Por su propia naturaleza, ¿es alegría o es una carga pesada y angustiosa?
Por nuestra forma de presentarla, ¿es alegre y atrayente o un fardo pesado?
Quien nos ve desde fuera, ¿ve rostros alegres y felices?
Además, ¿de qué alegría se trata? ¿Del bullicio, del optimismo ingenuo, del chiste fácil?
¿Cómo es entonces la vida cristiana? ¿Posee atractivo y felicidad para el corazón?
Enseñaba Pablo VI:
“¿La vida cristiana es alegre o
triste? Cuestión elemental, pero fundamental. Y para nosotros que estamos
habituados a clasificar el mérito de las cosas según una valoración subjetiva,
es decir, utilitaria, la cuestión puede decirse decisiva. Es decir, ¿ser
cristianos nos hace felices, o bien nos impone límites, deberes, cargas que
vuelven triste e infeliz a la vida, o menos feliz, menos plena que aquella que
no se califica de cristiana?
…Podríamos
mencionar, en este punto, la tendencia de cierta pedagogía moderna, que intenta
justificar este estilo instintivo de vida, como el más lógico y de veras el más
feliz: abolir los deberes, los frenos, los límites y dar libertad, expansión,
satisfacción a los instintos y a los intereses subjetivos sería la fórmula
liberadora para el hombre moderno, el rescate de tantos tabúes de la educación
tradicional y puritana de tiempos ya superados; a condición de que se salven
las normas de la higiene (¡y en ocasiones ni siquiera éstas!), y las de un
cierto comportamiento social, todas las demás estructuras éticas y espirituales
sólo sirven para hacer infeliz la vida. Vuelve en auge triunfante el
naturalismo inocentista de tiempos pasados con sus expresiones epicúreas, o con
sus apologías del primado de la vida hedonista, física y pagana. ¿Qué sería la
felicidad? Está claro que la concepción cristiana de la vida se opone claramente,
profundamente a tal género de felicidad. Digamos por ahora todo con una
palabra: el punto de apoyo de la vida cristiana es la cruz. Escándalo y necedad
se considera la cruz para el mundo no cristiano, pero para nosotros, nos enseña
san Pablo desde la primera confrontación de su mensaje con el mundo
circundante, Cristo crucificado es poder de Dios, es sabiduría de Dios (cf. 1Co
1,23ss).
Pero
retomemos la pregunta, con alguna ansiedad: ¿la vida cristiana es alegre, o
triste? La respuesta es luminosa y beatificante: la vida cristiana es alegre,
por su naturaleza; es feliz, por su genio original y superando la común
concepción de la existencia humana; es bienaventurada, porque así la proclama
el mensaje evangélico de las bienaventuranzas, y así la promete, y ya desde
ahora la asegura la palabra de Cristo: “Os he dicho estas cosas para que mi
alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15,11).
Este
punto es muy importante. Se necesita formar primero en nosotros la concepción dominante
de que la vida cristiana es feliz. Decíamos la vida cristiana auténtica; y
decíamos feliz en el sentido superior, intangible e inagotable, que nos es dado
por la caridad, es decir, por la acción del Espíritu Santo en nuestras almas.
Recordémoslo
bien: quien vive en gracia de Dios posee por ello mismo una fuente de
felicidad, que ninguna dolencia exterior y ni siquiera ninguna depresión
interior puede extenuar y extinguir.
La
vocación cristiana es una invitación a la bienaventuranza. Ninguna condición de
espíritu puede hacernos íntimamente felices como la paz de la conciencia.
Digamos mejor: como la gracia, es decir, la caridad. La alegría es un don de la
caridad, como la paz. No se distingue de la caridad, pero emana de ella (cf.
Gal 5,22; S.Th. II-IIae, 28, 1; y 4). Recordemos siempre: “el reino de Dios no
consiste en comer o beber, sino en la justicia, la paz y la alegría en el
Espíritu Santo” (Rm 14,17)…
Queremos también
exhortaros, Hijos y Hermanos en la Iglesia
Católica, a vivir en la serenidad y en la alegría, con las
conocidas palabras del Apóstol: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo
repito, estad alegres” (Flp 4,4; 3,1; 2,18; 2Co 6,10; 1Jn 1,4; etc). Y sea
vuestra pura y alegre alegría también un testimonio de la autenticidad de la
vida cristiana: ella es feliz”
(Pablo VI, Audiencia general, 19-junio-1974).
Es alegre, entre lágrimas, risas y sonrisas pero es alegre porque la muerte ha sido vencida. Aunque algunos cuando salen de Misa parecen sus caretos que los hayan condenado al infierno ajaja. Abrazos fraternos.
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