domingo, 23 de septiembre de 2012

San Juan de Ávila, doctor (VII)

Para los sacerdotes especialmente, san Juan de Ávila -próximo doctor de la Iglesia- es un espejo en el que mirarse, un testimonio interpelante.

Vivió su sacerdocio apasionadamente, por Cristo, con Él y en Él, al servicio de la Iglesia y en el deseo siempre de ganar almas para Cristo. Esta pasión sacerdotal marca por completo toda su vida y ministerio.

Para todos, en general, san Juan de Ávila enseña a vivir el sacerdocio y a saber valorar el ministerio sacerdotal en la Iglesia cuando muchas veces percibimos mal el sacerdocio: lo contemplamos a nuestro antojo, lo usamos a nuestro capricho, lo vemos una delegación de la "base", un mero presidente de acciones litúrgicas... sin descubrir la alteza del oficio sacerdotal. Tenemos una mirada muy secularizada y profana del sacerdocio a veces entre los mismos fieles católicos.

Ya la homilía de Pablo VI en la canonización (31-mayo-1970) ofrecía una sublime lección sobre el ejercicio del sacerdocio:



"La auténtica visión del sacerdocio

Mas Juan no duda. Tiene conciencia de su vocación. Tiene fe en su elección sacerdotal. Una introspección psicológica en su biografía nos llevaría a individuar en esta certeza de su "identidad" sacerdotal, la fuente de su celo sereno, de su fecundidad apostólica, de su sabiduría de lúcido reformador de la vida eclesiástica y de exquisito director de conciencias.

San Juan de Ávila enseña al menos esto, y sobre todo esto, al clero de nuestro tiempo, a no dudar de su ser: sacerdote de Cristo, ministro de la Iglesia, guía de los hermanos.


Él advierte profundamente lo que hoy algunos sacerdotes y muchos seminaristas no consideran ya como un deber corroborante y un título específico de la calificación ministerial en la Iglesia, la propia definición ―llamémosla si se quiere sociológica― que le viene de ser siervo de Jesucristo y apóstol: "Segregado para anunciar el Evangelio de Dios" (Rom 1,1). Esta segregación, esta especificación que San Pablo daba de sí mismo, la cual es además la de un órgano distinto e indispensable para el bien de un entero cuerpo viviente (cf. 1 Cor 12, 16 ss.), es hoy la primera característica del sacerdocio católico que es discutida e incluso "contestada" por motivos, frecuentemente nobles en sí mismos y, bajo ciertos aspectos, admisibles; pero hay que decir que cuando estos motivos tienden a cancelar esta "segregación", a asimilar el estado eclesiástico al laico y profano y a justificar en el elegido la experiencia de la vida mundana con el pretexto de que no debe ser menos que cualquier otro hombre, fácilmente llevan al elegido fuera de su camino y hacen fácilmente del sacerdote un hombre cualquiera, una sal sin sabor, un inhábil para el sacrificio interior y un carente de poder de juicio, de palabra y de ejemplo propios de quien es un fuerte, puro y libre seguidor de Cristo.

La palabra tajante y exigente del Señor: "Ninguno que mire atrás mientras tiene la mano puesta en el arado es idóneo para el reino de los cielos" (Lc 9, 62), había penetrado profundamente en este ejemplar sacerdote que en la totalidad de su donación a Cristo encontró, centuplicadas, sus energías.

Su palabra de predicador se hizo poderosa y resonó renovadora. San Juan de Ávila puede ser todavía hoy maestro de predicación, tanto más digno de ser escuchado e imitado, cuanto menos indulgente era con los oradores artificiales y literarios de su tiempo, y cuanto más rebosante se presentaba de sabiduría impregnada en las fuentes bíblicas y patrísticas. Su personalidad se manifiesta y engrandece en el ministerio de la predicación.

Y, cosa aparentemente contraria a tal esfuerzo de palabra pública y exterior, Ávila conoció el ejercicio de la palabra personal e interior, propia del ministerio y del sacramento de la penitencia y de la dirección espiritual. Y quizás todavía más en este ministerio paciente y silencioso, extremadamente delicado y prudente, su personalidad sobresale por encima de la de orador.

El nombre de Juan de Ávila está ligado al de su obra más significativa, la célebre obra Audi, filia que es el libro del magisterio interior, lleno de religiosidad, de experiencia cristiana, de bondad humana. Precede a la Filotea, obra en cierto sentido análoga de otro santo, Francisco de Sales, y a toda una literatura de libros religiosos que darán profundidad y sinceridad a la formación espiritual católica, desde el Concilio de Trento hasta nuestros días. También en esto Ávila es maestro ejemplar".

Finalmente, y aunque ya la catequesis de hoy sea muy amplia, está la faceta de renovador-reformador. Le tocó vivir en el siglo XVI, en plena reforma de la Iglesia con el espíritu y la letra del Concilio de Trento; él, hombre de Dios y de sólida formación teológica, es un ejemplo de los santos reformadores del siglo XVI.

Para nosotros, igualmente, después del Concilio Vaticano II y la reforma eclesial, es san Juan de Ávila un modelo de cómo vivir en estas épocas de cambios y reformas.


"Renovador clarividente y humilde

Pero donde nuestra atención querría detenerse particularmente es en la figura de reformador, o mejor, de innovador, que es reconocida a San Juan de Ávila.

Habiendo vivido en el período de transición, lleno de problemas, de discusiones y de controversias que precede al Concilio de Trento, e incluso durante y después del largo y grande Concilio, el Santo no podía eximirse de tomar una postura frente a este gran acontecimiento. No pudo participar personalmente en él a causa de su precaria salud; pero es suyo un Memorial, bien conocido, titulado: Reformación del Estado Eclesiástico (1551), (seguido de un apéndice: Lo que se debe avisar a los Obispos), que el arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, hará suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general. Del mismo modo, otros escritos como: Causas y remedios de las herejías (Memorial Segundo, 1561), demuestran con qué intensidad y con cuáles designios Juan de Ávila participó en el histórico acontecimiento: del mismo claro diagnóstico de la gravedad de los males que afligían la Iglesia en aquel tiempo se trasluce la lealtad, el amor y la esperanza. Y cuando se dirige al Papa y a los Pastores de la Iglesia, ¡qué sinceridad evangélica y devoción filial, qué fidelidad a la tradición y confianza en la constitución intrínseca y original de la Iglesia y qué importancia primordial reservada a la verdadera fe para curar los males y prever la renovación de la Iglesia misma!

"Juan de Ávila ha sido, en cuestión de reforma, como en otros campos espirituales, un precursor y el Concilio de Trento ha adoptado decisiones que él había preconizado mucho tiempo antes" (S. CHARPRENET, p. 56).

Pero no ha sido un crítico contestador, como hoy se dice. Ha sido un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad (el estudio de la Sagrada Escritura, la práctica de la oración mental, la imitación de Cristo y su traducción española del libro del mismo nombre, el culto de la Eucaristía, la devoción a la Santísima Virgen, la defensa del sacro celibato, el amor a la Iglesia aún cuando algún ministro de la misma fue demasiado severo con él...) y ha sido el primero en practicar las enseñanzas de la escuela.

Figura profética de la España católica

Una gran figura, repetimos, también ella hija y gloria de la tierra de España, de la España católica, entrenada a vivir su fe dramáticamente, haciendo surgir del seno de sus tradiciones morales y espirituales, de tanto en tanto, en los momentos cruciales de su historia, el sabio, el Santo.

Que este Santo, al que nosotros sentimos la alegría de exaltar ante la Iglesia, le sea favorable intercesor de las gracias que ella parece necesitar hoy más: la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo tal como debe ser en los nuevos tiempos. Y que su figura profética, coronada hoy con la aureola de la santidad, derrame sobre el mundo la verdad, la caridad y la paz de Cristo.

6 comentarios:

  1. Padre, muchas gracias, una y mil veces más por lo escrito. Estoy leyendo poco a poco Audi Filia. Me sienta bien degustarlo poco a poco. Me parece magistral. El capítulo treinta en el que se trata de la guía espiritual, me entro tan dentro y me conmovió tanto que se me saltaron las lágrimas al entrelazarlo con mi vida personal.
    Respecto al papel del sacerdote, se me ocurre pensar, que preferiría que el sacerdote, antes que mi amigo, fuera mi sacerdote, porque intuyo, que ser mi sacerdote es inconmensurablemente más y me curaría. El texto, me ha sacado esta última ocurrencia mía. Es de esas veces, Padre, que tengo la impresión de estar desbarrando. Abrazos y afecto. DIOS le bendiga.

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  2. Respecto a Audi Filia, es maravilloso encontrarse con alguna frase de una incorrección política atroz, y eso para mi es un enorme aliciente para seguir leyendo. Muchas gracias por asesorarme y enseñarme. Feliz domingo.

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    1. Antonio Sebastián:

      Es buena noticia de que el Audi Filia le esté ayudando. Gracias por seguir mi recomendación.

      Un abrazo.

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  3. Genial el Papa. Alto y claro

    Toda la tradición cristiana, nacida de la sagrada Escritura, habla del sacerdote como hombre de Dios, hombre consagrado a Dios. Homo Dei. "Los sacerdotes… consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del orden, se convierten en instrumentos vivos de Cristo, sacerdote eterno, para proseguir en el tiempo la obra admirable del que, con celeste eficacia, reintegró a todo el género humano" (Presbyterorum ordinis), tal y como ya había dicho el Papa Pío XI en la encíclica Ad Catholici sacerdotii.

    "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí". "Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza".

    “Por pelearnos”, emulando a mi gran amigo (y no suyo) Chesterton, plagio en parte sus versos en traducción del padre Castellani:


    Te regalo el problema, mi amigo.
    Si eres brujo podrás resolver
    como hay seres que, por Dios
    especialmente escogidos,
    lo pierden y al diablo también
    Lo siento, no puedo entender,
    y ya he dado mi brazo a torcer,
    el deseo de ser uno más
    y el mayor Tesoro perder,
    y todo ¿por qué?:
    por doctrina banal de anteayer.

    ¡Qué Dios le bendiga, don Javier!

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    1. Julia María:

      Admito la pelea y hasta que me cite aquí a Chesterton; pero hoy no estoy ni para debates dialécticos. Me rindo ante Vd.

      Un fuerte abrazo (también para La Colmena)

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  4. A todos:

    Quiero recordaros, inclusive las personas que se hayan ido incorporando, que este blog pretende ser una pequeña comunidad católica, virtual eso sí, donde nos formamos y compartimos, pero también con un compromiso ineludible: todos, cada día, hemos de encomendar "a todos los miembros del blog".

    No dejemos ese compromiso de oración.

    Por mi parte tengo varias intenciones personales y varios enfermos. Os ruego que pidáis por mis intenciones.

    +

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