"Jesús se volvió y de cara al los discípulos, increpó a Pedro: “Quítate de mi vista Satanás, tu piensas como los hombres y no como Dios”" (Mc 8, 33).
Duras y difíciles palabras las del Evangelio dominical, que dentro del conjunto, pueden pasar desapercibidas, pero no por ello, son menos importantes.
La tentación es constante: pensar como los hombres y no según el pensamiento de Dios; aplicar categorías humanas y mundanas, pero no la perspectiva sobrenatural, la mirada de fe con la que se reconoce la realidad. El mesianismo de Cristo es mesianismo de cruz, entrega y donación; es sacrificio y redención, y nada tiene que ver con el triunfalismo, la imposición o la violencia. El camino de cruz se vuelve incomprensible, tal vez hasta absurdo, si se pretende eficacia, números, logros y éxitos, categorías empresariales, metas de grupo. ¡La cruz es locura para el griego y escándalo para el judío! ¡La cruz parece irracional!... si se piensa como los hombres y no como Dios. Un "cristianismo encarnado" -parece que es lo moderno- resulta al final un cristianismo cómodo, que renuncia a la cruz porque ésta molesta, discierne, juzga.
"Hay que tener cuidado con la confusión mortal. Muchos de los que hoy hablan de adaptar el cristianismo lo que en el fondo querrían sería cambiarlo. Muchos de los que querrían, según dicen, "encarnarlo" más, en el fondo desearían hundirlo. El cristianismo no debe convertirse en "la religión con la que se puede hacer lo que se quiera" (Franz Overbeck)...
¡Qué plan tan bello de cristianismo encarnado presentaba Satán a Jesús en el desierto! Pero Jesús optó por un cristianismo crucificado...
Si Jesús no fuese realmente hombre, concebido y nacido de mujer, no sería realmente nuestro Salvador. Pero si no hubiese muerto y resucitado realmente, entonces nuestra fe en él sería vana y no estaríamos salvados. La muerte y la resurrección no destruyen la obra de la encarnación sino que la consuman. No vuelven hacia atrás, operando una desencarnación, sino que se dirigen hacia la meta espiritualizándolo todo, incluso la carne. Así, un cristianismo espiritual, un cristianismo que coloca sobre todas las cosas el signo de la cruz y que no acepta ningún valor humano sin antes transformarlo no es un cristianismo desencarnado sino el único cristianismo auténtico, el único cuya "encarnación" no es una estafa" (H. de Lubac, Paradojas seguido de Nuevas Paradojas, Madrid, PPC, 1997, pp. 40-42).
Enséñanos, Señor Jesucristo, a pensar; recrea nuestra inteligencia espiritual para comprender, descubrir, y valorarlo todo con el criterio de la fe, con la nueva mirada que ve más allá de lo visible y aparente. No permitas un modo humano o carnal de pensar, escandalizándonos del misterio que nos supera, sino a pensar con la mentalidad de Dios, la mente espiritual que Tú concedes. Y que tu Cruz, Señor, brille gloriosa y refulgente siempre. Amén.
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