viernes, 11 de septiembre de 2009

Dimensión social y "revolucionaria" de la espiritualidad del Corazón de Jesús


Algunas veces el cristianismo ha sido dirigido por la ideología en lugar de la teología; entonces ha sido simplemente una fuerza político-ideológica para justificar revoluciones contra sistemas. Leído en clave marxista, el Evangelio devenía en motor de revueltas y levantamientos incluso armados al servicio de la lucha de clases. Se pensaba que el Reino de Dios se conquistaba por las armas porque el Reino del que hablaban era un nuevo sistema político, un nuevo orden social, y el hombre nuevo no era el hombre redimido, sino el que era libre frente al sistema y constituía un nuevo poder, muchas veces dictatorial, simulando igualdad, llenándose la boca con la palabra “derechos”. Y si bien es cierto que muchos sistemas políticos son injustos, que muchas estructuras aplastan al hombre, que muchos derechos son conculcados, el camino cristiano ni es la revolución armada ni es el cambio de sistema. El problema es más hondo: es el corazón del hombre el que es injusto, el que es opresor, el que es tirano cuando se deja guiar por la carne, por sus concupiscencias, generando una atmósfera de pecado y de mal.

¿Cuál es la verdadera revolución cristiana? ¡La caridad, el amor sobrenatural!, porque es capaz de perdonar, de reaccionar al mal con el bien, envainando la espada y construyendo un nuevo orden social desde la caridad cristiana (que es siempre mayor que la mera justicia).

“La propuesta de Cristo es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este "plus" viene de Dios: es su misericordia, que se ha hecho carne en Jesús y es la única que puede "desequilibrar" el mundo del mal hacia el bien, a partir del pequeño y decisivo "mundo" que es el corazón del hombre.

Con razón, esta página evangélica se considera la charta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal —según una falsa interpretación de "presentar la otra mejilla" (cf. Lc 6, 29)—, sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad.

El amor a los enemigos constituye el núcleo de la "revolución cristiana", revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los "pequeños", que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida” (Benedicto XVI, Ángelus, 18-febrero-2007).

Así vemos que, en definitiva, la espiritualidad del Corazón de Jesús es eminentemente social, porque quien se entrega a Cristo vive un amor “revolucionario” nuevo generando un orden justo, humanísimo, fruto de amor a Cristo y al hombre.

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