La reparación es una categoría teológica, y también espiritual, que nos conduce al núcleo de la obra de Cristo: la redención.
La reparación lograda por Jesucristo es expiación de los pecados y construcción de un puente entre Dios y los hombres, superando la enemistad que el pecado había causado.
Esta reparación de Cristo no está acabada hasta su venida gloriosa, cuando pecado, demonio y muerte sean sometidos. Mientras tanto, la gracia de Cristo nos lleva a asociarnos a Él y colaborar con Él en esa reparación.
Reparamos junto con Cristo y en la medida en que vivamos en la gracia de Cristo. Entonces, nuestras obras poseen valor redentor al ser ofrecidas, y nuestros sacrificios, cruces, alegrías y tristezas. También nuestra penitencia, nuestra oración litúrgica y personal y nuestra adoración eucarística.
Todo pasa a ser un conjunto armonioso que repara con Cristo el pecado del mundo.
1. La Redención
de Jesucristo es acto de amor misericordioso, al que debemos acercarnos en
adoración, para que la inteligencia, al intentar comprender el Misterio,
culmina en la mayor comprensión posible: la adoración de corazón, postrado de
rodillas.
La Redención
es acto de amor misericordioso, en que uno paga por todos, uno carga con los
pecados de todos, uno se entrega por todos, uno asume el pecado de todos cuando
él mismo no conoció pecado “ni
encontraron engaño en su boca”; la Redención es acto misericordioso porque es un
acto vicarial, uno por todos, uno en lugar de otros. Aquel que aparece ante
nuestros ojos Crucificado, cargó sobre sí lo que no era suyo e hizo suyo lo que
pertenecía a otros. Para eso se hizo “pasible y mortal” (S. Juan de Ávila), para
eso se desposó con la naturaleza humana en el acto de su Encarnación (S. Juan
Crisóstomo).
2. La Cruz de Jesucristo engendra la Comunión de los santos,
un conjunto de redes misteriosas e invisibles, unos lazos inquebrantables que
nacen del Amor y conducen al Amor: nacen del Amor de Cristo y conducen al Amor
total y derramado del Padre, a la Trinidad Una.
Si profesamos la Comunión de los Santos en
el Credo es porque la
Redención de Cristo constituye un Cuerpo que es la Iglesia, su propio Cuerpo,
su Carne hoy para el mundo, la historia, el hombre, y en Él hay relaciones en
el espíritu, vinculaciones mayores que la carne y la sangre.
¡Estamos ante el
Misterio!, y el Misterio es el que nos une por el mismo Bautismo y la misma y
única Eucaristía, celebrada y adorada.
3. En este organismo, humano y
divino, histórico y eterno, que es la Iglesia, la Comunión de los santos se ofrece como un don que
se entrega inmerecidamente, del cual participamos, en el cual colaboramos y por
el que estamos insertos.
Nada nos es ajeno en la vida de la Iglesia, y todo nos
pertenece en la vida de la
Iglesia. Todo es nuestro. El sufrimiento del otro no nos es
ajeno, es nuestro; la perseverancia del otro no me es ajena, me pertenece; la
santidad de aquel me pertenece y es mía...
Y así, en la Iglesia, por y en la Comunión de los santos,
todos nos entregamos a todos, y todo lo del otro es mío y yo entro en la Comunión de los santos
con lo que soy, y tengo, y me entrego, y me doy.
La vida del católico, ofrecida
con Cristo, permite que un enfermo viva en la esperanza, que la paz nazca en el
corazón de los que están atribulados, que una vocación sea firme y salga
adelante, que un pecador encuentre a Cristo y su perdón, que unos misioneros puedan seguir anunciando
el Evangelio, porque mi oración y mi vida contribuye y acrecienta la Comunión de los santos,
se robustece en la Comunión
de los santos, hace visible y real la Comunión.
Las entradas magníficas y ¡qué fotos más bellas! Pater. Abrazos fraternos.
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