“A
los pies del Señor” (Lc 10,39). “Orad
constantemente” (1Ts 5,17).
“La comunión con Dios lleva a un dinamismo incontenible.
El amor no puede implicar la inactividad o el silencio, ni puede poner límites
a la vida en común. En efecto, su fin es la unión. Cuanto más cerca estamos de
Cristo, tanto más vivo es en nosotros el anhelo de Dios y el deseo de santidad.
Así, descubrimos que el Señor quiere valerse de nosotros, para comunicar su
amor a los hombres” (JUAN PABLO II, Discurso a los
universitarios en el Congreso UNIV’96, 2-abril-1996).
“La acción presupone la contemplación, de ella
brota y de ella se alimenta. No se puede dar amor a los hermanos si primero no
se consigue en la fuente auténtica de la caridad, y esto sólo ocurre en una
pausa prolongada de oración, de escucha de la Palabra de Dios, de
adoración de la Eucaristía,
fuente y culmen de la vida cristiana. Oración y compromiso activo constituyen
un binomio vital, inseparable y fecundo” (JUAN
PABLO II, Homilía en el encuentro mundial del voluntariado, 16-mayo-1999).
El capítulo 10 del evangelio de San Lucas, narra la estancia del Señor en Betania, y el diálogo con Marta y María; es un
pasaje y un acontecimiento simpático y que, además, nos suele tocar muy
directamente cada vez que lo acogemos. Da pie para comprender nuestra situación cristiana en el mundo y la forma de vivir la santidad cristiana.
La
pobre Marta parece que es la que queda mal por tanto trabajar, pero decía Santa
Teresa que también hacía falta que Marta estuviera para que le pusiera de comer
al Señor.
La vida activa, el trabajo, nuestro apostolado, nuestros afanes, con
paz, son también necesarios, son también buenos, lo único que no tenemos que
hacer es separar a Marta y a María.
Nosotros que no somos monjes y monjas contemplativos, sino
que vivimos en el mundo, inmersos en nuestras familias, en el trabajo, en la ciudad secular, debemos
llevar en nuestro corazón y realizar en nuestra vida la síntesis ideal de Marta
y María: ése es el ideal de santidad para los que vivimos en contacto con las
realidades del mundo y hemos de transformarlas desde dentro inyectándole vida evangélica.
Para
vivir y trabajar, para servir y amar, como hacía Marta, hace falta antes ser
María, que se pone a los pies del Señor y le escucha. Marta y María somos
nosotros si queremos trabajar, si queremos llevar adelante nuestro trabajo en
el hogar, con los hijos y los nietos, o con la vecindad, hemos de dedicar
tiempo sosegado y con bastante amor a ponernos a los pies de Cristo, sino lo
demás no sale adelante.
Para ser santos en medio del mundo es imprescindible una fuerte
vivencia de la oración, ponernos a los pies del Señor, si no, no es factible el
camino de la santidad.
Después del trabajo y del apostolado, después de la acción y del ajetreo -como Marta- volveremos a los pies del Señor y le contaremos qué hemos hecho, ofreciéndole todo para su Gloria.
Apropiándonos
de una fórmula de S. Ignacio de Loyola, hemos de ser “contemplativos en la
acción”, una profunda mística pero en medio del mundo.
No reservemos la mística
para los monasterios, no reservemos, como si fuera un privilegio, la oración
más serena y tranquila sólo para los consagrados con una vocación particular al
Señor. En medio del mundo, también necesitamos esos espacios para tratar con el
Señor. Es verdad que el trabajo es oración y se puede convertir en oración
cuando se ha ofrecido en las preces de Laudes o en el ofrecimiento de obras por
la mañana, pero que el trabajo sea oración, implicará siempre que necesitamos un espacio diario para tratar
con Cristo.
Veremos qué necesaria es la oración por la mañana y la oración de la tarde o de la noche, así como rezar
Laudes y rezar Vísperas, leer el evangelio del día y guardar silencio para que
cale en nuestro interior, cada cual según ore con la Palabra. No es el
mucho menear los labios y recitar oraciones, sino una profunda comunión con
Dios en medio del mundo, una mística en medio del mundo, para luego trabajar y
hacerlo bien, a conciencia, con amor, para saber perdonar y sobrellevar las
cosas que cada día se nos presentan en los distintos ámbitos en los que nos
movemos.
Nuestra vocación es ser santos
en medio del mundo, combinando la oración y el trabajo, para
luego volver del trabajo a la oración. No estaba mal que Marta trabajase, el
problema era que se “afanaba”, que se
agobiaba, y se olvidaba que Cristo estaba ahí. Le faltaba la serenidad que nace
de la oración.
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