La última encíclica del papa Juan Pablo II fue la "Ecclesia de Eucharistia" (2003), es decir, la Iglesia que nace, que surge, que vive de la Eucaristía, del Sacramento eucarístico.
Contiene reflexiones teológicas, litúrgicas y espirituales para incrementar la vivencia de la Eucaristía y su mejor celebración litúrgica.
A esta encíclica vamos a dedicar una serie de catequesis.
Existe un escrito de Edith Stein que
tendríamos que leer casi como un gran prólogo de esta encíclica; se titula
“Educación eucarística”, es decir, la Eucaristía es pedagogía divina también en la
formación de las almas y quienes educan (en sentido muy amplio) deben buscar
crear almas eucarísticas. (En este blog ofrecimos hace años este escrito: en este enlace "educar eucarísticamente")
Edith
Stein –Sta. Teresa Benedicta de la
Cruz-, ¡qué gran mujer,
teóloga, carmelita, mártir! ¡Una monja de clausura! Pues bien, prefiero que sea
ella la que introduzca en el sentido de la Eucaristía y de lo que
quieren conseguir estas clases-catequesis:
¿Cómo podemos encender en el
corazón de los otros el amor por el Salvador eucarístico? –esto significa educar eucarísticamente. Es indiscutible
que nosotras como mujeres, podemos colaborar en esta obra de un modo especial y
que todas nosotras –independientemente de nuestro estilo de vida: como esposa y
madre, como religiosa, como soltera, profesional o autónoma-, podemos aportar
algo en común. Y qué otra cosa podría ser
sino un corazón femenino con sus deseos de entrega sin límites, y
alegremente sacrificado, un corazón femenino con sus deseos de entrega sin
límites y alegremente sacrificado, un corazón que en cierto modo tiene un natural parentesco con el corazón
divino que late por todos en el
Tabernáculo, y que precisamente por eso, el corazón de la mujer tendría que
ser de un modo más especial receptivo a las propuestas del corazón divino.
Queremos reflexionar sobre lo que de útil podemos hacer en esta obra de educación eucarística y
cómo podemos cumplirlo. Un principio es válido para todas nosotras que queremos
educar eucarísticamente:
podemos hacerlo solamente si vivimos
eucarísticamente. Si queremos conducir a alguien hacia una vida eucarística lo podremos hacer en la
medida en que nosotros lo hayamos vivido anteriormente...
El
sencillo significado de esta verdad de fe requiere de nosotras el que aquí [Eucaristía, Tabernáculo]
tengamos nuestro hogar, y que nos alejemos sólo en la medida en que
nuestras actividades lo exijan, actividades que tendríamos que poner diariamente en las manos del Salvador
eucarístico y poniendo en sus manos el trabajo realizado...
La Santa Misa está ahí
para alimentar a los hombres, que les sea posible estar presentes, con la
abundancia de la gracia que puede ser alcanzada, es decir, hacerla fructífera para sí y para los demás.
Quien pudiera estar presente y no lo está, pasa con corazón frío ante la cruz
del Señor pisoteando su gracia... [Por tanto] Buscar al Salvador en el
Tabernáculo tan a menudo como sea posible, participar en el Santo Sacrificio
tan a menudo como se pueda, y recibir la comunión tantas veces como sea
posible...
Él
nos espera para acoger todas nuestras cargas, para consolarnos, para
aconsejarnos, para ayudarnos como el más fiel y siempre amigo.
Igualmente
Él nos permite vivir su vida, especialmente cuando nos asociamos a la Liturgia y ahí
experimentamos su vida, su pasión y muerte, su resurrección y ascensión, y el
devenir y crecer de su Iglesia. Entonces
seremos elevados de la pequeñez de nuestro ser a la grandeza del reino de
Dios; sus asuntos serán nuestros asuntos y cada vez más profundamente estaremos
unidos con el Señor y en Él con todos los suyos. Toda soledad desaparece y
estamos incontestablemente escondidos en la Tienda del Rey caminando en su luz...
Pero
la perfecta consagración al corazón divino es sólo alcanzable si tenemos en él
[Cristo, Eucaristía, Sagrario] nuestro
hogar, nuestra estancia diaria y el punto central de nuestra vida y si su vida
es nuestra vida (Edith
Stein, Educación eucarística).
* Los precedentes de esta encíclica son importantes para
comprender el contexto y la finalidad en la que está escrita. No es
indiferente: hay una doctrina, un corpus, en torno al misterio eucarístico. El
mismo Papa Juan Pablo II lo señala y enmarca la encíclica:
Con
la presente carta Encíclica, deseo suscitar este "asombro eucarístico” en continuidad con la herencia jubilar
que he querido dejar a la
Iglesia con la
Carta apostólica Novo Millennio ineunte y con su coronamiento
mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y
contemplarlo con María, es el “programa”
que he indicado a la Iglesia
en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de
la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización (nº 6).
La encíclica toma aún más luz
situándola en el contexto de la herencia jubilar y los dos documentos que
marcan el ritmo de la Iglesia:
NMI y RVM. ¡Casi una trilogía marcando el paso de la Iglesia peregrina!
El mismo papa en NMI 35 pone como
tercera prioridad pastoral (después de la santidad y la oración), la
liturgia y la Eucaristía;
lo señala y es bueno recordarlo:
El
mayor empeño se ha de poner, pues, en la liturgia, cumbre a la cual tiende la
actividad de la Iglesia
y al mismo tiempo la fuente de donde mana su fuerza. En el siglo XX,
especialmente a partir del Concilio, la comunidad cristiana ha ganado y mucho
en el modo de celebrar los Sacramentos y sobre todo la Eucaristía. Es
preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la eucaristía
dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor
resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua...
Por
tanto, quisiera insistir, en la línea de la exhortación Dies Domini, para que
la participación en la
Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del domingo”
(NMI 35. 36)
El mismo papa encadena esta
encíclica dentro de la
Tradición que forma ya el Magisterio eclesiástico y que nos
dan luz:
La Eucaristía... es de
lo más precioso que la Iglesia
puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la esmerada atención
que ha prestado siempre el Misterio eucarístico, una atención que se manifiesta
autorizadamente en la acción de los Concilios
y de los Sumos Pontífices. ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de
los Decretos sobre la
Santísima Eucaristía promulgados por el Concilio de
Trento...? En tiempos más cercanos a nosotros se han de mencionar tres
encíclicas: la Mirae
caritatis de León XIII (28 de mayo de 1902), la Mediator Dei de Pío
XII (20 de noviembre de 1947) y la Mysterium Fidei de Pablo VI (3 de septiembre de
1965).
El
concilio Vaticano II, aunque no publicó un documento específico sobre el
Misterio eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del
conjunto de sus documentos, y especialmente en la Constitución Lumen
Gentium y en la
Constitución sobre la Sagrada Liturgia
Sacrosanctum Concilium.
Yo
mismo, en los primeros años de mi ministerio apostólico... con la Carta apostólica (24 de
febrero de 1980), he tratado algunos aspectos del misterio eucarístico... (EE
9).
A lo que habría que añadir la
riquísima segunda parte del Catecismo de la Iglesia Católica,
en su parte litúrgica y el tratamiento tan completo de la Eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario