Este año sacerdotal es ocasión privilegiada para orar por los sacerdotes y comprender y valorar el significado del ministerio ordenado en la Iglesia, y para que los sacerdotes renovemos la gracia sacramental que se nos confirió por la imposición de las manos, con un renovado anhelo de santidad, con un acrecentamiento del celo apostólico, una mayor entrega a Jesucristo, un amor esponsal a la Iglesia.
Los años postonciliares fueron años difíciles, de crisis y de ruptura con todo, en el ámbito civil-político, cultural y de pensamiento, como igualmente en el ámbito eclesial donde la aplicación del Concilio Vaticano II se hizo con muchas dificultades, tanteos y experimentos, que llevaron a rupturas y lecturas críticas de todo lo vivido y realizado por la Iglesia, con una creatividad desbordante y desafiante, donde se amparaba todo en un supuesto “espíritu del Vaticano II”. En el fondo, no sólo era una crisis sociológica, era y sobre todo, una crisis de fe. El azote del secularismo en el mundo moderno y de la secularización interna de la Iglesia tuvieron efectos devastadores. Aquí, en este panorama, comienza el pontificado de Juan Pablo II, vigoroso y fuerte, como respuesta a esta crisis, aliento de esperanza y nuevo ardor y amor en la vida de la Iglesia. La carta Novo Incipiente será el programa sacerdotal de Juan Pablo II, su primera y firme respuesta ante la crisis sacerdotal, su línea de orientación para decir qué es el sacerdote, a qué ha sido llamado, cuál su estilo de vida, de qué modo debe realizar su ministerio y santificarse en él. Así, con esta carta, comienza una nueva etapa, un resurgir de la vida sacerdotal ante la crisis sufrida.
El sacerdocio está referido a Jesucristo y a su misión. El centro de la vida sacerdotal es una unión plena por gracia con Jesucristo donde se es partícipe de su misión. El sacerdote no nace por delegación de la comunidad o elección de las bases ni su sacerdocio es una pura filantropía o una organización sociológica de la comunidad cristiana. Todas estas afirmaciones son reducciones casi al absurdo del sacerdocio. La identidad del sacerdote está referida a Jesucristo, una configuración con Él, un envío y una misión en la Iglesia, sirviendo al hombre.
Jesucristo “como es sabido tiene una triple dimensión: es misión y función de Profeta, de Sacerdote y de Rey... conviene hablar más bien de una triple dimensión del servicio y de la misión de Cristo que de tres funciones distintas. De hecho, están íntimamente relacionadas entre sí, se despliegan recíprocamente, se condicionan también recíprocamente y recíprocamente se iluminan. Por consiguiente es de esta triple unidad de donde fluye nuestra participación en la misión y en la función de Cristo. Como cristianos, miembros del Pueblo de Dios y, sucesivamente, como sacerdotes, partícipes del orden jerárquico, nuestro origen está en el conjunto de la misión y de la función de Nuestro Maestro que es Profeta, Sacerdote y rey, para dar un testimonio particular y ante el mundo” (Juan Pablo II, Carta Novo Incipiente, n. 3).
Ésta es la identidad, la fuente y el origen del ministerio.
Oremos pues: "Que los sacerdotes, Señor, crezcan en la caridad y que los fieles vivan en la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Preces Vísp., Jueves I).
Los años postonciliares fueron años difíciles, de crisis y de ruptura con todo, en el ámbito civil-político, cultural y de pensamiento, como igualmente en el ámbito eclesial donde la aplicación del Concilio Vaticano II se hizo con muchas dificultades, tanteos y experimentos, que llevaron a rupturas y lecturas críticas de todo lo vivido y realizado por la Iglesia, con una creatividad desbordante y desafiante, donde se amparaba todo en un supuesto “espíritu del Vaticano II”. En el fondo, no sólo era una crisis sociológica, era y sobre todo, una crisis de fe. El azote del secularismo en el mundo moderno y de la secularización interna de la Iglesia tuvieron efectos devastadores. Aquí, en este panorama, comienza el pontificado de Juan Pablo II, vigoroso y fuerte, como respuesta a esta crisis, aliento de esperanza y nuevo ardor y amor en la vida de la Iglesia. La carta Novo Incipiente será el programa sacerdotal de Juan Pablo II, su primera y firme respuesta ante la crisis sacerdotal, su línea de orientación para decir qué es el sacerdote, a qué ha sido llamado, cuál su estilo de vida, de qué modo debe realizar su ministerio y santificarse en él. Así, con esta carta, comienza una nueva etapa, un resurgir de la vida sacerdotal ante la crisis sufrida.
El sacerdocio está referido a Jesucristo y a su misión. El centro de la vida sacerdotal es una unión plena por gracia con Jesucristo donde se es partícipe de su misión. El sacerdote no nace por delegación de la comunidad o elección de las bases ni su sacerdocio es una pura filantropía o una organización sociológica de la comunidad cristiana. Todas estas afirmaciones son reducciones casi al absurdo del sacerdocio. La identidad del sacerdote está referida a Jesucristo, una configuración con Él, un envío y una misión en la Iglesia, sirviendo al hombre.
Jesucristo “como es sabido tiene una triple dimensión: es misión y función de Profeta, de Sacerdote y de Rey... conviene hablar más bien de una triple dimensión del servicio y de la misión de Cristo que de tres funciones distintas. De hecho, están íntimamente relacionadas entre sí, se despliegan recíprocamente, se condicionan también recíprocamente y recíprocamente se iluminan. Por consiguiente es de esta triple unidad de donde fluye nuestra participación en la misión y en la función de Cristo. Como cristianos, miembros del Pueblo de Dios y, sucesivamente, como sacerdotes, partícipes del orden jerárquico, nuestro origen está en el conjunto de la misión y de la función de Nuestro Maestro que es Profeta, Sacerdote y rey, para dar un testimonio particular y ante el mundo” (Juan Pablo II, Carta Novo Incipiente, n. 3).
Ésta es la identidad, la fuente y el origen del ministerio.
Oremos pues: "Que los sacerdotes, Señor, crezcan en la caridad y que los fieles vivan en la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Preces Vísp., Jueves I).
Que gran labor tiene por delante los Sacerdotes en nuestra sociedad tan degradada.
ResponderEliminarOs animo a que sigais con la misión que se os ha encomendado sirviendo a la Iglesia y al hombre.
Un abrazo a todos los "Sacerdotes como Dios manda"