miércoles, 24 de junio de 2020

Ecclesia de Eucharistia

La última encíclica del papa Juan Pablo II fue la "Ecclesia de Eucharistia" (2003), es decir, la Iglesia que nace, que surge, que vive de la Eucaristía, del Sacramento eucarístico.

Contiene reflexiones teológicas, litúrgicas y espirituales para incrementar la vivencia de la Eucaristía y su mejor celebración litúrgica.



A esta encíclica vamos a dedicar una serie de catequesis.



            Existe un escrito de Edith Stein que tendríamos que leer casi como un gran prólogo de esta encíclica; se titula “Educación eucarística”, es decir, la Eucaristía es pedagogía divina también en la formación de las almas y quienes educan (en sentido muy amplio) deben buscar crear almas eucarísticas. (En este blog ofrecimos hace años este escrito: en este enlace "educar eucarísticamente")

            Edith Stein –Sta. Teresa Benedicta de la Cruz-, ¡qué gran mujer, teóloga, carmelita, mártir! ¡Una monja de clausura! Pues bien, prefiero que sea ella la que introduzca en el sentido de la Eucaristía y de lo que quieren conseguir estas clases-catequesis:

¿Cómo podemos encender en el corazón de los otros el amor por el Salvador eucarístico? –esto significa educar eucarísticamente. Es indiscutible que nosotras como mujeres, podemos colaborar en esta obra de un modo especial y que todas nosotras –independientemente de nuestro estilo de vida: como esposa y madre, como religiosa, como soltera, profesional o autónoma-, podemos aportar algo en común. Y qué otra cosa podría ser  sino un corazón femenino con sus deseos de entrega sin límites, y alegremente sacrificado, un corazón femenino con sus deseos de entrega sin límites y alegremente sacrificado, un corazón que en cierto modo  tiene un natural parentesco con el corazón divino  que late por todos en el Tabernáculo, y que precisamente por eso, el corazón de la mujer tendría que ser de un modo más especial receptivo a las propuestas del corazón divino. Queremos reflexionar sobre lo que de útil podemos hacer en esta obra de educación eucarística y cómo podemos cumplirlo. Un principio es válido para todas nosotras que queremos educar eucarísticamente: podemos hacerlo solamente si vivimos eucarísticamente. Si queremos conducir a alguien hacia una vida eucarística lo podremos hacer en la medida en que nosotros lo hayamos vivido anteriormente...

            El sencillo significado de esta verdad de fe requiere de nosotras el que aquí [Eucaristía, Tabernáculo] tengamos nuestro hogar, y que nos alejemos sólo en la medida en que nuestras actividades lo exijan, actividades que tendríamos que poner diariamente en las manos del Salvador eucarístico y poniendo en sus manos el trabajo realizado...

 
            La Santa Misa está ahí para alimentar a los hombres, que les sea posible estar presentes, con la abundancia de la gracia que puede ser alcanzada, es decir, hacerla fructífera para sí y para los demás. Quien pudiera estar presente y no lo está, pasa con corazón frío ante la cruz del Señor pisoteando su gracia... [Por tanto] Buscar al Salvador en el Tabernáculo tan a menudo como sea posible, participar en el Santo Sacrificio tan a menudo como se pueda, y recibir la comunión tantas veces como sea posible...

            Él nos espera para acoger todas nuestras cargas, para consolarnos, para aconsejarnos, para ayudarnos como el más fiel y siempre amigo.

            Igualmente Él nos permite vivir su vida, especialmente cuando nos asociamos a la Liturgia y ahí experimentamos su vida, su pasión y muerte, su resurrección y ascensión, y el devenir y crecer de su Iglesia. Entonces seremos elevados de la pequeñez de nuestro ser a la grandeza del reino de Dios; sus asuntos serán nuestros asuntos y cada vez más profundamente estaremos unidos con el Señor y en Él con todos los suyos. Toda soledad desaparece y estamos incontestablemente escondidos en la Tienda del Rey caminando en su luz...

            Pero la perfecta consagración al corazón divino es sólo alcanzable si tenemos en él [Cristo, Eucaristía, Sagrario] nuestro hogar, nuestra estancia diaria y el punto central de nuestra vida y si su vida es nuestra vida (Edith Stein, Educación eucarística).


            * Los precedentes de esta encíclica son importantes para comprender el contexto y la finalidad en la que está escrita. No es indiferente: hay una doctrina, un corpus, en torno al misterio eucarístico. El mismo Papa Juan Pablo II lo señala y enmarca la encíclica:

            Con la presente carta Encíclica, deseo suscitar este "asombro eucarístico” en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo Millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el “programa” que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización (nº 6).

            La encíclica toma aún más luz situándola en el contexto de la herencia jubilar y los dos documentos que marcan el ritmo de la Iglesia: NMI y RVM. ¡Casi una trilogía marcando el paso de la Iglesia peregrina!

            El mismo papa en NMI 35 pone como tercera prioridad pastoral (después de la santidad y la oración), la liturgia y la Eucaristía; lo señala y es bueno recordarlo:

            El mayor empeño se ha de poner, pues, en la liturgia, cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana su fuerza. En el siglo XX, especialmente a partir del Concilio, la comunidad cristiana ha ganado y mucho en el modo de celebrar los Sacramentos y sobre todo la Eucaristía. Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua...
            Por tanto, quisiera insistir, en la línea de la exhortación Dies Domini, para que la participación en la Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del domingo” (NMI 35. 36)

            El mismo papa encadena esta encíclica dentro de la Tradición que forma ya el Magisterio eclesiástico y que nos dan luz:

            La Eucaristía... es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la esmerada atención que ha prestado siempre el Misterio eucarístico, una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios  y de los Sumos Pontífices. ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía promulgados por el Concilio de Trento...? En tiempos más cercanos a nosotros se han de mencionar tres encíclicas: la Mirae caritatis de León XIII (28 de mayo de 1902), la Mediator Dei de Pío XII (20 de noviembre de 1947) y la Mysterium Fidei de Pablo VI (3 de septiembre de 1965).
            El concilio Vaticano II, aunque no publicó un documento específico sobre el Misterio eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y especialmente en la Constitución Lumen Gentium y en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium.
            Yo mismo, en los primeros años de mi ministerio apostólico... con la Carta apostólica (24 de febrero de 1980), he tratado algunos aspectos del misterio eucarístico... (EE 9).

            A lo que habría que añadir la riquísima segunda parte del Catecismo de la Iglesia Católica, en su parte litúrgica y el tratamiento tan completo de la Eucaristía.

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