domingo, 2 de septiembre de 2012

No estamos solos

La soledad se ha convertido en uno de los grandes problemas de nuestra época, el escollo insuperable de la felicidad. Nunca como hoy el hombre ha estado más informado (la radio, la televisión, prensa, cine), nunca mejor comunicado (teléfono, FAX, Internet) y sin embargo, jamás tan aislado. Viviendo en pisos pequeños, como celdas de abejas, en bloques amontonados, y, sin embargo, desconocidos unos de otros. El hombre de nuestro tiempo tiene una soledad profunda, su ser más íntimo es incomunicable, ¿con quién expresarse? ¿con quién hablar? ¡Pero si hoy nadie tiene tiempo para nadie! ¿Quién se interesa por el otro, y está dispuesto a escucharlo y amarlo y cargar con sus problemas? El hombre se siente solo, aunque esté muy acompañado; el hombre está incomunicado aunque esté rodeado por muchos.


Jesucristo es la salvación para el hombre. Jesucristo sabe lo que es la soledad -como en el huerto de Getsemaní, en su agonía-, comprende el corazón del hombre y he aquí la gran noticia: Jesucristo rompe la soledad del hombre, porque se hace presente en la vida de cada hombre, y transforma la soledad en amor y comunión con Él. El salmo 23 (22) es un salmo que habría que aprenderse de memoria: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar”. Jesucristo es el Buen Pastor, el Señor que cuida de sus hermanos, sus ovejas, y las lleva adonde hay alimento, conduce a sus hermanos, los cristianos, “hacia fuentes tranquilas” y es Él, Cristo Jesús, el que hoy, al hombre solo y cansado, que piensa que nadie se interesa por él, “repara mis fuerzas”, como hizo con los dos descorazonados de Emaús (cf. Lc 24).
 
En esa soledad profunda, donde pensamos que no le importamos a nadie, que nadie se preocupa de nosotros, Jesucristo se hace presente y destruye esa soledad que lleva a la muerte, a la destrucción. En la vida de la persona que sufre esa soledad profunda del corazón, el mismo Cristo se hace presente y la consuela, y la conforta, y la alimenta. ¡Cristo cercano! ¡Cristo Buen Pastor! ¡Corazón misericordioso!
 
Incluso cuando atravesamos una fuerte crisis, un túnel sin salida, en el dolor, o la enfermedad, o la angustia, Jesucristo, Buen Pastor, está ahí porque “aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”. Cristo Jesús va delante de ti: no lo sientes, ni lo ves, metido como estás en la cañada oscura, en el hondo valle, pero Jesucristo, el Buen Pastor (cf. Jn 10) va delante de ti, va abriendo camino; sigue, pues, sus huellas, confía que en tu oscuridad y agobio y dolor, Jesucristo está pasando, y va delante de ti y te enseña la salida de esa cañada oscura hasta llegar a “los prados de fresca hierba” donde reponerte y descansar, hasta que el Señor por “su bondad y misericordia” te haga “habitar en la casa del Señor por años sin término”.
 
Jesucristo se preocupa de ti. ¿La soledad? Puedes estar abandonado de todos, pero Cristo, tu Pastor, sí se preocupa de ti, y te quiere, y te guía y va por delante de ti, te precede y te acompaña. Él, el Señor, te lleva e introduce en su Iglesia, su rebaño y allí se rompe la soledad, porque la Iglesia es el único lugar donde se quiere a la persona por lo que es y no lo que tiene. Allí, en el amor de los hermanos, en tu parroquia, en tu comunidad, Cristo te conduce. No, no estás tan solo, Cristo Jesús rompe tu soledad, la ilumina, Él sí se preocupa de ti, Él sí comprende tu soledad. Y es Él, el Señor, el que te introduce en su Iglesia, hogar fraterno. En verdad, “el Señor es mi pastor, nada me falta”.

Y para que lo veamos con los ojos, y lo leamos hasta memorizarlo, aquí está el salmo entero:

El Señor es mi pastor, nada me falta: 
en verdes praderas me hace recostar, 
me conduce hacia fuentes tranquilas 
y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo, 
por el honor de su nombre. 

Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo: 
tu vara y tu cayado me sosiegan. 

Preparas una mesa ante mí, 
enfrente de mis enemigos; 
me unges la cabeza con perfume, 
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia 
me acompañan todos los días de mi vida, 
y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

6 comentarios:

  1. Gracias, me encantan sus comentarios de los salmos.

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    1. José:

      Muchas gracias.

      He encontrado impresas otra serie de homilías mías sobre los salmos, pero no sé si las tendré en archivo informático. Si las encuentro las iré colgando como esta serie de homilías.

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  2. La soledad considerada como la carencia de contactos de significancia, incluye una sensación de vacío interior, falta de dirección y propósito. “Sólo Dios basta”, decía santa Teresa, “Nos hiciste para ti, y el corazón del hombre no descansa hasta encontrar descanso en ti”, dijo san Agustín. Llamamos a Jesús, Señor, sin saber a veces lo que decimos; si Jesús es el Señor, es el Señor de toda nuestra vida y, con independencia de la compañía significante de aquellos que han pasado y pasan por nuestra vida (que debemos agradecer), no estamos solos: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo".

    ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Amiga mía:

      Pero la soledad es real, y es purificadora; tenemos a Cristo a nuestro lado, sí, pero muchas veces, como diría santa Teresa de Lisieux, duerme en nuestra barquilla, haciendo oídos sordos a nuestra soledad. Y esa soledad es terrible. Él mismo la pasó en Getsemaní y en tantos otros momentos.

      Recordemos ambos a san Juan de la Cruz respecto a este tema: las purificaciones activas y pasivas.

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  3. Solo DIOS basta, por eso prescindir de DIOS es la nada. Estar en el mundo es acabar en la soledad, ser extraños al mundo es alcanzar el gozo del AMOR, la perpetua paradoja de CRISTO. Parece, Padre, que para sacralizar al mundo, no hay más opción que la paradoja permanente de CRISTO.
    DIOS le bendiga

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    1. La verdad, amigo mío, es que lo ha definido vd. perfectamente: "no hay más opción que la paradoja permanente de Cristo". Estamos en el mundo sin ser del mundo; arropados por tantos "amigos" y compañeros, y sin embargo, muy solos, como arrojados. Esos son los retos que hemos de asumir.

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