¿Cómo es?
¿Qué hace el Espíritu del Señor?
¿Quién es?
¿Por qué le urgimos su venida, su descenso?
¿A qué corresponde la necesidad de invocarlo?
d) “Defensor” [1]
Es
otro significado de la palabra griega “Paráclito”. El Espíritu Santo defiende
del diablo que, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar y permite
resistirle firmes en la fe (cf. 1P 5,8-9).
El Espíritu defiende de las insidias
del enemigo, de las tentaciones y de la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero (cf. 1Jn 2,16).
Se
le atribuye al Espíritu una función forense ante el tribunal de Dios, la de
defender a los que Él ha sellado y ungido. En el libro de Job, Satán se
presenta ante el trono de Dios para acusar a Job (Jb 1-2) de mezquindad con
Dios; también en el profeta Zacarías (3,1-3)
Satán está acusando ante el Señor;
el Apocalipsis, por fin, canta la derrota del insidioso acusador: “fue precipitado el acusador de nuestros
hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche” (Ap 12,10). Por
el contrario, el Espíritu nos defenderá; convencerá y pondrá al descubierto el
pecado del mundo, la justicia y la condena (cf. Jn 16,8) “porque el príncipe de este mundo está condenado” (Jn 16,10).
Defenderá a los suyos “intercediendo por
nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26) Entonces, “¿quién acusará a los elegidos de Dios?” (Rm 8, 33).
e) Unción
“Spiritalis
Unctio”[2].
El Espíritu Santo es la Unción
en las almas. Penetra en las almas enriqueciéndolas con sus dones y frutos,
otorgándole inteligencia y conocimiento de Jesucristo; es una acción
permanente, que deja huella, sella, marca.
Jesús
es por excelencia el Ungido, el Señor, Mesías y Salvador. Estaba anunciado: “sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y conocimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu
de ciencia y temor del Señor” (Is 11,2).
Al iniciar su ministerio público,
en la sinagoga de Nazaret, se aplica a sí mismo la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
él me ha ungido” (Lc 4,18; cit. Is 61,1). Así, concebido por obra del
Espíritu Santo ex Maria Virgine, fue ya ungido; sobre Él desciende el Espíritu
en su bautismo en el Jordán; su carne en el sepulcro fue ungida para la vida
glorificada por el Espíritu; fue “ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” (Hch 10,38).
Ahora,
constituido Señor del universo, Jesucristo derrama su Espíritu Santo
haciéndonos partícipes de su Unción. A nosotros nos comunica el Espíritu de
manera sacramental y visible, mediante las unciones con óleos santos.
Él “nos ungió, nos selló y ha puesto su
Espíritu como prenda en nuestros corazones” (2Co 1,21-22), y así hemos
recibido una Unción que nos permite conocer: “estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis” (1Jn
2,20).
Esa unción del Espíritu permanece en nosotros y nos lleva a la verdad
completa: “su unción os enseña acerca de
todas las cosas –y es verdadera y no mentirosa-“ (1Jn 2,27).
No hay comentarios:
Publicar un comentario