El sacramento de la Penitencia es un medio de gracia, reconciliación con Dios y con la Iglesia, perdón de los pecados, ayuda en el discernimiento y aliento en el crecimiento de la vida cristiana.
No sólo para la santa Cuaresma, sino para todo el año, este sacramento merece ser predicado, expuesto en la catequesis y ofrecido por los sacerdotes cada día. Esta tarea pastoral en una parroquia, que es un martirio silencioso para el sacerdote confesor, renueva las almas y es un signo de vitalidad para una parroquia.
Nada más bueno ni agradable que saber que se puede ir a la parroquia y encontrar sacerdotes disponibles en sus confesionarios, esperando como el Padre de las misericordias, para acoger a quien necesita de la gracia del perdón divino. Esta labor del confesionario, cotidiana, es una siembra amorosa del Evangelio en las almas, pero a largo plazo y sin duda entra en la categoría "pastoral" más que otras acciones que expresan el "activismo" en el que vivimos.
Una pastoral sobre el sacramento de la Penitencia se hace necesaria, tanto para explicar bien el sacramento, de forma amable, en homilías, predicaciones, retiros y catequesis, como la posibilidad real de ver al sacerdote en el confesionario aguardando cada día. Esta sí es una lección sobre el valor de este sacramento más que muchas palabras pronunciadas y más de una vez será determinante para que alguien se decida a celebrar el sacramento.
Una buena reflexión, llena de sentido común, nos ofrece Mons. Fernando Sebastián y podría significar un ajuste "mental", un cambio de mentalidad y de práctica, de hábitos, tanto para fieles como para sacerdotes:
"La participación espiritual en la eucaristía obliga a reconocer la importancia y necesidad del sacramento de la penitencia y del perdón. Los sacramentos de la eucaristía y de la penitencia van unidos en la piedad católica.
Por otra parte, la celebración habitual del sacramento de la penitencia y del perdón es la mejor forma de mostrar ante el mundo que no somos superiores a los demás, que no nos consideramos mejores que los demás, sino que hemos encontrado en Jesucristo y en su Iglesia el gozo del perdón y de nuestra regeneración espiritual permanente. La celebración frecuente del sacramento del perdón y de la penitencia es indispensable para construir desde dentro la verdad y el fervor misionero de la Iglesia.
Los sacerdotes y catequistas tenemos que tomar en serio la necesaria recuperación de la estima por el sacramento de la penitencia entre los fieles cristianos. Ya es hora de dejar las improvisaciones, los ensayos irresponsables, la grave indisciplina que se ha manifestado en torno a este sacramento y que tan graves males ha provocado en el Pueblo de Dios. En las catequesis y predicaciones es indispensable una buena presentación del sacramento en todo su valor, enraizado en el bautismo y en el perdón permanente y necesario de Dios, integrado por las palabras sacramentales y la expresión del arrepentimiento de nuestros pecados, culminación de la gracia del arrepentimiento y de la penitencia personal, acompañamiento indispensable del crecimiento del cristiano en el amor y en la unión con Cristo, hecho expiación por nuestros pecados y dador del Espíritu divino de amor y santificación.
En todas las Iglesias tendría que haber anualmente algunos días de catequesis sobre el sacramento de la penitencia. La estima por este sacramento tiene que manifestarse en la dedicación de un bello espacio dispuesto para celebrar dignamente este sacramento como un momento de primera importancia de la acción pastoral de la parroquia.
Los fieles tienen que saber qué días y a qué hora les ofrece su parroquia la posibilidad de celebrar el sacramento del perdón, de la reconciliación y de la renovación espiritual. Los sacerdotes debemos sentirnos contentos y orgullosos de haber sido constituidos ministros del perdón de Dios para nuestros hermanos.
El abandono de este sacramento es uno de los peores síntomas del enfriamiento religioso que padecemos dentro de la Iglesia. La celebración frecuente de este sacramento es indispensable para mantener despierta la tensión del cristiano hacia su unión espiritual con Cristo y con el Dios vivo" (Evangelizar, Encuentro, Madrid 2010, pp. 316-317).
Buenos días don Javier. Hace poco aprendí que también es propio llamarlo confesonario sin la i, aunque es verdad que suena raro. Al lúcido don Fernando Sebastián lo gozamos muchos años en esta diócesis española de Pamplona y Tudela.Un fuerte abrazo. NIP
ResponderEliminarCon fe hay que acercarse, vivirlo, disfrutarlo incluso.
EliminarEs verdad.
¡Ah! y muy lúcido don Fernando asumiendo realidades pastorales muy delicadas allí.
un abrazo. Pax!!
Lo precisa muy bien monseñor. Más allá de infantiles argumentos como “yo no me confieso con un hombre”… la pérdida de sentido de la penitencia va unida al desconocimiento del infinito valor del sacramento de la Eucaristía, presencia real de Cristo, a una pretendida incompatibilidad entre justicia y misericordia como atributos de Dios y a olvidar que el sacerdote actúa «in persona Christi», es decir no sólo como “representante”, sino también y, sobre todo, como “instrumento”. Como señala Juan Pablo II, la confesión es siempre un encuentro personal con Cristo.
ResponderEliminarDios le dijo a santa Catalina de Siena, la santa del conocimiento de sí mismo, que la penitencia tiene valor reparador por el amor que se adquiere, por el conocimiento de la bondad de Dios y por la amarga contrición del corazón; este conocimiento engendra el odio y disgusto del pecado y de la propia sensualidad (pues ve en ella la raíz de su pecado). “Este es el camino: que jamás te salgas del conocimiento de tu miseria y… me conozcas a mi en ti.
Hace ya más de veinticinco siglos, Tales de Mileto afirmaba que la cosa más difícil del mundo es conocerse a uno mismo. Las personas tendemos a proyectar fuera de nosotros la culpa y a la ley del mínimo esfuerzo. Una de las mayores tragedias es la falta de percepción del drama que supone el pecado, ya lo advirtió el papa san Pío X. Expresiones superficiales: “como no robo ni mato… no tengo nada de qué confesarme”, se habla de errores, torpezas, malos hábitos, exhibiendo una pretendida tolerancia que no es tal sino deformación de las conciencias. Pero san Juan ya nos dijo "Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría en nosotros”.
¡Qué Dios les bendiga!
Sin duda, en total acuerdo con vos, milady.
EliminarPero le doy la vuelta y añado algo más. ¡Qué triste es escuchar confesiones a veces! ¿Por qué? El tono de rutina, de latiguillo aprendido, de lista de la compra, que te recitan, sin ser conscientes (o no queriendo ser conscientes) de la gravedad y maldad del pecado. Los exhorta, les hablas, pero se nota perfectamente que no enmarcan el Sacramento dentro de su conversión personal, sino de la rutina práctica. A mí me duele.
El sacramento de la penitencia es maravilloso. La pena es que en algunas partes cueste tanto confesarse. Pero bueno, lo que cuesta se valora y se prepara con más ganas. Que Dios le bendiga D. Javier :)
ResponderEliminarEs verdad, le doy la razón.
EliminarA veces cuesta mucho encontrar que el sacerdote realmente esté en el confesionario al menos media hora antes de Misa, o en parroquias grandes del centro de la ciudad, ver que el confesionario está vacío. Tendremos que arreglarlo, ¿no?
Un fuerte abrazo, Miserere, y ¡¡adelante!!