domingo, 30 de septiembre de 2012

Presentación del Concilio

A poco que se conozca el magisterio de Pablo VI, veremos una sucesión de catequesis, audiencias, discursos y homilías sobre el Concilio Vaticano II, que él sancionó y promulgó, presentándolo a los fieles. En su palabra hallamos las interpretaciones exactas de los documentos conciliares, presentaciones globales, precisiones de matices que, en su momento y en gran medida, se ignoraron.


Pablo VI quiso explicar el Concilio Vaticano II a toda la Iglesia con mucha paciencia; quiso explicarlo subrayando sus grandes ideas, sus claves de interpretación y el modo de aplicarlo correctamente a la vida de todo el pueblo cristiano.

Otros, tal vez, prefirieron ampararse en la propia subjetividad, apelar al "espíritu del Concilio" y despreciando los documentos aprobados y la interpretación autorizada del Papa, forzar el Concilio según las propias ideologías y corrientes de moda.

A nosotros, ahora, a punto de iniciar el Año de la Fe nos corresponde, según el deseo de Benedicto XVI conocer el Concilio Vaticano II, difundirlo y estudiarlo. Para ello hoy veremos una presentación global que hizo Pablo VI señalando los principios fundamentales que dan cohesión a todo el corpus conciliar.

                "Después del Concilio estamos buscando en sus enseñanzas las líneas directrices de la renovación de la vida cristiana. Algunas de estas líneas, ciertamente las principales, se refieren a la doctrina, otras, que ahora queremos evocar sumariamente en estos nuestros coloquios familiares de las audiencias semanales, se refieren a la acción, la vida práctica, la formación moral y ascética del discípulo de Cristo.

Líneas fundamentales de espiritualidad

                Ahora nos preguntamos cuál es la dirección espiritual, formativa e interior, que con mayor evidencia podemos descubrir en los documentos Conciliares. Podríamos observar que el Concilio supone que ya está realizándose la obra de la Iglesia sobre la formación de sus miembros en la escuela de Cristo (LG 10), sobre la vocación común a la santidad (LG 40 y 41), sobre la perfección que deben practicar los obispos (CD 15) y que deben procurar los religiosos, dando a la vida espiritual la primacía que le corresponde (PC 5, 6 y 7); pero no desarrolla expresamente una doctrina propia sobre la interioridad de la religión católica. Queriendo  más bien destacar globalmente los aspectos característicos del Concilio sobre la espiritualidad que el mismo intenta promover, podríamos observar cómo su atención no se dirige tanto a la formación religiosa personal e interior del creyente, como más bien a la del cuerpo social de la Iglesia, siguiendo una triple línea directriz: la litúrgica, la comunitaria y la social. El alma individual es principalmente considerada en su participación en la liturgia, que es la acción sagrada por excelencia, pública y oficial de la Iglesia, y “ninguna otra acción de la Iglesia iguala su eficacia con igual título e igual grado” (SC 7), de donde se deriva la primacía de la plegaria litúrgica; es considerada también en su inserción en el Pueblo de Dios, en la comunidad reunida en la misma fe y en la misma caridad, porque, dice el Concilio, que “Dios quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y sin vínculo alguno entre ellos, sino que quiso formar con ellos un Pueblo; que lo reconociera en la verdad y le sirviera fielmente” (LG 9; cf. Bossuet, Carta IV a una dama de Metz, sobre el misterio de la unidad de la Iglesia, 1662; obras, XI, 114 ss); primacía de la unidad salvífica (cf. S. Cipriano, Ep. 69,6; PL 3, 1142); es considerada, finalmente, en su adhesión a la misión que la Iglesia desarrolla en medio de la sociedad en la que ésta vive en contacto con el mundo para ser en él sacramento de salvación y anunciadora del Evangelio: primacía de la acción apostólica (cf. GS 93).

La vida interior en la doctrina del Concilio

                Se habla ciertamente en los documentos conciliares de la persona humana y de la personalidad cristiana (por ejemplo, GS 41), de la conciencia individual (Ibíd.., 16 y 19), de la libertad, etc.; se habla de la esencia del hombre, de su dignidad y de sus derechos; pero puede parecer a quien no preste atención al conjunto de la doctrina conciliar que el gran tema de la vida interior, de la religión personal, de la adoración, de la meditación y de la contemplación (cf. sin embargo PC 5 y 7; GS 56 y 57, etc.) haya sido abandonado al estudio y a la práctica de la iniciativa eclesial tradicional y privada; de aquí ha surgido alguna queja de que la piedad personal salga del Concilio menos reforzada, y que se pueda notar en algunos ambientes y en algunos momentos cierta decadencia de la religiosidad interior en el santuario de las almas individuales.


Necesidad de estudiar el Concilio

                Ayuda a esta decadencia la difusión de algunas formas de actividad pastoral, de suyo legítimas, más aún, encomiables, pero que pueden llevar, si se aíslan del contexto propiamente religioso de la fe y de la gracia, al predominio del estudio de la vida religiosa y moral en sus aspectos estadísticos, sociológicos, culturales e incluso artísticos y folklóricos, que son exteriores y parciales, y contribuyen no menos, si se debilita la vigilancia de la ortodoxia doctrinal, a la difusión peligrosa, por no llamarla de otra manera, de ciertas corrientes de pensamiento secularizado que consideran y admiten solamente un cristianismo llamado “horizontal”, filantrópico y humanista, prescindiendo de su esencial contenido “vertical”, teológico, dogmático y sustancialmente religioso. Por eso deberemos hacer dos cosas: en primer lugar, deberemos estudiar mejor las enseñanzas del Concilio; y después deberemos integrarlas a la luz de aquel patrimonio doctrinal, esencialmente religioso, místico, ascético y moral, que el Concilio no ha repudiado en absoluto, sino que ha querido confirmarlo, ampliándolo en un cuadro más vasto y más orgánico, y nos ha encargado conservarlo y actualizarlo. Estas enseñanzas conciliares contienen, en efecto, algunas llamadas a la importancia de ciertos elementos religiosos, los cuales no pueden asumir su auténtico y eficiente valor, si no es en la interioridad personal del hombre. Vamos a referirnos a dos de estas llamadas: al estudio de la Sagrada Escritura (Cf. DV 7, 25; 8ss) y al culto del Espíritu Santo. En qué grado deba la Sagrada Escritura interesar la vida personal del cristiano lo saben bien todos aquellos que observan el honor y el desarrollo conferido a la “Liturgia de la palabra” (SC 33-35): una célebre cita de San Jerónimo es recordada a este propósito (DV 25): “la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo” (Comm. A Isaías,  prol.; PL 24,17); y toda la Constitución Dogmática Dei Verbum hace la apología de la sagrada Escritura, como regla suprema de la fe (n. 21), a la cual “es necesario que los fieles tengan amplio acceso” (n. 22). Ahora bien, ya se sabe que la inteligencia y la asimilación de la Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, exige una actitud religiosa personal, en el silencio interior, en la meditación, en la aceptación del magisterio de la Iglesia, en la experiencia secreta de su luz y de su fuerza espiritual, sin la cual la semilla de la Palabra de Dios resulta infecunda y crea a quien la escuchó, sin hacerla propia, una responsabilidad y no una salvación.

Iglesia carismática e institucional

                Sobre el Espíritu Santo, tal y como nos ha sido anunciado y enaltecido por todo el Concilio, el discurso sería largo. No deberíamos dejar de rectificar ciertas opiniones que algunos tienen sobre su acción carismática, como si cada uno pudiera atribuirse el sentirse favorecido con ella para sustraerse a la obediencia de la autoridad jerárquica, como si se pudiera apelar a una Iglesia carismática en oposición a una Iglesia institucional y jurídica (cf. Enc. Mystici Corporis, 1943, n. 62 ss); y como si los carismas del Espíritu santo, cuando son auténticos (cf. 1Ts 5, 19-22; 1Tm 1,18), no fueran favores concedidos para utilidad de la comunidad eclesial, para la edificación del Cuerpo Místico de Cristo (1P 4,10) y no fueran preferentemente concedidos a quien en ella tiene funciones directivas especiales (cf. 1Co 12,28) y sujetos a la autoridad de la Jerarquía (cf. LG 7 y AA 3). Sigue en pie para quien quiere vivir con la Iglesia y de la Iglesia el gran misterio de su animación por virtud del Espíritu Santo; animación que el Concilio ha destacado enormemente y que nos obliga a valorarlo donde él está presente y operante, en la oración, en la meditación, en la consideración de la presencia de Cristo en nosotros (cf. Ef 3,17), en la apreciación suprema de la caridad, el grande y primer carisma (cf. 1Co 12,31), en la celosa defensa del estado de gracia. La gracia es la comunión de la vida divina en nosotros: ¿Por qué se habla de ello ahora tan poco? ¿Por qué son tantos los que parecen no hacer caso de ello, más atentos a engañarse a sí mismos sobre la licitud de todas las experiencias prohibidas y a destruir en sí mismos el sentido del pecado, que no a defender en la propia conciencia el testimonio interior del Paráclito? (Jn 15,26).

Espiritualidad no individualista

                Os exhortamos a esta espiritualidad, queridos hijos; no es espiritualidad propiamente subjetiva ni nos quita la sensibilidad ante la necesidad del prójimo, no es inhibición ante la vida cultural y exterior en todas sus exigencias; es la espiritualidad del Amor, que es Dios, en la cual Cristo nos ha iniciado y que el Espíritu Santo llena con sus siete dones de la madurez cristiana" (Pablo VI, Audiencia general, 26-marzo-1969).


El Concilio presenta líneas de espiritualidad para todo el pueblo cristiano: litúrgica, comunitaria y social. Mira a la Iglesia entera inyectándole savia nueva, regeneradora y espiritual.

Pero se sustrae a la enseñanza conciliar quien sólo quiera limitarse a las líneas más horizontales (lo personal, lo social), pensando que "lo vertical", la espiritualidad, es alienante. No es esto lo que el Concilio afirma ni enseña. La vida interior posee la primacía y todos -cada cual según su propio estado de vida- estamos llamados a la santidad, a la perfección cristiana.

Nos interesa la invitación de Pablo VI que ahora repite Benedicto XVI: hay que estudiar el Concilio; sus documentos deben ser objeto de estudio serio y de meditación para su sana aplicación. Sin duda, con ese estudio y la formación, seremos medios aptos para la obra que el Espíritu Santo continuamente realiza con su Iglesia.


20 comentarios:

  1. Mucho sufrió nuestro venerado Pablo VI.

    Los que le tenemos devoción privada pedimos su intercesión en nuestro apostolado, en nuestro crecimiento doctrinal. Advirtió de los errores e la época convulsa y sembró la exégesis adecuada de los textos conciliares..

    Los que más critican el Concilio destacan por no haberlo leído. Si lo leemos, como vd nos indica en el post, encontraremos verdades tradicionales, verdades re-presentadas al mundo, y un llamamiento urgente, imperioso,a la santidad de todos.

    Un post muy necesario, para la hermenéutica de la reforma en la continuidad que quiere Benedicto XVI.

    Saludos

    In Nomine

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    1. De hecho, cada día estoy más convencido de que hemos de mirar el Concilio como una "espiritualidad" propuesta por el Magisterio. Una espiritualidad universalizante, reformadora, renovante, imperiosa de testimonio de santidad en el mundo. Este es el aggiornamiento: acercar la santidad de la Iglesia al mundo, impregnarlo, traspasarlo, transfigurarlo.

      La longitud de los textos, algunas ambiguedades o propuestas teológicas que quedan como en suspenso, etc., se deben a esta intención, más que pastoral, que lo es, yo calificaría de espiritual y no expositiva ni clarificatoria. Pablo VI insistió mucho sobre esto, como vd nos recuerda a menudo.

      Un abrazo (Creo que hoy no recibiré tirón de orejas, je, je)

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    2. Ah, en tono amistoso, secundo la broma del tomismo de Julia María! jeje

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    3. Hablando ya en serio,
      y releyendo su post por segunda vez, me parece digna de mención la claridad preciosa de los textos e ideas con que nuestro Pablo VI interpreta y relee el Concilio y que vd nos invita a reflexionar y meditar.

      Esa llamada a la espiritualidad objetiva, universalizante, contra el subjetivismo individualista de corte moralista, es de una gran importancia hermenéutica.

      Vuelvo a insistir en que el CVII es ante todo una llamada a la espiritualidad renovante de la Iglesia como sacramento universal de salvación. Es la espiritualidad de los caminos ordinarios de santificación. No busquemos en el CVII un tratado de teología.

      Es pura eclesiología espiritual.

      Pura hermenéutica de la reforma en la continuidad, pero en vivo.

      PD Qué agradable y sano el ambiente de humor entrañable de este blog. Ejemplo a seguir para otros blogs católicos! Un abrazo in Nomine

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    4. Como ve, me he aplicado, y vuelto más preciso, como me pidió. LAUS DEO!!

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    5. Alonso:

      Con toda razón, y en virtud de la justicia, se libra del tirón de orejas.

      Apunta vd. muchas cosas, ideas, perspectivas; sintonizo plenamente.

      Me agrada especialmente esa perspectiva de espiritualidad que ofrece este Concilio, mirado en conjunto.

      Un fortísimo abrazo.

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  2. Lo que se ha dado por llamar “espíritu del Concilio es un “espíritu” que provenía de mucho tiempo atrás y que, habiendo impregnado la sociedad occidental, también se encontraba, no podía ser de otra manera, en el interior de la Iglesia. Sería muy largo el análisis y no es éste el lugar para hacerlo, quizá baste partir de algo evidente: los concilios no se realizan en Marte, los padres conciliares, sus asesores y quienes elaboran los documentos y acciones de aplicación no son marcianos ni, al convocarse un concilio, entran en una cámara de aislamiento vital. Un ejemplo palmario de ello fue la tumultuosa reacción que se produjo cuando Pablo VI sanciona la Humanae vitae y otro es leer (no se le recomiendo) cualquier obra de algunos de los teólogos que fueron asesores en el Concilio.


    (Releyendo las entradas anteriores ¡sorpresa! mi amigo agustiniano ¡cita el método escolático! ja,ja. Bueno yo no soy escolástica, aunque sólo soy católica sin apellidos y mi formación es ecléctica (“examínenlo todo y quédense con lo bueno”), si queremos calificaciones más bien podría ser la de tomista porque entre sus múltiples maravillas se encuentra la de estructurar la cabeza y ¡buena falta nos hace a los católicos!.)

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    1. ¡Qué despiste!

      Deduzco pese a la redacción confusa, impropia de una letrada con su experiencia, que "tomista" me lo aplica a mí, tal como luego se ve reflejado en un comentario ulterior.

      ¡¡Qué atrevimiento!! ¡¡Llamarme tomista!! En breve mi abogado se pondrá en contacto con vd. para un acto de conciliación antes de pasar a mayores. ¡Qué osadía!!!!!! (jaja)

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  3. En lo concreto. Como jurista observo, en general, en los documentos del Concilio: 1) es un concilio demasiado extenso en cuanto a la materia, más que ningún otro, se abrieron demasiados frentes; 2) a veces, en cuanto al lenguaje, consideraciones muy generales y términos susceptibles de distintas interpretaciones como sucede en las leyes; 3) a veces, aparente separación del anterior Magisterio de la Iglesia sin que se explicite su derogación o modificación.

    Se atribuye a Romanones la frase: “Dejemos que ellos hagan las leyes que nosotros haremos los reglamentos”. En síntesis y sin profundizar, todo jurista al redactar una norma, y más si se trata de una ley, sabe que debe precisar muchísimo el lenguaje para evitar tres cosas:

    1) Ambigüedad en su interpretación; la interpretación última corresponderá, en caso de conflicto, a los órganos que la tienen atribuida. Trasladado a la Iglesia, mutatis mutandi, la interpretación de los documentos conciliares corresponde al Magisterio.

    2) Vulneración de una norma de rango superior: carecen de validez las disposiciones que contradigan otra de rango superior; en caso de conflicto lo resuelve el órgano competente. En la Iglesia: el Magisterio determina si los documentos o acciones de aplicación del Concilio deben ser corregidos por constituir, a causa de un error humano, un desarrollo o aplicación incorrecta de la Doctrina de la Iglesia en su conjunto.

    3) Inseguridad jurídica en la aplicación de otras normas que pudieran resultar afectadas por la que se redacta: para evitarlo se enumeran las normas y preceptos que, en su caso, se derogan, teniendo en cuenta que la derogación sólo tendrá eficacia jurídica si no vulnera disposiciones de rango superior o la Constitución y que no son aconsejables las cláusulas generales como “se entenderán derogadas todas las normas que se opongan…” En la Iglesia: todo desarrollo o aplicación del Concilio se realiza a la luz de la Doctrina de la Iglesia que no haya sido modificada explícitamente.

    Algunos claman al cielo y no como pregunta sino como exclamación, mientras se rasgan las vestiduras: ¡y el Espíritu Santo! Y llegado este momento tengo que hacer un tremendo esfuerzo para no faltar a la caridad evitando esbozar una sonrisa de sorna. Mi fe en el Espíritu Santo se fundamenta en la promesa de su envío que nos hizo Cristo porque, si diera pábulo a lo que se le atribuye constantemente, pensaría que creemos bien que es un espíritu caprichoso al estilo de los dioses griegos y romanos o bien un espíritu bromista como el dios africano Anansi. Creo en el Espíritu Santo pero como han creído en Él los santos que en el mundo han sido.

    En oración ¡qué Dios les bendiga

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    1. Julia María:

      Apenas puedo detenerme ni explayarme ante sus comentarios... pero vd. se ha explayado ampliamente, y me alegra. Su formación jurídica salió a flote (¡Dios mío, socórrenos!) presentando asuntos en los que -para mi fastidio- debo darle la razón. Yo preferiría disentir, pero nuestra relación se está volviendo demasiado obsequiosa y concordante.

      Supongo que juristas y abogados (y otras ramas del gremio) que vienen al blog, le habrán dado la razón y aplaudido hasta con las orejas.

      Referente al Espíritu Santo, igualmente coincido. Todo se le atribuye a Él de manera caprichosa, y me gusta la imagen que emplea, como los caprichosos dioses greigos o romanos. Creo en el Espíritu Santo, y mucho, pero en la forma que vd. ha definido.

      Debo agradecerle, amiga mía, abogada mía, su presencia constante y sus aportaciones. Sinceramente, ¡¡gracias!!

      (Aunque espero poder discutir con vd. de vez en cuando...)

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  4. Padre, nos propone Usted, formarnos y educarnos en el concilio vaticano II. Y nos lo propone como un trabajo ingente. Como Usted bien sabe la moda en lo que es la educación es que todo sea lúdico, fácil, cómodo, y muy alternativo. Ya se sabe eso de, por ejemplo, aprenda inglés en quince días y cosas así.
    El lenguaje "moderno" que se utilizó para los documentos del concilio, a veces me resulta más dificil de entender que el castellano antiguo. Y probablemente no tenga nada que ver con la "modernidad" del lenguaje, sino con mi ignorancia de todos los concilios anteriores. No sé hasta que punto este concilio es más importante que el concilio vaticano I o cualquiera de los anteriores. Sin embargo he de reconocer, que aunque no sea más importante, si que puede ser más urgente. Puesto que todo lo "moderno" que se hace se justifica por el concilio vaticano II, es muy urgente que todos los católicos sepamos que es lo que dijo el cvii. En realidad, puede que pase como con el amor en estos tiempos, que como a cualquier cosa se le llama AMOR, pues todo se justifica, desde el aborto hasta el matrimonio homosexual, desde la eutanasia hasta la eugenesia. Todo, absolutamente todo, en nombre del emotivismo más descerebrado, irracional y por supuesto anticientífico. Y con esto enlazo, con lo que nos dice Julia Maria, de estructurar la cabeza. Me da por pensar, que tras ese emotivismo visceral, irracional y descerebrado también está el constante y permanente pesado y cansino del diablo.
    Lo de las obras de los teólogos asesores de PAblo VI, tal vez ya tenga bastante con González Fauss.
    En relación a lo que escribe Don Alonso Gracián, respecto a Pablo VI, yo creo que debió ser un papa que sufrió grandemente; en más de una página de la red, y en algunos ámbitos concretos se le designa como el anticristo y el que abrió la puerta a satán para que se enseñoreara de la Iglesia de CRISTO. Quiero pensar que son grupos reducidisimos, porque intuyo que esas afirmaciones están muy alejadas de la realidad. Alabado sea DIOS y pongámonos con el cvii, a ver que nos encontramos. Una vez más, Padre, muchas gracias por todo. DIOS le bendiga y le proporcione un feliz domingo.
    Hoy creo que me ha dado un ataque de incontinencia verbal, pido disculpas y me haré el propósito de evitarlo en lo sucesivo.

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    1. Disculpe, me avisan que vd ha interpretado, cuando me refiero a asesores, que son asesores del Papa Pablo VI, no, cuando digo asesores, expertos los denominan otros, me refiero a los asesores de los padres conciliares y lo hago en general sin prejuzgar, únicamente constato que viven en su tiempo. En cuanto al último inciso de ese párrafo al que vd se refiere designando a un teólogo concreto, no los juzgo, ellos mismos se juzgan por sus obras.

      Un saludo

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    2. Siento Julia Maria la mala interpretación. Tampoco era mi intención juzgar a nadie. Pero supongo que tendrá que haber alguien que discierna lo que es católico o no lo es. Alguien que diga que, por ejemplo, Lutero no es católico. Que Lutero no es católico, no es un juicio, es un hecho. No, no creo que decir que Lutero no es católico, sea juzgar a Lutero, que, por otra parte, bien lo tendrá ya juzgado Su Majestad, DIOS, Nuestro Señor.
      Por lo que respecta al señor González Fauss, creo que no he hecho ningún juicio, simplemente he tomado la decisión de no leer libros suyos. También he tomado la decisión de no leer libros de otros autores. Pero no creo que eso sea un juicio, sino una opción personal.


      Abrazos, Julia María.

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    3. Segundo aviso, el avisador me pide la propina; hoy parece que estoy especialmente “oscura” aunque, por ser un tema que exalta ánimos, he tenido gran cuidado en ceñirme exclusivamente a hechos.

      Lamento profundamente la impresión que le han causado mis palabras. Esto demuestra claramente la necesidad de precisión del lenguaje que yo soy la primera al parecer en conculcar.

      Vamos a ver si ahora lo hago mejor: tanto al referirme al momento histórico en el que se celebra el Concilio y los siglos anteriores como a los intervinientes en las sesiones conciliares y al paralelismo que señalo con la interpretación de las normas civiles, sólo pretendo constatar hechos y no emito juicio alguno. En todo caso nunca me atrevería a atribuirle a vd intención alguna.

      Mi remisión a los hechos, a los presupuestos fácticos, es intencionada porque creo que ni tirándonos piedras unos a otros, ni con exaltaciones (y en el tema Concilio la constante es la exaltación) ni con la anarquía, podrá ser fecunda la Nueva Evangelización. Sólo me he permitido dos disgresiones: la broma que le gasto a don Javier en relación al tomismo y la que se refiere a la atribución al Espíritu Santo de lo que se nos pueda ocurrir a cada uno de nosotros en un momento de “genialidad creativa”.

      Discúlpeme por favor, lejos de mi intentar ofenderle.




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    4. Le aseguro que no hay nada que disculpar. Julia Maria, creame, no me he sentido ofendido. Aquí entro siempre de forma tan distendida, que no ha lugar. Es posible que hoy haya entrado demasiado verborreico, pero la "diarrea" verbal, no siempre está unida a la exaltación, al menos en mi caso y en esta ocasión. Es más, mientras lo escribía, se me rezumaba por dentro mucho más lo jocoso que lo exaltado. Incluso es posible que haya rozado la ironía, y es que al desconocerse las inflexiones de la voz, a veces no se acierta exactamente con el tono de lo escrito.
      Lo de la "genialidad creativa" me parece divertidisimo, toda vez, que en mi entorno laboral estoy rodeado de "genios creativos".
      Y lo de los juicios, realmente he de reconocer que los hago mucho más a menudo de lo que quisiera. Mea culpa, creo que es un vicio deleznable que me gustaría arrancar para siempre de mi. Pero, aquí me tiene Julia Maria, en esta ocasión, realmente, si lo he hecho, por esta vez, no he sido consciente de tan afrentoso pecado. Tiendo a pensar, después de releer lo que escribí, que lo que me salió fue un sarcasmo o una ironía, pero incluso eso, tampoco es justificable.
      Muchas gracias, Julia Maria, por su comentario. DIOS la bendiga y feliz semana nueva.

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    5. Habéis entablado un diálogo sabroso, y ojalá no sea el último.

      Sólo matizar una cosa: el Concilio Ecuménico Vaticano II es UNO MÁS en la lista de los Concilios. Ni más ni menos importantes que otros; ni ha descubierto la pólvora y es lo único válido, ni tampoco hay que rebajar su importancia, ignorándolo o desconociéndolo.


      Lo de los teólogos asesores, al igual que los Padres conciliares, son hijos de su tiempo, ni más ni menos. Eso se nota en la misma redacción y tono de algunos documentos, como la super-optimista Gaudium et spes.

      Pero esos teólogos asesores, aunque no podamos ni siquiera compartir sus obras o sus enfoques, eran realmente teólogos preparados de alta calidad (incluso incluso incluso... los que no me gustan a mí). Eso hay que reconocerlo. Hoy, ¿tendríamos ese alto nivel de teólogos o simplemente repetidores monótonos?


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    6. Tiene Vd más paciencia que el santo Job, don Javier.

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    7. Si, realmente, Padre Javier, tiene Usted la paciencia de ese santo varón. Supongo que serán los daños colaterales de ponerse a nuestra disposición en este blog. DIOS le bendiga.

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  5. Don Javier, estoy totalmente de acuerdo en que se debe promocionar y profundizar en las enseñanzas y directrices marcadas por el Concilio Vaticano II, pero, éstas, hay que acercarlas a todos.
    Si les facilitamos los textos conciliares a los feligreses de a pie, aquellos que no tengan una formación superior, les parecerá un texto chino.
    Hay que facilitar textos, escritos en lenguaje popular, no complejo (no sé si existen en la actualidad), o bien, charlas o reuniones cuyo fin sea acercar y aclarar dichas enseñanzas. Claro que ésto sería cuestión de que los párrocos se comprometieran a llevarlas a cabo, y no sé si todos estarían dispuestos o convencidos de ello.
    Un abrazo

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    1. Subsidios no conozco en tono de divulgación. Lo que sí pienso y conozco son retiros y catequesis de adultos, ciclos formativos, etc., que ojalá en todas las parroquias existieran, bien preparados, para que todos pudiéramos estudiar el magisterio eclesial.

      Un fortísimo abrazo, amigo. ¡Ah! Tengo que llamarte un día de estos!!!!!!

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