Enseñar es, sin duda alguna, una vocación. Requiere cualidades, preparación, pedagogía, pero también un gran amor que lleva a enseñar y educar. El componente vocacional es muy destacado, y sin él, se podrán transmitir conocimientos, ideas, pero sin pasión, sin vida, sin forjar almas ni inteligencia.
¿De qué manera se santifica un docente, un profesor, un maestro? No únicamente mediante la paciencia un clima a veces adverso ante la autoridad, el estudio, la disciplina de la razón y de las costumbres, sino que se santifica por su forma de enseñar, de estar, de transmitir, de ser testigo, de prepararse.
La tarea docente de tantos maestros y profesores es un modo de santificación en el trabajo, meta ésta que incumbe e incluye a todos, a cada uno de nosotros, según nuestro trabajo o profesión.
En un discurso de Pablo VI a los profesores de enseñanza media podemos ver cómo desarrollar esta tarea y santificarse en ella.
"Hablando a profesores es lícito esquematizar pensamientos, capaces de grandes desarrollos, en párrafos escolares, puramente indicativos. Por tanto, os hacemos tres recomendaciones, superfluas en verdad, para quien las tiene como ley de su espíritu, pero no vanas para quienes, como vosotros, conocen su valor y fecundidad y desean avanzar siempre moralmente.
“Amad vuestra profesión”
Amad vuestra profesión. Queremos decir, vivid con el conocimiento de su excelencia, de su importancia, de su riqueza interior. La elección que habéis hecho de emplear el tiempo y las fuerzas de vuestra vida dedicándoos a la enseñanza, que no esté nunca turbada por la duda, ni tenida como inferior a otras que proporcionan más fáciles ganancias económicas o mayor prestigio social. Vuestra elección es una misión, o más que un oficio; tiene en su dignidad espiritual su mejor recompensa, y está dedicada de lleno a la misteriosa y sublime operación de la transfusión del saber, a la búsqueda inicial de la verdad, de la comunicación incipiente, de la apertura de almas jóvenes al arte del pensamiento, de la memoria, de la palabra, a la primera conquista del patrimonio cultural de la nación, al sentido religioso y al gozo de la fe, vuestra profesión puede reivindicar por sí la nobleza y el mérito de un incomparable e indispensable servicio al hombre, a la sociedad y a la Iglesia.
El complejo de inferioridad, derivado de los antiguos, que tenían la enseñanza como función de esclavos o mercenarios, debe desaparecer totalmente, incluso en sus últimos residuos, tanto por vuestra estima, aunque os sorprenda esta necesidad, como por la de la opinión pública, debiendo todos tener por altísimo y dignísimo, sagrado para nosotros, el oficio que habéis elegido y que la autoridad pública os ha convalidado, de maestros de la preciosa edad de la adolescencia.
“Amad la escuela”
Otra recomendación, amad a la escuela, amad a vuestra escuela. Al deciros esto queremos confirmar un sentimiento ya vivo en vuestro espíritu. El tema de vuestro Congreso lo demuestra. Pero no os disguste ahora tampoco que os exhortemos a amar la escuela en cuanto escuela, por ser una institución como ninguna otra, juntamente con el hogar doméstico y la Iglesia de Dios, digna de toda estima, de todo culto, de todo entusiasmo. Es verdad que hoy todos enaltecen la escuela, índice de la grande y prometedora madurez de la sociedad moderna; pero también es verdad que la escuela, en su concreta realidad, es objeto de críticas interminables, como si las necesidades que padece fueran culpas, y como si para obviar estas necesidades fuera buen remedio desconocer los méritos adquiridos, el desarrollo alcanzado, las previsiones prometedoras de la escuela actual. Vosotros, secundando todo esfuerzo ordenado y responsable para dar a la escuela del incremento que los tiempos requieren, procurad acrecentar la dosis de amor que la escuela, por ser escuela, decíamos, y por ser vuestra, se merece, y mucho más en este período en el que toda la institución escolar se extiende y renueva, que se sepa y se sienta que los profesores católicos están ahí para vitalizar su escuela, para sostenerla, para honrarla, para hacerla, en todos los aspectos, digna de la juventud y de todo el pueblo italiano.
“Amad a vuestros alumnos”
Y, finalmente, una tercera recomendación, también obvia, pero que la aceptáis bien: Amad a vuestros alumnos. ¿Es que no los amáis? Ciertamente sí los amáis; pero permitid que os recordemos este deber. Pues teóricamente hablando, es posible enseñar sin amar. Y porque el amor es algo que como el fuego, que siempre ha de estar encendido por un propósito siempre vigilante. Conocéis por la larga experiencia diaria lo pesada, monótona, árida, enervante, que es la enseñanza, y precisamente por la relación de diálogo y disciplina con los alumnos; los buenos, sí, pero terribles alumnos. Y también sabéis que sin el amor falla la educación y disminuye la instrucción. La verdadera pedagogía se nutre de amor. Donde un profesor consigue amar termina por hacerse amar, y entonces la escuela es otra cosa, delicada siempre y comprometedora, pero muy viva y muy bella. La escuela media puede resultar una sonriente y maravillosa palestra de almas, cuando el alumno, en un clima de afecto y estima mutua, se hace fácilmente verdadero discípulo del maestro, hijo y amigo. ¡Qué éxito, qué gozo!” Es el fruto prodigioso del amor, y ¿quién mejor que vosotros, profesores católicos, alumnos vosotros también de la gran escuela de la caridad de Cristo, puede y debe aspirar a este resultado? ¿Qué camino más recto que éste del amor –discreto, grave, dulce y fuerte a la vez-, del amor, decimos, a los queridísimos hijos de vuestras escuelas para llegar a hacer del Instituto, como vosotros deseáis, “una comunidad educadora”?
(PABLO VI, Discurso a la Unión católica italiana de profesores de enseñanza media, 6-diciembre-1966).
Gracias por la entrada, amigo mío.
ResponderEliminarSer profesor es duro hoy día. Es una forma de martirio. Pero también es gozoso.
Sólo hay un modelo, el Divino Maestro. Lo demás es silencio.
Un abrazo
Alonso:
EliminarEs admirable la vocación docente y supone -para quien lo viva vocacionalmente y se santifique en ello- un martirio, es decir, un testimonio de la Verdad, en definitiva, un testimonio de Jesucristo.
Un abrazo.
Reitero: enseñar es una vocación, una misión. Lo hago no como docente sino como madre que ha tenido que suplir deficiencias del sistema educativo y, también, recordando mis años de estudiante. Y como vocación-misión exige un gran amor porque lo complicado no es la trasmisión de información sino seducir al alumno (o al hijo), tanto en la materia concreta que se enseña en sí misma como en el placer de aprender, investigar, saber, en un proyecto de desarrollo personal y colectivo.
ResponderEliminarPoca ciencia aleja muchas veces de Dios, y mucha ciencia conduce siempre a él dijo Francis Bacon, aunque yo le añadiría a sir Francis: excepto cuando te topas con científicos con prejuicios.
Perfecto el Papa al calificar a la escuela: “una institución como ninguna otra, juntamente con el hogar doméstico y la Iglesia de Dios”.¡Qué Dios santifique a los docentes! Los padres de familia los necesitamos.
Julia María:
EliminarSensatez de una madre y experiencia, sí señor. Gracias por lo que nos aporta. Y me gusta particularmente el apunte sobre la ciencia: Poca ciencia aleja muchas veces de Dios, mucha ciencia conduce a Él si se va sin prejuicios.
Gracias.
Me doy por aludido por dedicarme a eso de dar clases. Julia Maria, hablas de suplir las deficiencias del sistema educativo. Desde hace mucho tiempo, mi convicción de que no existe sistema educativo es cada vez más profunda. Y esto, que probablemente esa una mera ocurrencia, no tiene porque dejar de ser cierto, aún con su esquematismo y su simplicidad.
ResponderEliminarDejando esto aparte, Padre, he de decirle, que es posible que esas deficiencias del sistema educativo, no son sino falta de AMOR. Cuando se concibe un sistema educativo, o cualquier otra cosa, apartando a DIOS, es decir, sin que esté basado en el AMOR, la cosa no marcha. Un sistema educativo concebido para adocenar y no para AMAR, no puede dar otros resultados. Tal vez por eso, el "sistema educativo" actual, habla mucho de "valores" y abomina de la VIRTUD. Argumenta desde el emotivismo y olvida la RAZON. Cimienta en el relativismo y rechaza la VERDAD.
Mi percepción es esa. No, decididamente, tal dislate, no puede dar otros resultados.
Para ejemplo un botón. Las "clases" de sexualidad, enseñan al alumno como obtener placer sexual de su cuerpo y usando el del otro. Cuando una persona se acerca a otra con el objetivo de obtener placer de otra persona, las cosas no pueden ir de otra manera.
Pido disculpas, Padre, intuyo que he escrito esto a modo de desahogo y tal vez me haya salido como un vómito. En mi descargo, tengo la convicción de que mis palabras son sinceras. Muchas gracias, Padre. Reconozco que algunas de las cosas que escribe me "motivan". Me da en esas "dianas" personales. Muchas gracias por todo. DIOS le bendiga.
ResponderEliminarAntonio Sebastián:
EliminarDiría que el tono es exaltado, pero quien vive católicamente no tiene más remedio que exaltarse muchas veces: "fuego he venido a traer a la tierra, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!".
Lo que conozco de la enseñanza coincide con su triste descripción. Estamos de acuerdo.
Me gusta acertar con las saetas y flechas formativas y dar en distintas "dianas personales". Es la manera de que unos un día y otros otro día, se sientan implicados, interpelados. Se trata de formarse aquí, juntos, y crecer, así como de rezar cada día unos por otros los miembros del blog.
Un abrazo, feligrés mío de la Trinidad.
Tiene vd razón, el "sistema" hace ya mucho tiempo que no funciona.
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