2. Los testimonios sobre el Aleluya
Pronto
se hizo muy querido por el pueblo cristiano que lo entonaba con alegría.
Tertuliano
narra cómo los fieles no dejan de intercalar el Aleluya en sus salmos y oraciones:
“Los más diligentes a la hora de orar suelen añadir, en las oraciones, el
aleluya y ese tipo de salmos a cuyas estrofas deben responder los que se
encuentran reunidos. Y es, ciertamente, una óptima costumbre todo cuanto mira a
ensalzar y honrar a Dios, como es esto de presentarle una oración
sobreabundante a modo de rica víctima” (De orat., 27).
Además,
el Aleluya acompañaba en todo momento la vida del fiel cristiano. San Jerónimo
describe cómo en los cenobios fundados por santa Paula, las consagradas eran
llamadas al Oficio divino con el cántico del Aleluya (cf. Ep. 108, ad
Eustochium). También este Padre narra cómo Paula, siendo una niña pequeña,
saltaba al cuello de su abuelo cantando el Aleluya (Ep. 107, ad Laetam), y que
“Christi Alleluia” era la palabra que comenzó a balbucir.
No
sólo las vírgenes consagradas viviendo en el cenobio, sino los fieles
cristianos en sus trabajos y labores agrícolas, como atestigua el mismo san
Jerónimo:
“Vayas adonde vayas, el labrador,
esteva en mano, canta el aleluya; el segador, chorreando de sudor, se recrea
con los salmos, y el viñador, mientras poda las vides con su corva hoz, entona
algún poema davídico. Tales son las cantinelas de esta tierra; éstas son, como
se dice vulgarmente, las canciones amatorias, esto silba el pastor, éstas son
las herramientas de cultivo” (Ep. 46,12).
Sidonio
Apolinar da testimonio de los navegantes cristianos que cantaban el Aleluya
deseando volver a su patria: “Mientras los navegantes entonan el Aleluya ya
parece oírse su eco en la playa” (Ep. 10, Ad Hesp.).
Tanto
era el afecto por el Aleluya y su incidencia en la vida cristiana que se
inscribía en las puertas tanto de las casas como de los propios templos. Lo
encontramos en algunas casas de Antioquía: “Icthis Alelouia”, o “Alelouia”. San
Paulino de Nola mandó inscribir en el frontispicio de la basílica de san Félix:
“Alleluia novis balat ovile choris” (Ep. 32,5).
Es
signo distintivo de la fe el Aleluya. Una vez que san Agustín de Canterbury ha
evangelizado Inglaterra, san Gregorio Magno, feliz con el éxito de la misión,
explica el logro evangelizador escribiendo: “La lengua de Britania que no sabía
sino pronunciar palabras bárbaras, acaba de aprender a cantar el Aleluya hebreo
en las alabanzas divinas” (Mor. In Iob, 27,11).
El
Aleluya es confesión de fe en la victoria de Cristo y acompañaba al cristiano
durante su vida, hasta su muerte incluso. Luego pareció desentonar en los
oficios exequiales que se tiñeron sólo del aspecto de tristeza y sufragio, y,
por tanto, sin Aleluya. Pero la tradición cristiana sí tenía el Aleluya en el
momento del último tránsito y oficio exequial.
San Jerónimo
narra cómo en la muerte de Fabiola todo el pueblo romano fue convocado,
cantaron salmos, y “el sublime Aleluya llenando los templos hacía estremecer
sus artesonados áureos” (PL 22,697). También, dos siglos más tarde, se hizo lo
mismo en los funerales de santa Radegunda (Vita Radegundis, 28). Costumbre ésta
que permaneció vigente en la liturgia bizantina que canta Aleluya en los ritos
exequiales. Pero también en el ámbito de la liturgia romana se practicaba así,
como dice el Sacramentario Gregoriano: “Incipit officium pro defunctis. In
primis cantatur psalmus In exitu Israel cum antiphona vel Alleluia” (Gr-H ). En el rito hispano-mozárabe, el canto
inicial dice: “Tu es portio mea, Domine, Alleluia. In terra viventium,
Alleluia, Alleluia…”
Los
oficios exequiales no se concebían como un llanto desesperado sino como canto a
la victoria de Cristo a la que se asociaba el hermano que había fallecido. El
clima pascual era predominante, y el Crisóstomo fustiga los llantos exagerados:
“Dime, ¿no son unos atletas estos
difuntos conducidos al resplandor de teas encendidas y al canto de himnos? ¿No
glorificamos y damos gracias a Dios por coronar a aquél que ya ha partido y que
ya ha colocado cabe sí, exento de todo temor? No busques otra explicación a
estos himnos y estos salmos. Todo ello es propio del que está alegre: ‘¿Está
alguno alegre? Cante salmos’” (In ep. ad Heb., hom. 4).
También
el Pseudo-Dionisio:
“Los parientes del difunto… le
proclaman bienaventurado por haber finalmente llegado al premio final de la
lucha, y dirigen cánticos de acción de gracias al autor de la victoria pidiendo
para sí mismos semejante gracia” (De eccl. hier., c. 7).
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