¡Noche, tinieblas, nubes,
turbulencia y confusión del mundo;
la luz penetra, el cielo alborea:
Cristo llega; retiraos!
Herido por el dardo del sol,
el velo oscuro de la tierra se desgarra,
y con el rostro del astro reluciente
retorna ya el color a toda cosa.
Así, también nuestra ceguera y corazón,
de fraude cómplice, rotas las nubes,
al cabo descubierto,
ante el reino de Dios recobrarán colores.
A nadie entonces será dado
ocultar cuanto de oscuro piensa;
mas los secretos del alma, desvelados,
se aclararán con la mañana nueva.
Ahora, ahora es la vida seria;
ahora nadie intenta diversiones;
ahora, en faz severa, todos
encubren sus propias insipiencias.
Es hora esta a todos útil,
en la que cada cual cuanto desea desempeñe:
el militar, el hombre civil, el marinero,
el obrero, el labrador, el comerciante.
A aquél arrastra la gloria forense;
a éste, la funesta trompeta de la guerra;
el mercader y el labriego, por su parte,
con ansia anhelan el lucro insaciable.
Nosotros, en cambio, que ignoramos por entero
la corta ganancia, la usura y los discursos,
ni somos fuertes en el arte de la guerra,
a ti, Cristo, tan sólo conocemos.
Prudencio, Himno de la mañana, vv. 1-16; 33-48.
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