"Misterio pascual" es una expresión muy rica de contenido, que constantemente se usa en liturgia para indicar la Muerte y Resurrección del Señor, su paso de la muerte a la vida.
Tal vez "misterio" lo relacionamos espontáneamente con lo oculto, lo que no sabemos; pero en el lenguaje bíblico y patrístico, el Misterio es el mismo Dios que en Cristo se revela y se da. Así, misterio pascual conlleva una idea clara de comunicación por parte de Dios y de revelación. Se revela comunicándonos la vida divina por la Pascua de Jesucristo.
¿Lo pasado entonces se puede hacer presente? Sí. Junto al concepto "Misterio pascual" hallaremos el concepto "anámnesis", "memorial", que significa no recuerdo o memoria psicológica, sino presencia, actualización. La Pascua de Cristo se hace presente mediante la liturgia sacramental y de esa manera continúa salvándonos a nosotros, aquí, hoy y ahora.
Necesitamos ir asimilando los conceptos propios del cristianismo, nuestro lenguaje cristiano, para hablar con propiedad, por eso comenzamos con una catequesis deliciosa de Pablo VI sobre el "misterio pascual".
"¿De qué podemos hablaros en estos días que siguen a la celebración de la resurrección de Cristo sino del “misterio pascual”? No tratamos de aventurarnos en la delicada y erudita discusión que en estos últimos decenios ha sido objeto de estudio de doctos especialistas sobre el tema del misterio cristiano, sobre las relaciones afirmadas, negadas o puntualizadas entre el misterio cristiano y los misterios paganos. Nos basta enlazar con la conclusión, sacada ya por los especialistas –exegetas, historiadores o filósofos-, acerca de la originalidad bíblica de esta palabra y de su significado cristiano, cultural y teológico, aunque en la literatura cristiana de los primeros siglos fue usada con referencia puramente literaria y analógica con el lenguaje helenístico corriente (Cf. Bouyer, Le mystère pascale, págs. 453 ss; La vie de la liturgie, págs. 115 ss).
La palabra “misterio”
Os hablamos del misterio pascual en los términos elementales y familiares de este nuestro acostumbrado coloquio con quienes nos visitan en las audiencias generales de cada semana, ante todo porque esta vez la audiencia cae en la octava de Pascua, y además porque esta denominación de “misterio pascual” ha entrado ya en el uso corriente: el Concilio la ha resaltado y la repite frecuentemente en sus documentos, especialmente en la Constitución sobre Sagrada Liturgia (cf. SC nn. 5, 6, 61, 106).
¿Qué se entiende por misterio? Hay que tener presente el doble significado escriturístico de esta palabra. El primer significado es el de nuestro lenguaje usual: el de cosa oculta, verdad escondida. “A vosotros se os ha concedido –dijo una vez el Señor- conocer el misterio del reino de Dios” (Mc 4,11), y san Pablo habla del misterio de Cristo, que no era conocido en otras edades, a los hijos de los hombres (Ef 3,5; Col 1,26).
El designio divino en acción
El misterio en ese sentido es el objeto de una revelación, que desvela un secreto de Dios a los “santos”, es decir, a sus fieles, a los cuales Él ha querido “hacer conocer cuál es la gloria de este misterio entre las gentes, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de gloria” (Col 1,27).
Y he aquí que aparece el otro significado de la palabra “misterio” en el lenguaje escriturístico y cristiano, y que es el que más importa considerar. Misterio es el designio divino en acción, es el mensaje del Evangelio, escondido en Dios durante siglos y que en un determinado momento se hizo patente y operante en Cristo (cf. Ef 1,9; 3,9). Es la obra nueva y divina que se cumple, en esta tierra, en el tiempo; para los creyentes es la realidad prodigiosa de la relación vital restablecida, en un orden que supera al natural, entre Dios y la Humanidad, mediante Cristo, en el amor divino viviente que es el Espíritu Santo.
Liberación del hombre por el misterio pascual
¿Por qué esta asombrosa novedad, este misterio, se asocia habitualmente al adjetivo “pascual”? Porque el misterio de la salvación se realizó mediante la muerte y resurrección de Cristo, mediante la Cruz, y se perpetúa mediante el sacrificio eucarístico. Eucaristía, pasión, resurrección, son la pascua salvadora, cumplida por Jesús: “Cristo, inmolado, es nuestra pascua” (1Co 5,7); nuestro liberador, nuestro salvador, el misterio pascual no es otra cosa que la redención: temporalis dispensario divinae providentiae pro salute generis humani. La historia de la salvación (cf. San Agustín, De vera religiones, VII, 13, PL 34, 128; cf. Vagaggini, El sentido teológico de la liturgia, págs. 672 y ss), que tiene su punto focal en la muerte y en la glorificación de Cristo. El secreto de este misterio es el verbo de Dios hecho hombre, y, por amor del hombre, muerto y resucitado.
Actualización de la Redención
El misterio pascual tiene, por tanto, valor de síntesis: síntesis histórica, porque en él se centra todo el desarrollo de los acontecimientos humanos y de los designios de la Humanidad: síntesis bíblica, como clave de toda la biblia (“Orígenes”), síntesis cristológica y soteriológica, en que todo el Evangelio se concentra en la “hora” esperada de Jesús (cf. Jn 12,23; 13,1; 17,1; Lc 22,15, etc.); síntesis religiosa, porque en el sacrificio de Cristo y su resurrección hemos sido reconciliados con Dos y justificados (Rm 5,10; 4, 25); síntesis de culto, y litúrgica, porque en la celebración del misterio pascual sobrevive en la nueva realidad lo que era símbolo y profecía de la pascua hebrea (cf. Duchesne, Orígenes…, 2, 48), y se actualiza el drama redentor de Cristo en la celebración de la cena pascual transformada en sacramento sacrificial, expresamente destinado a perpetuar la memoria de Jesús, por su explícito mandato (Lc 22,19 y 1Co 11,24-25) y con explícita referencia a su muerte redentora.
El primado de la Pascua en el culto cristiano
De estas rápidas observaciones se deduce una primera conclusión: que la nueva formación litúrgica nos ha de resultar obvia: a saber, el primado de la pascua en nuestro calendario de cultos y espiritual.
Debemos poner más claramente la Pascua, sus sacramentos y sus ritos, en primer plano de nuestra valoración religiosa, ya que es el centro del designio divino en nuestra salvación: los dos principales sacramentos de los que recibimos la salvación, el Bautismo y la Eucaristía, son los que con más clara evidencia derivan del misterio pascual.
“El bautismo –dice santo Tomás comentando a san Pablo (Rm 6,3)- es el sacramento de la muerte y pasión de Cristo, en cuanto que el hombre es regenerado en Cristo por virtud de su pasión… La eucaristía es el sacramento de la pasión de Cristo, en cuanto el hombre es integrado en la unión con Cristo y sus sufrimientos… Como el bautismo se llama sacramento de la fe, sobre el cual se funda la vida espiritual, así la eucaristía se llama el sacramento de la caridad, que es el vínculo de la perfección” (Col 3,14; Sto. Tomás, III, 73 ad 3). “Hasta el siglo VI –escribe Jungmann (trad. lit. 342)- la pascua era la fiesta por excelencia que se celebraba por toda la cristiandad”. Cada domingo era considerado como un recuerdo de la fiesta pascual.
Actualidad del misterio pascual en la vida cristiana
Y aquí surge otra conclusión, más profunda, que nos hace penetrar en la íntima realidad teológica y ontológica del misterio pascual: la celebración de este misterio no es una simple conmemoración. Para los cristianos creyentes, purificados de sus faltas y viviendo en la gracia del Espíritu Santo, es un revivir de la muerte y de la resurrección del Señor. Es una actualización, siempre nueva, del único drama redentor: es una realidad permanente, fuera del tiempo, en la que nos ha sido permitido participar efectivamente, aunque en forma sacramental. Porque participar en el misterio pascual no es otra cosa que ponernos en comunión real con Cristo, morir con Él, resucitar con Él. Hay quien ha hablado de “contemporaneidad de Cristo” (Kierkegaard; cf. Fabro, “Diario”, III, 499).
Es lo que el Concilio nos ha recomendado que recordemos en la celebración de la sagrada liturgia: “Los misterios de la redención… de modo que los hagamos como presentes en todos los tiempos” (SC 102). Y es lo que Nos os recomendamos: que tengáis presente, que tengáis a gran honra, que viváis en vuestra autenticidad cristiana el misterio de nuestra salvación, el misterio pascual” (Audiencia general, 9-abril-1969).
El Misterio pascual es la fuente de la vida porque todo nos viene por la cruz y resurrección del Señor, su santa Pascua. La salvación es realizada por el misterio pascual de Cristo:
"En Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino. Esta obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión. Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, "con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida. Pues el costado de Cristo dormido en la cruz nació "el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).
El sacramento del Bautismo nos comunica la vida divina; es el Misterio pascual participado en nosotros:
"Y así, por el bautismo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con El, son sepultados con El y resucitan con El; reciben el espíritu de adopción de hijos "por el que clamamos: Abba, Padre" (Rom., 8,15) y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre" (SC 6).
Todo el Misterio pascual está contenido en la celebración eucarística; la Santa Misa actualiza el Misterio pascual (siempre Cruz y Resurrección) y es celebrada cada domingo por ser el día pascual, la Pascua semanal:
"Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo "cuanto a él se refieren en toda la Escritura" (Lc., 24,27), celebrando la Eucaristía, en la cual "se hace de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su Muerte", y dando gracias al mismo tiempo " a Dios por el don inefable" (2 Cor., 9,15) en Cristo Jesús, "para alabar su gloria" (Ef., 1,12), por la fuerza del Espíritu Santo" (SC 6)
y también:
"La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón "día del Señor" o domingo" (SC 106).
Toda la vida cristiana, litúrgica y sacramental, giran en torno al Misterio pascual y del Misterio pascual extraen la virtud divina para redimirnos y santificarnos:
"Por tanto, la Liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder, y hace también que el uso honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la santificación del hombre y alabanza de Dios" (SC 61).
Misterio hace referencia a la salvación y al mismo Cristo Salvador, no a realidades esotéricas, muy del gusto del gnosticismo (cf. CAT 512-515). Toda la vida de Cristo es misterio de salvación. La Iglesia al evangelizar proclama un anuncio de salvación para los hombres, el Misterio pascual del Señor:
"El Misterio Pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo" (CAT 571).
No sólo anuncio o promesa, sino realidad: el Misterio pascual brinda su eficacia redentora a los hombres mediante los sacramentos y la liturgia.
"En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida" (CAT 1085).
Vemos entonces la riqueza del concepto "Misterio pascual"; si repasamos la amplia catequesis de hoy habremos asimilado un término muy necesario para comprender la verdad de la liturgia y el fundamento de nuestra redención y vocación hoy a la santidad.
El Misterio pascual constituye la epifanía del misterio de Dios. Para san Juan, el misterio pascual es la consumación de la bajada del Verbo a la carne, y la muerte y resurrección de Cristo se condicionan e interpretan mutuamente. El encuentro pascual no constituye solamente una alegría pascual pura, sino que lleva también consigo dolor, reproche, tristeza, una mezcla de temor y de alegría, y, para Pedro, proyecta en el horizonte de su vida, no sólo el servicio sino también el sufrimiento. Jesús, puro don en la palabra y en el signo, llevó a cumplimiento la obra de salvación que le había confiado el Padre en su nacimiento: la redención humana y la perfecta glorificación de Dios. Nuestra participación en el Misterio pascual semanal nos debe hacer participar en el Espíritu de amor que anima a Cristo asociándonos personalmente al acto redentor: "Comeréis el cordero todo entero -había recomendado Moisés- desde la cabeza hasta las patas”; es decir, comulgaréis con Cristo en su Misterio total.
ResponderEliminar¡Qué Dios les bendiga!
Cruz y resurrección, unidas e inseparables. Dolores, amarguras y luz y alegría, también inseparables. Así para nosotros, a la luz se va por la cruz y todo forma un todo.
EliminarFeliz domingo Laetare!!
Qué completo y profundo post.
ResponderEliminarVeo que escribe vd muy bien, a pesar de ser agustiniano, je, je
Me alegra, mi querido amigo, que cite a Bouyer, por el que tengo un gran aprecio, aunque ultimamente estoy un poco cabreado con él, pues he leído "La descomposición del catolicismo" y no me ha gustado el tono del discurso, al que falta la serenidad necesaria a un teólogo -aunque dice muchas verdades.
También me gusta que cite al gran Fabro -un enemigo tomista, je,je-
Debo irme, me reclaman. Tal vez más tarde pueda escribirle un poco más.
un abrazo tomista muy fuerte
Bueno, don Alonso, los agustinianos sabemos hacer las cosas.
EliminarPero creo que ha leído apresuradamente y no debe atribuirme méritos de los que carezco. Es Pablo VI quien en la audiencia cita a Bouyer y a Fabro, no un servidor.
Pero sí es verdad que toda la catequesis de hoy es muy completa, o por lo menos intenté que fuera muy completa.
Un abrazo.... pese a ser tomista.
Las citas que cita su amigo son también sus citas, ¿no?
ResponderEliminarSe lo decía irónicamente porque Fabro y Bouyer son reconocidos tomistas, je, je
Y yo, sin captar tanta ironía suya, por no atribuirme lo que no era mío. ¡¡Para una vez que soy humilde!!
EliminarHablando ya en serio, me ha gustado especialmente, por pedagógico y claro, este pasaje que vd ha escrito:
ResponderEliminar""¿Lo pasado entonces se puede hacer presente? Sí. Junto al concepto "Misterio pascual" hallaremos el concepto "anámnesis", "memorial", que significa no recuerdo o memoria psicológica, sino presencia, actualización. La Pascua de Cristo se hace presente mediante la liturgia sacramental y de esa manera continúa salvándonos a nosotros, aquí, hoy y ahora."
Es importante que se explique esto, porque forma parte de esas verdades sobrenaturales que se ignoran por parte de muchos fieles.
Le agradezco también la maravillosa catequesis de Pablo VI, con su estilo peculiar, que tanto emociona, al menos a nosotros sus "amigos" y devotos privados.
Un abrazo muy fuerte,
y le deseo, en mi oración de esta noche, que respecto a sus dos intenciones el Señor le diga pronto:
--Ut optasti, ita est.
¿Alguien me podría explicar la diferencia entre el anuncio pascual y las historias pascuales y algún ejemplo?
ResponderEliminarMuchas gracias