Él es nuestra vida, nuestra salud, nuestra redención, nuestro amor.
Él, nuestro Camino; El, la Patria.
¡Jesús, Salvador, Redentor amoroso de la humanidad!
***
Carta
de Juan Pablo II, al P. Kolvenbach, Prepósito General de la Compañía de Jesús, en
Paray-le-Monial (Francia), 5 de mayo de 1986:
Al
reverendísimo padre Peter-Hans Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús:
Durante mi
peregrinación a Paray-le-Monial he querido venir a orar en la capilla en la que
es venerada la tumba del bienaventurado Claudio la Colombière, el cual fue
“el siervo fiel” que, en su amor providencial, el Señor dio como director espiritual
a Santa Margarita María Alacoque. Es así como llegó en primer término a ser el
difusor de su mensaje.
En pocos años de vida religiosa y de
ministerio intenso se reveló como un “hijo ejemplar” de la Compañía de Jesús, a la
cual, según testimonio de la misma Santa Margarita María, Cristo confió la
misión de difundir el culto de su corazón divino.
Conozco
con qué generosidad la
Compañía de Jesús ha aceptado esta admirable misión y con qué
ardor ha tratado de llevarla a acabo lo mejor posible a lo largo de estos tres
últimos siglos; pero yo deseo, en esta solemne ocasión, exhortar a todos los
miembros de la Compañía
a promover con mayor celo todavía esta
devoción que sintoniza más que nunca con
las expectativas de nuestro tiempo.
En
efecto, si el Señor ha querido en su Providencia que en el umbral de los
tiempos modernos, en el siglo XVII, partiese de Paray-le-Monial un impulso
poderoso en favor de la devoción al Corazón de Cristo, bajo las formas
indicadas en las revelaciones recibidas por Santa Margarita María, los
elementos esenciales de esta devoción pertenecen también de forma permanente a
la espiritualidad de la
Iglesia a lo largo de la historia, porque, desde el comienzo,
la Iglesia ha
dirigido su mirada hacia el Corazón de Cristo traspasado en la cruz del que
brotó sangre y agua, símbolos de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, en el Corazón
del Verbo encarnado, los Padres de Oriente y de Occidente cristianos han visto
al comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino
Redentor, cuyo Corazón traspasado es un símbolo singularmente expresivo.
El deseo de “conocer íntimamente al Señor” y de “celebrar
un coloquio” con Él, de corazón a corazón, es característico, gracias a los
ejercicios espirituales, del dinamismo espiritual y apostólico ignaciano, en
toda su integridad al servicio del amor del Corazón de Dios.
El Concilio Vaticano
II, al tiempo que nos recuerda que Cristo, el Verbo encarnado, “nos ha amado
con corazón de hombre”, nos asegura que “su mensaje, lejos de minimizar al
hombre, contribuye a su progreso difundiendo luz, vida y libertad, y fuera de
él nada puede satisfacer el corazón humano” (GS, n. 22. 21).
Junto
al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido
verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de
una vida auténticamente cristiana, a precaverse contra ciertas perversiones del
corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. De
esta forma –y es la verdadera reparación
solicitada por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá ser construida
la civilización del Corazón de Cristo.
Por estos motivos
deseo ardientemente que continuéis mediante una labor perseverante la difusión
del verdadero culto del Corazón de Cristo y que estéis siempre dispuestos a
prestar una ayuda eficaz a mis hermanos en el Episcopado a fin de promover este culto por doquiera, cuidando de encontrar los
medios más idóneos para presentarlo y practicarlo, a fin de que el hombre
de hoy, con su mentalidad y su sensibilidad propias, descubra en dicho culto la
verdadera respuesta a sus interrogantes y a sus expectativas.
De la misma manera que
el año pasado, con motivo del Congreso del Apostolado de la Oración, os confié
particularmente esta obra, estrechamente vinculada la devoción al Sagrado Corazón, hoy día,
igualmente, duramente mi peregrinación a Paray-le-Monial, os pido que
despleguéis todos los esfuerzos posibles para llevar a cabo cada vez mejor la
misión que el mismo Cristo os ha confiado, la difusión del culto de Corazón divino.
Los frutos
espirituales abundantes que han producido la devoción al Corazón de Jesús, son
reconocidos ampliamente. Teniendo como
expresión concretamente la práctica de la hora santa, la confesión y la
comunión de los primeros viernes de mes, dicha devoción ha contribuido a
incitar a generaciones de cristianos a orar más y a participar con mayor frecuencia en los sacramentos de la penitencia y de
la Eucaristía. Éstos son los caminos que es deseable ofrecer a los fieles de hoy
también.
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