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martes, 8 de septiembre de 2009
Paz en la Natividad de la Virgen María
En la fiesta de la Natividad de la Virgen, hallamos en la oración colecta una petición cuanto menos llamativa: “concédenos aumento de paz en la fiesta de su nacimiento”. Si la meditamos, nos encontramos que realmente necesitamos una mayor paz en todos los órdenes, en el personal y en el social, y si la pedimos es que la verdadera paz es un don que viene de lo alto.
En lo personal, ¡qué duda cabe que necesitamos paz! Estamos afligidos y aturdidos muchas veces por las prisas y el activismo de quien quiere hacerlo todo, hacerlo bien, hacerlo con perfección creyéndose él el autor de todas las cosas y olvidando que si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles. Falta la paz cuando andamos en cierta connivencia con el propio pecado y no nos atrevemos a romper con él; entonces la voz interior de la conciencia va llamando nuestra atención y dejándonos inquietos. Falta la paz verdadera si hemos llegado incluso a adormecer la conciencia y vivimos en un pacto con el mundo, con la mentalidad del mundo, con los pecados del mundo y nuestras propias pasiones; este adormecimiento que nada nos reprocha sin embargo nos deja un sabor extraño, indicándonos que nos falta algo.
En lo social, falta la paz verdadera, que ha de ser construida en la verdad y en la justicia, no en el compromiso, la alianza táctica o la injusticia de crear una paz a costa de pisotear los derechos de otros y la verdad misma de las cosas. Lo decía san León Magno al comentar la bienaventuranza sobre los pacíficos: “Esta paz no se logra ni con los lazos de la más íntima amistad ni con una profunda semejanza de carácter, si todo ello no está fundamentado en una total comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada en deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo que parte de los vicios nada tiene que ver con el logro de esta paz. El amor del mundo y el amor de Dios no concuerdan entre sí, ni puede uno tener su parte entre los hijos de Dios si no se ha separado antes del consorcio de los que viven según la carne” (Serm. 95,9).
La paz viene de Jesucristo que todo lo ilumina con su Verdad, se establece en la justicia, desemboca en la concordia y caridad entre todos. Él lo reconcilió todo y puso en paz todas las cosas. El nacimiento de la Virgen María es el inicio de la obra reconciliadora de Jesucristo, comienza la paz auténtica. Así se lo pedimos al Señor en el nacimiento de la Virgen, de la Madre, de la Señora.
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