesús de Nazaret, profeta y revolucionario; que evolucionase la moral según los criterios éticos del mundo para no provocar rechazo (se acepta el divorcio porque "ya no se quieren"; se empieza a ver bien la eutanasia arrogándose el derecho sobre la vida y poniéndole fin; incluso el aborto hoy se presenta como un "derecho" de la mujer a asesinar a su hijo).

El lenguaje católico se secularizó: se pasa a hablar hoy de ecología, naturaleza, valores, la paz universal, la solidaridad... adoptando la moda del lenguaje postmoderno; pero se silencian las realidades cristianas (cruz, resurrección, gracia, pecado, redención, escatología...).

La vida cristiana adopta el modelo político-social de la aconfesionalidad y quiere ser discreta y tolerante, con lo que se disimula la propia identidad (supresión de signos cristianos, vestidos seglares para sacerdotes y religiosos) y se reserva la fe sólo a lo intraeclesial, pero sin dimensión pública ni catolicismo militante: ¡¡hay que ser tolerante!! El catolicismo se refugia en sacristías, locales de grupos y despachos, pero ha renunciado de manera vergonzante a su dimensión pública y social, militante y apostólica.

La liturgia se secularizó, conviertiendo la Misa en una "fiesta muy alegre con Jesús", eliminando la trascendencia, la sacralidad y la plegaria adorante y sustituyendo todo esto por ritmos y músicas mundanas, desvirtuando la esencia de la liturgia católica. Pensaban -creamos que con buena voluntad- que así atraerían a los hombres, y los hombres salieron corriendo horrorizados ante tanta puerilidad que no respondía a nada de lo más íntimo y verdadero que pudieran buscar.

La catequesis de niños y jóvenes se volvió una terapia de grupo, afectiva y sentimental, distraida y entretenida con muchas acciones para "enganchar" a los jóvenes, con contenidos que no pasaban de una simple introducción a la psicología aplicada (el Yo, el Grupo, la Amistad, el Compromiso), lejos de ser una introducción al conocimiento de Jesucristo y a la vida de la Iglesia.

¡Qué pobreza por todas partes!
¡Cuántos complejos dentro de la Iglesia!
¡Qué ganas de confundirse con el mundo!
¡Qué preocupación por parecer "modernos", "sociales"!

Esto es lo que describe y se encierra en las palabras de Benedicto XVI en un discurso a los obispos brasileños en visita ad limina (7-9-2009): "en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II, algunos interpretaron la apertura, no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino como un paso a la secularización". Muchos quisieron ver en la secularización "algunos valores de gran densidad cristiana como la igualdad, la libertad, la solidaridad, mostrándose disponibles a hacer concesiones y a descubrir campos de cooperación".

"Se asistió a intervenciones de algunos responsables eclesiales en debates éticos, correspondiendo a las expectativas de la opinión pública, pero dejando de hablar de ciertas verdades fundamentales de la fe, como del pecado, de la gracia, de la vida teologal y de los novísimos", explicó el Papa. Así, inadvertidamente, "se cayó en la 'autosecularización' de muchas comunidades eclesiales" las cuales "esperando agradar a los que no venían, vieron partir, defraudados y desilusionados, a muchos de los que tenían".

¿Dónde está la equivocación, el gran error? En que "nuestros contemporáneos, cuando vienen a nosotros, quieren ver lo que no ven en otro sitio, es decir, la alegría y la esperanza que brotan del hecho de que estamos con el Señor resucitado". Pero hoy, "en este desierto de Dios, la nueva generación siente una gran sed de trascendencia". "Hay tantos que parecen querer consumir la vida entera en un minuto, otros que vagan en el tedio y la inercia, o se abandonan a violencias de todo género", afirmó el Papa. "En el fondo, no son más que vidas desesperadas que buscan esperanza, como lo demuestra una extendida, aunque a veces confusa, exigencia de espiritualidad, una renovada búsqueda de puntos de referencia para retomar el camino de la vida".

Por ello, les invitó a salir al paso de "una nueva generación ya nacida en este ambiente eclesial secularizado" que "no busca apertura y consensos". Es decir, hay que dar una nueva respuesta.

La secularización ha dejado muy dañada a la Iglesia. ¡Manos a la obra, hay que restaurarla!

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