domingo, 6 de septiembre de 2009

Effetá: ábrete...


El Evangelio siempre es interpretado por la Iglesia, y muchos pasajes evangélicos han cobrado luz y actualidad cuando en determinados momentos o ritos la Iglesia lo leía y luego lo actualizaba litúrgica y sacramentalmente. Es el caso del Evangelio de este domingo.

Durante siglos, y la liturgia hoy lo ha recuperado, la mañana del Sábado Santo, los catecúmenos, ya electi ("elegidos") tenían varios ritos de inmediata preparación a su bautismo en la santa Vigilia pascual: recitación del Símbolo, el Effetá y, potestativo, otra unción con el óleo de catecúmenos. El effetá -este pasaje evangélico- es la situación del catecúmeno, del hombre que está en proceso de conversión y búsqueda. Una vez proclamado el texto evangélico, el celebrante toca con el pulgar los oídos derecho e izquierdo de cada uno de los elegidos, y la boca, sobre los labios cerrados, mientras dice:

"Effetá, que significa: ábrete,
para que profeses la fe, que has escuchado,
para alabanza y gloria de Dios".

Así, antes de entrar en la fuente bautismal en la noche pascual, el elegido podría renunciar a Satanás y profesar públicamente la fe.

El Evangelio -Effetá- es actual para nosotros.
El Señor ha de abrirnos a nosotros los oídos para escuchar la Palabra, acogerla virginalmente -como Santa María- y confrontar nuestra vida con ella, pues fides ex auditu (la fe viene por el oído, por la predicación). Dios continuamente habla, es elocuente, pero nos cuesta ser sensible a su Palabra, querer escuchar lo que Él está comunicando. Con razón el salmo invitatorio cada mañana de la Liturgia de las Horas nos recuerda: "Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis el corazón" (Sal 94).

El Señor ha de abrirnos los labios para profesar la fe.

La fe -como el catecúmeno que la recibió en la entrega del Credo- ha de ser proclamada y profesada, no guardada y retenida "en el corazón" de modo privado e intimista, sino confesada abiertamente en el mundo. Recordemos las afirmaciones de Cristo: quien se avergüence de mí, de él me avergonzaré ante mi Padre, pero quien me confiese ante los hombres, yo lo confesaré ante mi Padre. Los labios quedan sellados ante el falso respeto, el qué dirán o qué pensarán, ante el clima laicista que agrede y nos acobarda. Pero la fe... la fe es para pregonarla desde las azoteas. No en vano, en cada Misa en rito hispano-mozárabe, al proclamar el Credo antes de comulgar se dirá: "Profesemos con los labios la fe que llevamos en el corazón".

Cada mañana el Oficio divino comienza: "Señor, ábreme los labios. Y mi boca proclamará tu alabanza". Ábranse nuestros labios para confesar las maravillas de Dios, ábranse para bendecir su nombre, ciérrense ante la queja, el reproche ante el Padre, la crítica y el juicio inmisericorde al prójimo.

Por eso se ora sobre los elegidos y podemos orar por nosotros mismos:

"Te rogamos, Señor,
que concedas a nuestros elegidos,
que han recibido la fórmula que resume
el designio de tu caridad
y los misterios de la vida de Cristo,
que sea una misma la fe que confiesan los labios
y profesa el corazón,
y así cumplan con las obras tu voluntad" (RICA 198).

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