Recientemente, la Conferencia episcopal española publicó un Mensaje con ocasión del doctorado de san Juan de Ávila; es una nueva síntesis y presentación de este santo y de su actualidad y, por tanto, toda una catequesis hoy para nosotros sobre quién es este santo.
Ya casi inmediata la proclamación del doctorado, hemos ido viendo con ángulos y acentos distintos la personalidad de san Juan de Ávila y su ministerio pastoral y evangelizador. Sigamos completando esta visión.
«Con
gran gozo, quiero anunciar ahora al pueblo de Dios que declararé
próximamente a san Juan de Ávila, presbítero, Doctor de la Iglesia
universal», decía el papa Benedicto XVI el 20 de agosto de 2011 durante
la memorable Jornada Mundial de la Juventud. Estas palabras nos llenaron
de alegría y gratitud. «Invito a todos a que vuelvan la mirada hacia
él», añadía después.
Pero,
¿qué puede decirnos un hombre del siglo XVI a quienes vivimos en el
XXI? ¿Qué sentido tiene que irrumpa en nuestro presente un personaje que
cuenta con quinientos años de historia? Juan de Ávila, el clérigo
andariego que recorrió ciudades y pueblos predicando el Evangelio; que
abandonó honores, riquezas y proyectos para poseer solo a Jesucristo; el
hombre culto, sencillo y espiritual tal vez más consultado de su tiempo
ha continuado presente con su testimonio y sus escritos durante los
cinco siglos que nos separan de él y alza de nuevo su potente, humilde y
actualísima voz ahora, en este momento crucial en que nos apremia la
urgencia de una nueva evangelización. Porque pasan los tiempos, pero los
verdaderos creyentes como él son siempre contemporáneos.
Cuando
tenga lugar la solemne ceremonia de tan destacado evento —el domingo 7
de octubre— nos encontraremos en Roma los obispos, los sacerdotes y los
fieles del pueblo de Dios que peregrina en España, junto con otros de
todas las partes del mundo, para festejar al nuevo Doctor de la Iglesia
universal. Mientras tanto, entonces y después, en las diócesis, en
España y en distintos países se están sucediendo y se programan
actividades que nos acercan a este hombre humilde y decidido que nos
ofrece hoy un mensaje tan interpelante como actual.
1. Un doctorado en el pórtico del Año de la Fe
Desde el 11 de octubre de 2012, 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, hasta el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo Rey del Universo, celebraremos un Año de la Fe. «Será un momento de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo», decía el Papa el pasado 16 de octubre, cuando dio a conocer su propósito. En este contexto irrumpe la figura serena y ardiente de Juan de Ávila como lo hiciera en el suyo, proclamando por doquier el Evangelio de Jesús, Dios humanado.
¿Cuál
es la trayectoria vital del nuevo Doctor? Fue hijo único de Alonso de
Ávila y de Catalina Gijón, y vio la luz el 6 de enero de 1499 o 1500,
fiesta de la Epifanía del Señor, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real,
diócesis de Toledo), donde creció y se formó en un ambiente cristiano. A
los catorce años sus padres le enviaron a Salamanca, desde donde
retornó al hogar familiar, a causa de una fuerte experiencia de
conversión, después de haber estudiado cuatro cursos de Leyes en aquella
prestigiosa Universidad. Tres años de reflexión y de oración
concluyeron encaminándole hacia la recién creada Universidad de Alcalá
de Henares, exponente de las distintas y más actuales corrientes
teológicas del momento, donde, estudiando Artes y Teología, se preparó
para el sacerdocio. En 1526, cuando ya habían fallecido sus padres,
recibió la ordenación de presbítero y regresó a Almodóvar para celebrar
su primera misa solemne. Festejó el acontecimiento invitando a los
pobres a su mesa y repartiendo entre ellos su cuantiosa herencia.
Desposeído
de todo, pero con el corazón lleno de fe y de entusiasmo evangelizador,
marchó a Sevilla con la intención de embarcar hacia el Nuevo Mundo
acompañando a Fr. Julián Garcés, que había sido nombrado primer obispo
de Tlaxcala (México). Pero el encuentro con Fernando de Contreras,
destacado catequista que también había estudiado en Alcalá, y el deseo
del arzobispo de Sevilla, don Alonso Manrique, de que permaneciera
evangelizando en Andalucía, cambiaron para siempre sus planes.
Su
notable éxito en las predicaciones pronto se vio nublado por infundadas
acusaciones a la Inquisición. Pero la dura experiencia de los dos años
(1531-1533) que permaneció recluido en la cárcel inquisitorial de
Sevilla mientras se desarrolló el proceso, fue el crisol en el que se
fraguó su sapiencial conocimiento del misterio de Jesucristo, que en
adelante centró toda su vida y actividad. Allí comenzó a escribir su
obra cumbre, el tratado de vida espiritual Audi, filia.
Emitida
la sentencia absolutoria, poco después se trasladó a Córdoba, donde se
incardinó como sacerdote diocesano y donde conoció a su discípulo, amigo
y primer biógrafo Fray Luis de Granada. En 1536 fue llamado a Granada
por el arzobispo don Gaspar de Ávalos, permaneciendo en esta ciudad
durante tres años. A partir de 1539 recorrió predicando y fundando
instituciones docentes numerosos pueblos y ciudades de Andalucía, La
Mancha y Extremadura, hasta que, deteriorada su salud, en 1554 fijó su
residencia en Montilla (Córdoba), donde murió el 10 de mayo de 1569 y
donde actualmente se veneran sus reliquias.
Juan
de Ávila vivió muy pobremente, dedicado a la oración, al estudio y a la
predicación. De plaza en plaza, de iglesia en iglesia, estimuló e
ilustró la fe cristiana de jóvenes y adultos, sabios e ignorantes,
pobres y ricos. Pero centró su interés en mejorar la formación de los
pastores del Pueblo de Dios. Para ello fundó una quincena de colegios
mayores y menores, precedentes de los actuales seminarios, y la
Universidad de Baeza (Jaén), destacado referente académico durante
siglos.
En
1551 el arzobispo de Granada don Pedro Guerrero quiso llevarle como
teólogo asesor a la segunda sesión del Concilio de Trento; no pudo
acompañarle por falta de salud, pero escribió dos importantes Memoriales, que
tuvieron notoria influencia en los documentos conciliares, sobre todo
en los decretos de reforma y sobre los sacramentos y, por tanto,
repercutieron en toda la Iglesia.
El Maestro Ávila escribió también comentarios a textos bíblicos; conocemos numerosos Sermones y Pláticas espirituales y un nutrido y precioso Epistolario. Es asimismo autor de un catecismo, la Doctrina Cristiana, que podía ser recitado y cantado; del Tratado sobre el sacerdocio y del Tratado del amor de Dios, temas muy entrañables y queridos para él.
En
sus predicaciones y escritos fue propulsor de la frecuencia de los
sacramentos y de la lectura asidua de la Sagrada Escritura; favoreció la
espiritualidad litúrgica y la oración mental; destacó por su saber
teológico que le mereció el título de “Maestro” y, como buen humanista,
no le faltaron conocimientos científicos, siendo inventor de máquinas
para elevar el agua.
Pertrechado él mismo de «la fe amorosa y
lealtad obediente que se debe tener con nuestro Señor»[1], este
fragmento de un sermón suyo describe cabalmente a quien va a ser
declarado Doctor en el Año de la Fe: “Tomad las armas de la fe (cf. Ef 6,
11), porque el que se arma con la fe viva, que aquí dice san Pablo,
está fuerte para resistir, porque lo que en su corazón tiene de las
cosas espirituales y eternas le hace menospreciar todo lo de acá y tener
en poco cualquier trabajo que por alcanzar aquéllas le viene”»[2].
2. Cualificado referente para la nueva evangelización
Si la nueva evangelización pretende reanimar la vida cristiana de creyentes y alejados de la fe y difundir a todas las gentes la Buena Noticia de Jesús, Juan de Ávila no fue ajeno, en su tiempo, a este mismo propósito. En un contexto tan complejo y plural como el suyo, de no siempre fácil convivencia entre religiones y culturas y de extensas áreas descristianizadas después de siglos de dominación musulmana, contó también, de algún modo, con su “atrio de los gentiles”, generando en él un original modo de diálogo y de exponer las verdades de la fe que ensamblaba, en admirable sintonía, la solidez de la doctrina cristiana con sus simpáticas y originales referencias al vivir cotidiano y, sobre todo, con un riguroso testimonio de vida, certero aval de la verdad predicada.
Llamado
“Maestro” por sus contemporáneos y a lo largo de los siglos, título con
el que figura por primera vez en las actas del cabildo de Granada en
1538, el nuevo Doctor de la Iglesia universal ha sido reconocido como
tal por la eminencia de su doctrina y su capacidad de transmitirla de
modo sencillo y convincente. Pero, aun considerado como uno de los más
destacados alumnos de la Complutense, no expuso su enseñanza desde una
cátedra universitaria, sino predicando, escribiendo, a través de sus
discípulos y fundaciones docentes y, sobre todo, con la incontestable
fuerza de su ejemplo.
El Maestro Ávila gozó del particular carisma de sabiduría, fruto del Espíritu Santo, y comprobado por la influencia benéfica ejercida en el Pueblo de Dios, que caracteriza la eminens doctrina de los Doctores de la Iglesia. Su enseñanza destacó por la cantidad y calidad de sus escritos y por la madura síntesis sapiencial alcanzada; fue un verdadero maestro y testigo de la doctrina y de la vida cristiana. Es un saber apoyado en la Palabra de Dios, en la tradición y en el magisterio de la Iglesia. Su enseñanza tuvo amplia difusión en
su tiempo y después, y una recepción positiva en el pueblo de Dios,
interesando a toda la Iglesia. Y su mensaje es actual, seguro y
duradero, capaz de contribuir a confirmar y a profundizar el depósito de
la fe, iluminando incluso nuevas prospectivas doctrinales y de vida.
La
originalidad del Maestro Ávila se halla en su constante referencia a la
Sagrada Escritura; en su consistente y actualizado saber teológico; en
la seguridad de su enseñanza y en el cabal conocimiento de los Padres,
de los santos y de los grandes teólogos. Como profundo admirador de san
Pablo, también en su acusado paulinismo y, al estilo del Apóstol, en su
firmeza para proclamar los contenidos de la fe. Como él mismo escribe en
una carta: «La verdad no se ha de callar, y débese decir con mucha
afirmación, diciendo que, aunque el ángel del cielo otra cosa
evangelizare, no debe ser creído (cf. Gál 1, 8)»[3].
Con
gran fama de santidad en vida y después de la muerte, en 1623 se
instruyó en la archidiócesis de Toledo su Causa de canonización. El gran
papa Benedicto XIV aprobó y elogió su doctrina y escritos en 1742, y en
1894 León XIII lo beatificó. En 1946 fue nombrado patrono del clero
secular de España por Pío XII y a Pablo VI se debe su canonización en
1970, siendo promotora de la Causa la Conferencia Episcopal Española.
Conscientes
de la calidad de su enseñanza y del vigor de su testimonio, a partir de
esta fecha comenzó a plantearse la posibilidad del doctorado del Santo
Maestro, que la Conferencia Episcopal solicitó formalmente en 1990. A
esta primera súplica siguieron las de 1995 y 1999, ya en el entorno del V
centenario de su nacimiento.
Actualizados mientras tanto los criterios para afirmar la eminens doctrina que
se requiere a los candidatos al título de Doctor y estudiadas sus
obras, en 2002 fueron reconocidos esos méritos en la doctrina del
Maestro Ávila. Concluidos después los demás trabajos requeridos, el 12
de marzo 2010 se presentó al papa Benedicto XVI la definitiva súplica
del doctorado y el 10 de abril quedó entregada en la Congregación de las
Causas de los Santos la correspondiente Ponencia (Positio). El
18 de diciembre del mismo año 2010 fue estudiada esta Ponencia por el
Congreso Peculiar de los Consultores Teólogos de dicha Congregación,
emitiendo un voto unánimemente afirmativo a favor del doctorado.
Confirmaron este voto, también de modo unánime, los cardenales y obispos
miembros de la Congregación reunidos en Sesión Plenaria el 3 de mayo de
2011. Y, después del aludido anuncio del doctorado por el papa
Benedicto XVI, nos preparamos ahora con todo entusiasmo y fervor a la
ceremonia en que el Santo Maestro Juan de Ávila será declarado Doctor de
la Iglesia universal.
Un santo evangelizador que hace oír su voz con fuerza en los escenarios de la nueva evangelización despertando
en nosotros esa actitud, ese estilo sólido y audaz que le capacitó a él
para anunciar el Evangelio de Jesucristo en los entresijos de una
sociedad no menos compleja y no menos necesitada de maestros y de
testigos que la nuestra".
¡Ojalá fuera tan admirado y valorado como imitado!. Me da por pensar, que lo único que hizo San Juan de Ávila, fue imitar a CRISTO. San Juan de Ávila es una prueba palpable de que se puede. ¿A qué esperamos? ¡Ya estamos tardando!. Alabado sea DIOS.
ResponderEliminarAntonio Sebastián:
Eliminar¡Uf! ¡Cuánta impaciencia y cuánto celo apostólico! ¡Está bien! Ojalá todos hagamos así: ¡imitar a Cristo!
Padre Javier, ¡¿Impaciencia?!, ¿acaso estamos aquí otra otra cosa?. En cualquier caso, Padre, es que ya he perdido mis primeros 50 años de mi vida. No tengo tiempo que perder. Demasiado he perdido ya. Padre, es que debe ser Usted demasiado joven. Yo ya no me puedo permitir el "lujo" de perder más tiempo. Así que está muy bien que usted siga escribiendo. Pero más que impaciencia, es que tengo que hacer todo lo que no he hecho en mis primeros 50 años de vida. ¡¡¡UFFF!!!!
ResponderEliminarAmigo mío:
EliminarSólo me lleva vd. diez años de ventaja. Y si ha perdido ya 50 años (espero que esté exagerando un poco), el Señor llama también a trabajar en la viña a mediodía... y no nos pide más que vayamos en ese momento y hagamos lo que nos confíe, sin pedirnos rendir como si nos hubiésemos incorporado a la viña al amanecer.
Sigo escribiendo, no se preocupe, amigo.
La originalidad del Maestro Ávila: su constante referencia a la Sagrada Escritura, seguridad de su enseñanza y cabal conocimiento de los Padres, de los santos y de los grandes teólogos. El santo nos repite hoy: “La verdad no se ha de callar, y débese decir con mucha afirmación".
ResponderEliminarEn palabras de uno de nuestros obispos: Dios busca pastores así, pastores capaces de sintonizar con el corazón de Cristo, pastores que salen al encuentro de cada persona, para anunciarle la verdad y llevarle a la salvación. La Iglesia necesita estos pastores. No es tiempo de medias tintas ni componendas. El mundo de hoy necesita más que nunca la presencia, la palabra, el perdón y el consuelo de Dios, que le llega por medio de sus sacerdotes, cuando estos viven sintonizando con el corazón de Cristo.
¿Han visto el vídeo preparado por la Conferencia Episcopal sobre san Juan de Ávila? Una belleza.
En oración ¡qué Dios les bendiga!
Amiga mía:
EliminarEs verdad. San Juan de Ávila, para predicar con sus sermones, o para escribir, se toma ese ministerio muy en serio y a conciencia. Cita la Escritura con gran soltura, así como a los Padres de la Iglesia y los Concilios. Es todo un ejemplo. Jamás debemos ofrecer doctrina fácil, improvisada, saliendo del paso como se pueda.
Un abrazo. También mi bendición +
Es maravilloso poder contar con hermosos videos. Más maravilloso sería poder vivir cada instante de la vida la voluntad de DIOS con un gozo extremo. Pienso que necesitamos hermosos videos, también necesitamos respirar santidad. Y esa es una muy buena manera de evangalización, tal vez no nueva evangelización, pero de esa evangelización de toda la vida que funciona a las mil maravillas. La santidad, hablar constantemente de ella y a la vez vivirla. O simplemente vivirla, para que no haga falta hablar de ella. DIOS les bendiga. Podríamos empezar por una vida de oración constante. Alabado sea DIOS. Abrazos.
ResponderEliminarLa santidad es lo que evangeliza. Luego, en un segundo lugar, vendrán los métodos, las técnicas, la pastoral... pero lo que evangeliza siempre es la santidad, en palabras y obras.
EliminarUn abrazo.