domingo, 31 de mayo de 2020

¡El Espíritu del Señor!



¿Cómo es?
¿Qué hace el Espíritu del Señor?
¿Quién es?
¿Por qué le urgimos su venida, su descenso?
¿A qué corresponde la necesidad de invocarlo?

 

            d) “Defensor” [1]

Es otro significado de la palabra griega “Paráclito”. El Espíritu Santo defiende del diablo que, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar y permite resistirle firmes en la fe (cf. 1P 5,8-9). 

El Espíritu defiende de las insidias del enemigo, de las tentaciones y de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero (cf. 1Jn 2,16).

Se le atribuye al Espíritu una función forense ante el tribunal de Dios, la de defender a los que Él ha sellado y ungido. En el libro de Job, Satán se presenta ante el trono de Dios para acusar a Job (Jb 1-2) de mezquindad con Dios; también en el profeta Zacarías (3,1-3) 

Satán está acusando ante el Señor; el Apocalipsis, por fin, canta la derrota del insidioso acusador: “fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche” (Ap 12,10). Por el contrario, el Espíritu nos defenderá; convencerá y pondrá al descubierto el pecado del mundo, la justicia y la condena (cf. Jn 16,8) “porque el príncipe de este mundo está condenado” (Jn 16,10). 

 Defenderá a los suyos “intercediendo por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26) Entonces, “¿quién acusará a los elegidos de Dios?” (Rm 8, 33).



            e) Unción

“Spiritalis Unctio”[2]. El Espíritu Santo es la Unción en las almas. Penetra en las almas enriqueciéndolas con sus dones y frutos, otorgándole inteligencia y conocimiento de Jesucristo; es una acción permanente, que deja huella, sella, marca.

 Jesús es por excelencia el Ungido, el Señor, Mesías y Salvador. Estaba anunciado: “sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y conocimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor” (Is 11,2). 

Al iniciar su ministerio público, en la sinagoga de Nazaret, se aplica a sí mismo la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (Lc 4,18; cit. Is 61,1). Así, concebido por obra del Espíritu Santo ex Maria Virgine, fue ya ungido; sobre Él desciende el Espíritu en su bautismo en el Jordán; su carne en el sepulcro fue ungida para la vida glorificada por el Espíritu; fue “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” (Hch 10,38).

Ahora, constituido Señor del universo, Jesucristo derrama su Espíritu Santo haciéndonos partícipes de su Unción. A nosotros nos comunica el Espíritu de manera sacramental y visible, mediante las unciones con óleos santos. 

Él “nos ungió, nos selló y ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones” (2Co 1,21-22), y así hemos recibido una Unción que nos permite conocer: “estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis” (1Jn 2,20). 

Esa unción del Espíritu permanece en nosotros y nos lleva a la verdad completa: “su unción os enseña acerca de todas las cosas –y es verdadera y no mentirosa-“ (1Jn 2,27).



[1] Ant. Magn. Lunes VII.
[2] Himno Veni Creator.

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