Pneumatología completa, dogmática en acto, es la
liturgia con sus “ritos y oraciones” (cf. SC 48) con la especificidad del
lenguaje eucológico.
Su belleza y su hondura envuelven a la Iglesia que ora
sumergiéndola en el Misterio.
Por eso, para comprender qué es Pentecostés y su
alcance salvífico y eclesial, un método válido y seguro será acudir al cuerpo
eucológico con el que la
Iglesia ora celebrando.
1. Algunos nombres del Espíritu Santo
Una
tradición teológica se ha complacido en elaborar su contemplación del Misterio
de Cristo a partir de los “nombres” de Cristo, en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento, así como en la predicación de la Iglesia. Ya Orígenes
empleó este método[1] como
también S. Basilio[2], S.
Gregorio de Nisa en deliciosos y pequeños tratados[3]
o S. Cirilo de Jerusalén[4];
insigne en la literatura castellana es “De los nombres de Cristo” de fray Luis
de León.
Podemos muy bien aplicar este método para adentrarnos en el misterio
del Espíritu Santo siguiendo el lenguaje de la liturgia. Éste se inspira en las
Escrituras, citando literalmente sus expresiones o modulándolas de manera
poética.
a) Luz
“Luz
de luz”[5], “Luz esplendorosa”[6], “Luz de los corazones”[7]
y también, en la Secuencia,
“luz que penetra las almas”. Dios vence la oscuridad y las tinieblas,
permitiendo que la vida y el orden sean posibles por la luz.
Su palabra es
constante: “Hágase la luz”, y la
sigue pronunciando para poder caminar en su presencia. “Tu luz nos hace ver la luz” (Sal 35): el Espíritu Santo que es luz
nos permite ver a Quien es la Luz
del mundo, Jesucristo, y así el que le sigue no camina en tinieblas sino que
tiene la luz de la vida.
Es luz que envuelve a Jesucristo en la transfiguración
del Tabor desvelando su divinidad tras los velos de la carne y esa luz
santísima sigue brillando y desvelando: “en
nuestros corazones para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de
Dios, reflejada en Cristo” (2Co 4,6).
Ciegos
son los que creen ver y sin embargo están cerrados en la mente y en el corazón
para reconocer la Presencia
de Cristo y su Acontecimiento salvador, y no ven su propio pecado: “pero como decís que veis...” (Jn 9,41).
El Espíritu Santo con su luz nos
permite acceder a la realidad y reconocer a Cristo como el Señor, Salvador, Hijo
de Dios y el propio pecado como obstáculo y resistencia.
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