sábado, 13 de junio de 2020

Algunos rasgos de la evangelización



La Iglesia ha recibido como un tesoro precioso el Evangelio, la Verdad que el Espíritu continuamente ilumina y lleva a mayor comprensión, y este tesoro no es para guardarlo, sino para entregarlo. 



“Es, ni más ni menos, que el contenido del evangelio y, por consiguiente, de la evangelización que ella conserva como un depósito viviente y precioso, no para tenerlo escondido, sino para comunicarlo” (EN 15) y no puede permitirse transformar la evangelización en la comunicación de unas ideas originales suyas, ideologías o de peculiares y privadísimas teologías.

En breve síntesis, evangelización sería el “anuncio de Cristo a aquellos que lo ignoran, de predicación, de catequesis, de bautismo y de administración de otros sacramentos” (EN 17). 

El primer sentido, que engloba toda la acción pastoral, es el anuncio de Cristo y dicho anuncio provoca la conversión de los hombres y así genera la renovación del hombre concreto, de los hombres, de las culturas, de las sociedades.

Cristo es el centro de la palabra evangelizadora; es anunciado por las palabras predicadas y por las obras; Cristo es el afán del evangelizador; Cristo es la meta de la evangelización, adonde es conducido el oyente. 

¡Cristo, centro de todo!, y conducir a todos a conocer a Cristo y vivir en Cristo y como Cristo. 


Sin embargo a veces se sustituye el anuncio de Cristo y comunicar la vida de Cristo por mensajes, ideologías, valores o compromisos.
  
La evangelización es “anuncio del evangelio a los hombres de nuestro tiempo” (EN 1), “con vistas a que los hombres crean y se salven” (EN 5); es “predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de la santa misa” (EN 14). 


Es un testimonio “explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús” (EN 22) y no habrá evangelización verdadera “mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios” (EN 22). 

Es “una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos” (EN 27).



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