El
misterio de la Eucaristía
es el sacramento que oculta y desvela a un tiempo: oculta a Cristo Resucitado
al que no vemos con los ojos de la carne, y desvela el poder del Eterno
viviente que permanece entre nosotros.
¿Cómo es posible? ¡Locura de amor!
Cristo es todo amor, rebosa amor, sus llagas abiertas son ventanas por las que
podemos entrever sus entrañas de amor, su Corazón latiendo de amor por ti y por
mí, por su Esposa la Iglesia
y por la humanidad toda. ¡Sus llagas! ¡Qué buen refugio donde hallar descanso y
sosiego!
La Eucaristía es misterio
de amor, el sacramento del amor, el amor mismo entregándose realmente,
actualizando su Pasión, rebosando vida eterna para nuestro peregrinar terreno.
Todo amor. Todo rebosa de amor en la Eucaristía. Todo
es expresión de ese mayor amor de Cristo, al que el pueblo cristiano,
certeramente, canta como “el Amor de los amores”. No hay mayor amor que
Cristo-Eucaristía; no hay semejante entrega que Cristo Sacerdote, Víctima y
altar en cada Misa. Sólo el amor puede adivinar el Misterio cuando en el altar
se realiza la Eucaristía.
¿Cómo celebrarla? ¿Cómo escuchar la Palabra viva de Dios proclamada? ¿Cómo ofrecer y
ofrecernos? ¿Cómo participar de la gran plegaria eucarística? ¿Cómo comulgar y
dar gracias? ¿Cómo cantar y orar? Sólo con amor es posible. Mucho amor. Nada
más que amor. Un amor nuestro que corresponde al mayor amor de Cristo que se
nos da.
¡Y qué amor de Jesús! ¡Qué
supereminente, sobreabundante, excelente, rebosante, es la caridad de Jesús
dándose eucarísticamente! ¡Qué Corazón de amor es el de Jesús! Sí, es hoguera
ardiente, abismo de todas las virtudes, delicia de los santos, fuente de vida y
de santidad.
¿Se queda ahí el amor de Cristo? ¡Va mucho más allá!
Impredecible Nuestro Señor, Cristo es todo amor, un amor permanente,
real y cercano. El Corazón de Jesús es eucarístico, una fuente permanente de
amor. ¿Dónde hallarlo? El Sagrario, el Sagrario mismo, todo Sagrario, es el
Corazón eucarístico de Jesús ofreciendo su amor y esperando nuestro amor. El
Sagrario es el mismo Corazón de Jesús. En el Sagrario late ese amor divino y
vivificante, en el Sagrario, tan cercano, en cada iglesia, podemos encontrar el
Amor verdadero.
En nuestro mundo falta amor; los corazones humanos cada vez se
convierten más en corazones de piedra, inhábiles para amar, secos para derramar
misericordia. En el Corazón eucarístico del Señor, en el Sagrario, en nuestro
Sagrario, habremos de poner amor en un mundo donde no hay amor, para que salga
y brote el amor. Es la reparación eucarística: ofrecer nuestro amor al Corazón
de Cristo en el Sagrario para que fluya como torrente sobre la humanidad.
¡Cuántas Eucaristías vacías, rituales, frías porque falta amor!
¡Cuántos Sagrarios abandonados!, sin que reciban una luz, flores, una
visita, una plegaria musitada con fe...
¡Cuántas custodias arrinconadas!, porque ya no se sabe orar en
silencio con el Amor.
Derrochemos amor a Jesús, como María en casa del fariseo le ungió con
nardo abundante.
Nuestro amor sea ofrecido al Corazón eucarístico del Señor.
Nuestra vida gire única y exclusivamente en torno a la Eucaristía.
Seamos reparadores con Cristo. Seamos compañeros de Cristo en el
Sagrario.
Convirtámonos en adoradores que con inmenso amor ardamos en celo
redentor: ¡que su amor eucarístico venza toda resistencia en el corazón de los
hombres!
Seamos lámparas en torno al Señor, donde siempre luzca nuestro amor
por Él, nuestros detalles de amor con Él, nuestra delicadeza, nuestra visita,
la plegaria fugaz junto con los largos ratos de adoración, las flores
escogidas, el perfume mejor junto al Señor.
Pongamos en cada momento –en el trabajo, en el descanso, en el
estudio, en todo- nuestro corazón en el Sagrario, un rápido vuelo del corazón a
visitar nuestro Sagrario. Estemos allí. Con Él. Con Jesús Vivo.
¡Magnífico don Javier! ¡Magnífico!
ResponderEliminarAbrazos fraternos.