Con la enseñanza de Pablo VI en un documento, avancemos en la consideración del Corazón de Cristo, fuente de vida espiritual riquísima para la Iglesia, como así se ha demostrado durante siglos.
Es la devoción al Corazón de Jesús, con todo lo que ello implica y las consecuencias para la vida cristiana, un método de vida y de identidad cristiana.
Carta “Diserti interpretes”, de Pablo VI,
25-mayo-1965
Hemos mostrado abiertamente nuestro pensamiento, deseando
en gran manera que “este culto al Sdo. Corazón florezca cada día con más vigor
y sea estimado por todos como una insigne y segura forma de piedad”, nos sirve
de extraordinario gozo contemplar los grupos generosos y humildes de vuestros
hijos, que fieles a su Instituto, dan preclaro testimonio con su vida a los
hombres de nuestro tiempo, de cómo deban también ellos practicar esta excelente
devoción, de la que saquen como de su fuente el esfuerzo necesario “para
conformar sus vidas al Evangelio, reformar valientemente sus costumbres y
ajustarlas cada vez mejor a las normas de la ley divina” (ibíd., n. 5).
Éste creemos que es vuestro
deber y vuestro trabajo peculiar: que puesto que libremente habéis seguido esta
divina vocación, difundáis cada vez con más ardor este amor al Santísimo
Corazón de Jesús y, de palabra y con el ejemplo, mostréis a todos que aquí es
donde han de recibir la inspiración y la mayor eficacia, tanto para la deseada
renovación interior y moral, como para una mayor virtualidad de las
instituciones de la Iglesia,
como reclama el Concilio Vaticano II.
Porque, en efecto,
como todos saben, la meta principal del Concilio es la restauración de la
disciplina pública y privada en todos los ámbitos y campos de la vida
cristiana, de modo que resplandezca con nueva luz el misterio de la Santa Iglesia. El
cual no puede dignamente entenderse, si no consideramos atentamente el amor
eterno del Verbo Encarnado, cuyo expresivo símbolo es su mismo Corazón
traspasado. Porque, como leemos en la Constitución Conciliar,
“la Iglesia,
o Reino de Cristo, presente ya como misterio, se desarrolla visiblemente en el
mundo por la fuerza divina. Este nacimiento y desarrollo se significan por
medio de aquella sangre y aquella agua que salieron del costado abierto de
Jesús crucificado” (LG 3). Porque en realidad de aquel Corazón herido del
Redentor nació la Iglesia
y de él se alimenta, ya que Cristo “se entregó a Sí mismo por ella, para
santificarla, purificándola por el agua, en virtud de la palabra de Vida” (Ef
5,25).
Por esta razón es absolutamente necesario
que los fieles rindan culto y veneración, ya con afectos de íntima piedad, ya
con públicos obsequios, a aquel Corazón “de cuya plenitud todos hemos recibido”
y aprendan de él a ordenar su vida, de modo que responda exactamente a las
exigencias de nuestro tiempo. En este Smo. Corazón de Jesús se encuentra el
origen y manantial de la misma Sgda. Liturgia, puesto que es “el Templo Santo
de Dios”, donde se ofrece el sacrificio de propiciación al Eterno Padre, “de
modo que puede salvar perfectamente a cuantos por Él se acercan a Dios” (Hb
7,25). De aquí recibe también la
Iglesia el impulso para buscar y emplear todos los medios que
sirvan para la unión plena con la
Sede de Pedro de todos aquellos hermanos que están separados
de nosotros; más aún, para que también aquellos que todavía están al margen del
nombre cristiano, “conozcan con nosotros al único Dios y al que Él envió, Jesucristo”
(Jn 17,3). Porque, en efecto, el ardor pastoral y misionero se inflama
principalmente en los sacerdotes y en los fieles, para trabajar por la gloria
divina, cuando mirando el ejemplo de aquella divina caridad que nos mostró
Cristo, consagran todo su esfuerzo a comunicar a todos los inagotables tesoros
de Cristo.
A
nadie se le oculta que tales son los principales objetivos que, por divina
inspiración, recomienda y alienta en los fieles el Sdo. Concilio; y mientras
nos esforzamos por traducir en realidad lo que la esperanza nos propone, hemos
de pedir una y otra vez la luz y fuerza necesarias a aquel Salvador Divino,
cuyo Corazón traspasado nos inspira tan ardientes deseos de lograrlo.
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