lunes, 15 de junio de 2020

Riquezas insondables del Corazón de Cristo (I)

Un texto de Pablo VI sobre el Corazón de Cristo nos prepara e invita a indagar, sondear, admirar, las riquezas del Corazón de Jesús, de su amor hacia nosotros, hacia la humanidad.





Carta apostólica “Investigabiles divitias” de Pablo VI, 6 de febrero de 1965:

            1. “Las insondables riquezas de Cristo” (Ef 3,8), que brotaron del costado abierto del Divino Redentor, en el momento en que, muriendo en la Cruz, reconcilió al género humano con el Padre celestial, han brillado con luz tan clarísima en estos últimos tiempos, gracias a los progresos del culto al Sagrado Corazón, que de ello se han seguido gozosos frutos para la Iglesia.

            2. En efecto: después que nuestro misericordioso Salvador se apareció, como se dice, a la santa religiosa Margarita María en Paray-le-Monial y le pidió instantemente que los hombres todos, como en público competencia de culto, honrasen su Corazón, herido por amor nuestro, y reparasen  las ofensas por Él recibidas, es increíble cómo floreció en casi todas las partes de la tierra, entre el clero y el pueblo cristiano, esta devoción que ya antes en diversos sitios se había iniciado, principalmente por la labor de S. Juan Eudes.
            La Sede Apostólica canonizó este culto, cuando el 6 de febrero de 1765, nuestro predecesor de venerable memoria Clemente XIII, aceptando las súplicas de los Obispos de Polonia y de la Archicofradía Romana, intitulada del Corazón de Jesús, concedió a la noble nación polaca y a la antedicha cofradía el poder celebrar la fiesta litúrgica en honor del Corazón de Jesús, con Misa y Oficio propios; y a este efecto aprobó el Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos el 26 de febrero del mismo año (cf. Encíclica Haurietis Aquas de Pío XII).


                3. Y así sucedió que, solamente setenta y cinco años después de la muerte de la humilde religiosa de la Visitación,  se celebraran la fiesta litúrgica y los ritos especiales en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Todo esto fue recibido con alegría, no solamente por el rey, los obispos y los fieles de Polonia, ni sólo por la archicofradía romana del Sagrado Corazón, sino también por las Religiosas de la Orden de la Visitación, por toda Roma, por los Obispos y la reina de la noble nación francesa, y por los superiores y religiosos de la Compañía de Jesús. De forma que, en breve tiempo, el culto al Sagrado Corazón se extendió a casi toda la Iglesia, suscitando en las almas abundantes frutos de santidad.

            4. Por lo cual, vemos con gozo que, al cumplirse el segundo siglo de aquella feliz fecha, se preparan en diversos sitios solemnidades especiales para celebrar este acontecimiento, principalmente (según nuestras noticias) en la Diócesis de Lyon, donde está enclavado Paray-le-Monial, a cuyo templo empiezan ya a llegar peregrinaciones de todas partes, para venerar aquel lugar, donde el Corazón de Jesús abrió sus secretos y de donde se extendió su devoción a otras partes.

  
              5. Ved, por tanto, nuestros deseos y nuestra voluntad: que, aprovechando esta ocasión, se recuerde dignamente esta fiesta, haciendo sobre ella luz; y que a ello concurráis vosotros, Venerables Hermanos, Obispos de la Iglesia de Dios, y todo vuestro pueblo. Lo cual lo podréis hacer declarando de un modo acomodado a los diversos auditorios la profunda e íntima doctrina de esta devoción, descubriendo los infinitos tesoros de amor del Sagrado Corazón; y también promoviendo especiales actos litúrgicos, con los cuales se fomente más y más la estima y la piedad de los fieles. Con esta mira, de que los fieles todos, renovando el espíritu de esta devoción, procuren el debido honor al Sagrado Corazón, reparen con fervorosos obsequios todos los pecados y acomodo en su vida a las normas de una genuina caridad, que es la plenitud de la ley (Rm 13,10).

            6. Puesto que el Sagrado Corazón es horno de caridad ardiente, símbolo e imagen acabada de aquel eterno amor, con el que “tanto amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo Unigénito” (Jn 3,16), estamos seguros que esta piadosa conmemoración ha de ayudar a investigar y entender las riquezas de este divino amor, y confiamos, también, que de ahí han de sacar todos los fieles mayores fuerzas para conformar su vida a las enseñanzas del Evangelio, corregir sus costumbres y cumplir perfectamente toda la Ley divina.

                7. Y ante todo deseamos que se rinda este culto al Sagrado Corazón por medio de una participación más intensa en el culto al Santísimo Sacramento, ya que el  principal don de su amor fue la Eucaristía. Porque en el sacrificio Eucarístico se inmola y es recibido el que está “siempre vivo para interceder por nosotros” (Hb 7,25), Aquel cuyo Corazón fue abierto por la lanza del soldado, derramando así sobre todo el género humano el flujo de su sangre mezclada con agua. Además, en este excelso Sacramento, culmen y centro de todos los demás, “se saborea, como en su fuente, la dulzura espiritual y se recuerda la excelente caridad que Cristo nos mostró en su pasión” (St. Tomás, Opusculum 57).
            Es preciso, pues, usando las palabras de San Juan Damasceno, que “nos lleguemos a este Corazón con deseo ardiente; para que su fuego queme nuestros pecados, ilumine nuestros corazones y de tal manera nos haga arder que nos transformemos en Dios” (De fide orthod. 4,13; PG 94,1150).

            8. Este plan nos parece el más apto para que el culto al Sagrado Corazón, que (con tristeza lo decimos) ha decaído en algunos, ya en adelante florezca más cada día y se estime por todos como excelente y segura forma de genuina piedad. Esta piedad exige nuestro tiempo, conforme a las normas insistentes del Concilio Vaticano II, que con Cristo Jesús, Rey y centro de todos los corazones, que “es cabeza del cuerpo místico de la Iglesia, el Principio, el Primogénito de todos; así Él tendrá siempre la primacía en todo” (Col 1,18).

            9. Y puesto que el Concilio Universal recomienda en gran manera “los ejercicios de piedad cristiana, especialmente cuando son realizados por voluntad de la Sede Apostólica” (SC 13), parece que éste ante todos hay que inculcar, puesto que (como dijimos antes) todo este culto se dedica a adorar y reparar a Jesucristo, y está fundado sobre todo en el augusto misterio de la Eucaristía, de la cual, como de todas las acciones litúrgicas, “se sigue la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios, a la que tiende toda la actividad de la Iglesia, como a su fin” (SC 10).



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