Por una parte consoladora afirmación, por otra parte tremendamente seria y exigente: Cristo vendrá y aparecerá como Juez de vivos y muertos, Aquel que realiza el verdadero y último discernimiento. Entonces cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo.
Tal vez el buenismo reinante, que ignora la realidad del pecado y cree en una salvación automática e inmediata siempre y para todos, le ha restado fuerza y valor a esta venida de Cristo y su juicio, y, sin embargo, eso es lo que aguardamos tal como el mismo Señor nos enseñó.
Nuestra vida ni es indiferente ante Dios ni es irresponsable: lo que hacemos tiene peso delante de Dios y hemos de asumir la responsabilidad de lo que hacemos y de lo que omitimos. Vivamos rectamente y no temeremos al Juez; amémoslo en esta vida y con amor lo recibiremos cuando llegue. Por eso confesamos:
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos.
"n. 6. ¿Qué más? De allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos. Confesémosle como salvador para no temerle como juez. Quien ahora cree en él, cumple sus preceptos y le ama, no temerá cuando venga a juzgar a vivos y muertos; no sólo no temerá, sino que deseará que venga. ¿Hay cosa que nos haga más feliz que la llegada de aquel que deseamos y a quien amamos?
Pero temamos, puesto que será nuestro juez; será entonces nuestro juez quien ahora es nuestro abogado.
Escucha a Juan: Si dijéramos que no tenemos pecados, nosotros mismos nos engañamos y la verdad no habita en nosotros; si, por el contrario, confesamos nuestros pecados, es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda iniquidad. Esto os he escrito para que no pequéis; mas, si alguien pecare, tenemos a Jesucristo, el justo, como abogado ante el Padre, y él es quien suplica insistentemente por el perdón de nuestros pecados.
Si tuvieses que sostener algún pleito ante un juez y te proveyeses de un abogado, serías recibido por él, que trataría de ventilar la causa en cuanto pudiera; pero, si no la hubiese llevado a término y escuchases que iba a ser él el juez, ¿cuál no sería tu alegría, porque pudo ser tu juez quien poco antes fue tu abogado?
También ahora ruega e intercede él por nosotros; le tenemos como abogado, ¿y le tememos como juez?
Más aún, puesto que le enviamos delante como abogado, esperemos con confianza su venida como juez".
(S. Agustín, Serm. 213,6).
El juez es Cristo, y no sólo juez sino también el camino, la verdad y la vida; el juicio se opera ya por la actitud que cada cual adopte para con Él: quien no cree ya está juzgado por haber rechazado la luz, nos dice san Juan. Al final del tiempo se manifestará que Jesucristo es el fundamento y centro que otorga sentido a toda la realidad y a la historia, y a su luz quedarán juzgadas las obras de los hombres. El juicio, más que una sentencia divina conforme a nuestro concepto de sentencia, es una revelación del interior de los corazones humanos.
ResponderEliminar¡Qué Dios les bendiga!
Me gusta lo que nos ofrece hoy. La frase final es cierta, certera. El juicio ya está realizado, según creamos o no en Él. Al final, será una revelación del interior de los corazones, y no un juicio forense exterior a nosotros mismos, donde recibamos, con gran sorpresa, una sentencia absolutoria o condenatoria.
EliminarRepitamos la frase de san Juan: "Quien no cree, ya está juzgado".
Un abrazo
Buenos días don Javier. Mañana en la iglesia de Javier, deslomado, sudoroso y reventado este Melón se acordará del buen y fiel amigo del justo Juez. Un abrazo.
ResponderEliminarPida e interceda por mí y por todos los miembros del blog.
EliminarPor cierto, ¡nunca he ido a Javier! Algún año habrá que solucionarlo.
- Acógeme y abrázame, aunque soy cobarde.
ResponderEliminarCada día repito las palabras del "salmo de la confianza" (el 50), el que en muchos momentos me libra de la desesperanza y del temor: "Padre mío, por tu gran bondad y misericordia".
- Reconozco mis culpas, tienes razón; he pecado y cometido maldad. Por eso, lávame y quedaré limpio. Más aún: hazme oir el gozo y la alegría.
- Padre, purifícame y renuévame cada día, por favor, dame firmeza y generosidad, y abre mis labios, mis manos, mi corazón para proclamar tu alabanza.
- De nuevo acudo a tu bondad para que por tu acogida y tu abrazo puedas reconstruirme; para que tu mirada sostenga mi alma quebrantada y me salves en el día del encuentro definitivo, glorioso, con tu Hijo resucitado, triunfante del dolor y de la muerte.
- ¡Ven, Señor Jesús!: oración de adviento, oración antes de comulgar, oración escatológica por excelencia. Oración final de una vida, pues nuestro descanso es contemplarte.
- ¡Bendice, alma mía, al Señor! (cfr. Salmo 102... ¡y cántese!)
Es una alegría que nuestro Abogado sea a la vez nuestro Juez. Nadie como Él conoce los secretos de nuestro corazón y la verdad interior de lo que somos.
EliminarAsí, con razón, diremos: purifícame... pero también diremos: "Ven, Señor Jesús".
Saludos.