18. Procura no
agobiarte, descansa en Cristo, apoya la cabeza en su costado, no sufras y
serena tu alma por la contemplación en la liturgia. Luego ya le hablarás al
Señor como te salga. El Esposo sabe bien cómo somos... y prefiere la efusión
simple y sencilla de lo que hay en nuestra alma.
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1. La Pascua es despliegue de vida y potencia
salvadora, que todo lo cambia, todo lo renueva, cambia lo estéril en fecundo,
lo enfermo en robusto; y la caña cascada está ahora ágil y vigorosa, y la mecha
humeante ha quedado bien encendida como lámpara en la Casa de Dios.
2.
La luz pascual devuelve al hombre su primigenia hermosura, le revela lo
escondido y prometido, y, también a nosotros, “nos viste de belleza y majestad”. ¡Luz de Cristo! ¡Demos gracias a
Dios!
3. Dejarse hacer, dejarse llevar: esa es la Pascua, el proceso posible
y real de la transformación de nuestras vidas en Cristo.
4.
Nuestra transformación en Cristo, para ser verdadera, ha de ser serena, mejor,
es realmente serena, porque “la paciencia
de Dios es nuestra salvación”, el Señor tiene su tiempo para cada uno de
nosotros, y no hay nada bueno y verdadero y hermoso que no requiera su tiempo
de realización. Las prisas aturden, y sin embargo, Dios no tiene prisas, ni
precipita nuestro transfigurarnos en Cristo.
5.
Lo que se agita en lo interior y todo lo altera y revuelve no viene de Dios; el
lenguaje de Dios es la paz, sincera, profunda, que permanece incluso en medio
de luchas o tentaciones o en oscuridades; es una paz en lo hondo del alma
inalterable, gozosa, en el centro del ser más personal, allí donde mora la Trinidad en el alma
bautizada.
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