domingo, 24 de mayo de 2020

Sentencias y pensamientos (XIV)


12. [Para contemplativos:] Tú, si estás en el Monasterio para toda tu vida, es para seguir a Cristo viviendo en el Misterio, oculta, sólo para Cristo y la Iglesia. A veces las pequeñas cosas que vivimos, o lo que queremos para el futuro, estorban nuestra vida. En concreto, tu vida monástica es sólo para Cristo. Entrégate a Él. LO DEMÁS NO IMPORTA. 





13. [Para consagrados:] Por los votos te unes a Cristo siendo como Él y viviendo una vida celestial, signo del Reino. Primero el voto de castidad, la virginidad y limpieza del corazón, despegando tu corazón de las cosas que te aten: todos los lazos que incluso pueden ser legítimos, por el voto de castidad se tornan una carga. Corazón libre para Cristo. Segundo, la pobreza, que es disponibilidad de espíritu para lo que el Señor quiera, sin desear nada sino a Cristo, ni pedir nada, ni exigir nada, ni enfadarse por nada que nos quiten o no nos den, tan sólo Cristo que es nuestra riqueza. Pobreza y austeridad en lo que uses, en lo que gastes, en todo... Finalmente, la obediencia: como Cristo obediente, la obediencia monástica es estar siempre bajo la palabra y autoridad de los superiores, del Abad, de la Abadesa. Da igual si hoy te dicen haz esto y mañana te mandan lo contrario, ¡no importa!, el corazón debe obedecer sin discutir, ni exigir, callando, aunque tuvieses razón. No responder mal, no hablar mal a los superiores. Pídeselo al Señor.



14. ¡Cristo! Él se nos da. Él es bueno, Él se vuelca en nuestra alma. La paz que Él otorga no la conoce el mundo. Por eso todo se mira y se siente de forma distinta, más plena, se goza más, y la oración es más fluida en esos tiempos, porque el Señor lleva a mayor unión de amor con Él. Estorban los libros, hasta las palabras, sólo importa estar con Él amándole.




15. Habla con el Señor, quédate amando. La pasión por Cristo, el amor ardiente, lo da el trato cada vez más interior y asiduo con Él. “Mi amado es para mí y yo soy para mi Amado”.



16. La mirada de Cristo siempre es de amor y compasión aunque sean muchas nuestras debilidades y faltas, porque Él nos acoge y nos quiere. Por nuestra parte se requiere el deseo y la inquietud de amarle y entregarnos a Él, muriendo a nosotros mismos (celos, envidia, orgullo, soberbia...) y viviendo para Él.



17. La belleza de la liturgia levanta el corazón hacia el Señor e invita a un entrar en lo hondo del Misterio que resulta ser aire puro, brisa fresca del Espíritu del Señor. Él se nos da pero si lo deseamos. Si estamos apagados, sin ganas, pasará de largo; si nos ve encendidos en deseos santos, vendrá y llamará a la puerta. ¡Qué alegría oír el grito de alarma –tan esperado-: “¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!”.

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