La estructura de la Vigilia pascual más primitiva se centraba en una larga sucesión de lecturas bíblicas, con sus salmos (cantados, claro) y oraciones hasta que llegada la medianoche se rompía el ayuno pascual celebrando la Eucaristía ya que el Señor esa noche no había venido en gloria para juzgar a vivos y muertos. Vendría entonces, pero sacramentalmente.
Una vigilia es una amplio espacio de tiempo nocturno para orar y escuchar las lecturas bíblicas que se proclaman y por las cuales "Dios sigue hablando a su pueblo" (SC 33). El pueblo cristiano aguardaba la resurrección de su Señor escuchando la Palabra, orando intensamente, cantando. No se limitaba a la ejecución de un rito, reduciendo lecturas para abreviar, sino que el carácter vigiliar se manifestaba en la amplia liturgia de la Palabra.
La Vigilia pascual se configura, en su primera parte celebrativa, con una amplia liturgia de la Palabra, con lecturas a cuál más hermosa para llegar al canto del Evangelio de la Resurrección del Señor, que esa noche santísima, sin lugar a dudas, el diácono debería cantarlo.
Esta amplia liturgia de la Palabra (9 lecturas hoy, en la tradición romana antigua incluso 12) era la última instrucción a los electi (los que iban a ser bautizados) y, a la par, la proclamación en síntesis de la historia de la salvación para todos los fieles que van a ver que el Resucitado sigue presente y actuante porque comunica su vida por medio de los sacramentos pascuales. Toda la historia de la salvación, en sus momentos más importantes o significativos, va a avanzar un paso más comunicando la vida divina mediante los sacramentos por medio del Misterio pascual del Señor. Se podría decir que toda la historia de la salvación, desde su inicio en la creación, apuntaba ya a la noche de la Pascua de Jesucristo.
De tal importancia y antigüedad esta liturgia de la Palabra, que la mayor parte de las lecturas escogidas coinciden en todos los ritos y familias litúrgicas, desvelándonos un fondo primitivo, común, que luego fue desarrollado en cada Rito litúrgico occidental u oriental a su modo, con su genio propio.
Las lecturas son todas un anuncio y profecía de lo que en Cristo se va a realizar, su Resurrección, y de lo que va a producir en nosotros: la comunicación sacramental de su vida y santidad. La Vigilia se caracteriza por esta escucha obediente y amorosa de la historia de la salvación, y sería una pena reducir tanto el número de lecturas de la Vigilia que apenas se distinguiese de cualquier Misa vespertina.
7 lecturas son del Antiguo Testamento leído a la luz de Cristo (de hecho, el cirio pascual brilla encendido al lado del ambón: es Él la luz de las Escrituras, su clave de interpretación), cada lectura con el canto de su correspondiente salmo responsorial y una oración del sacerdote tras el silencio meditativo del "Oremos". Estas oraciones pertenecen a los Sacramentarios romanos, por tanto a la tradición romano-carolingia, con teología honda, concisa, de la redención.
El canto del Gloria marca el paso al Nuevo Testamento (tocando las campanas, encendiendo los cirios del altar) y la oración colecta de la Vigilia.
Se proclama la lectura apostólica y se entona solemnemente el Aleluya, cantando varias estrofas del salmo pascual 117, intercalando todos el Aleluya que, ¡por fin!, resuena gozoso en la Iglesia como canto que ahora mismo resuena en las moradas celestiales. En esta noche, de modo excepcional, es el mismo celebrante quien entona el "Aleluya" (o en su defecto, un cantor). Es tanta la alegría pascual y el culmen de la liturgia de la Palabra en el Evangelio, que el "Aleluya" se repite varias veces, y si normalmente sólo desarrolla un verso y se vuelve a repetir el "Aleluya", en esta ocasión no es un sólo versículo, sino varios versículos del salmo 117 (La piedra que desecharon los arquitectos... Éste es el día en que actuó el Señor), intercalando todos, con júbilo en el alma, el bendito y feliz "Aleluya".
El Evangelio de la Resurrección marca el cenit de la Liturgia de la Palabra, el Señor resucita, el canto del diácono lo va marcando. ¡Triunfó Cristo! ¡No hemos de buscarle entre los muertos! ¡No está aquí, ha resucitado! La homilía desplegará las maravillas de esta noche santa y el misterio pascual de Jesucristo.
La normativa de esta celebración en la Carta de la Cong. para el Culto Divino (sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales), señala:
"85. Las lecturas de la Sagrada Escritura constituyen la segunda parte de la Vigilia. Describen momentos culminantes de la historia de la salvación, cuya plácida meditación se facilita a los fieles con el canto del salmo responsorial, el silencio y la oración del sacerdote celebrante.
La estructura restaurada de la Vigilia presenta siete lecturas del Antiguo Testamento entresacadas de los libros de la Ley y de los Profetas, ya utilizadas frecuentemente en las antiguas tradiciones litúrgicas de Oriente y Occidente, y dos del Nuevo Testamento, es decir la lectura del Apóstol y del Evangelio. De esta manera, la Iglesia "comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas", interpreta el misterio pascual de Cristo. Por lo tanto, en la medida en que sea posible, léanse todas las lecturas indicadas para conservar intacta la índole propia de la Vigilia pascual que exige una cierta duración.
Sin embargo, si las circunstancias pastorales aconsejan que se reduzcan aún el número de las lecturas, léanse al menos tres lecturas del Antiguo Testamento, de manera que estén representadas la Ley y los Profetas; nunca se puede omitir la lectura del capítulo 14 del Éxodo, con su cántico.
86. El significado tipológico de los textos del Antiguo Testamento tiene sus raíces en el Nuevo y aparece sobre todo en las oraciones que el sacerdote celebrante pronuncia después de cada lectura; podrá también ser útil para llamar la atención hacia este significado una breve monición hecha antes de la lectura. Estas moniciones puede hacerlas el mismo sacerdote o el diácono. Las Comisiones nacionales o diocesanas de Liturgia procurarán material apto que pueda servir de ayuda a los pastores.
Después de cada lectura se canta el salmo con la respuesta del pueblo.
En la repetición de estos diversos elementos manténgase el ritmo adecuado para facilitar la participación y devoción de los fieles. Evítese con todo cuidado que los salmos responsoriales sean sustituidos por cancioncillas populares.
87. Terminada la lectura del Antiguo Testamento, se canta el himno "Gloria a Dios", se hacen sonar las campanas según las costumbres de cada lugar, se dice la oración colecta y de este modo se pasa a las lecturas del Nuevo Testamento. Se lee la exhortación del Apóstol sobre el Bautismo entendido como inserción en el misterio pascual de Cristo.
Después, todos se levantan y el sacerdote entona por tres veces el "Aleluya", elevando gradualmente la voz, y repitiéndolo la asamblea . Si fuese necesario, el salmista o cantor entona el "Aleluya", que el pueblo prosigue intercalando la aclamación entre los versículos del salmo 117, tan a menudo citado por los apóstoles en la predicación pascual. Sigue el anuncio de la Resurrección del Señor con la lectura del Evangelio, culmen de toda la liturgia de la Palabra. Terminada la proclamación del Evangelio no se omita a la homilía, aunque sea breve".
Si hemos leído atentamente, observaremos que hay mucha teología y mucha espiritualidad en las rúbricas y en el sentido de lo que se hace. Es una celebración riquísima en simbolismo, de teología sacramental en acto, de participación en los misterios salvadores, y por tanto, debe tener su justo ritmo al celebrar (ni cansino a base de moniciones, ni fugaz suprimiendo todo lo que se permite), ambiente de escucha interior.
De cara a la celebración habremos de cuidar algunos detalles:
-Evitemos reducir demasiado las lecturas, es tiempo nocturno de escuchar a Dios en su Palabra y es precisamente el amplio desarrollo de la liturgia de la Palabra lo que caracteriza una Vigilia.
-Suma importancia de cantar cada salmo, el Gloria y el Aleluya. Si no se hace, se pierde fuerza meditativa y todo se convierte en un recitado insulso y monótono.
-La pausa de silencio tras el "Oremos" de cada oración marca un momento orante. Los ritos no deben precipitarse uno tras otro, el silencio es sagrado en la liturgia y debe observarse para orar personalmente también. La Palabra que se proclama exige ser interiorizada de manera creyente, mariana. El silencio produce un eco de la Palabra de Dios escuchada en el propio corazón.
-Los lectores deben ser buenos comunicadores, con dicción clara y entonación diversa según el género de la lectura, sin abandonarse a la improvisación. Deben ser elegidos para este importantísimo ministerio en función sólo de la claridad al leer, ensayando y releyendo antes en voz alta las lecturas.
-Favorece la solemnidad propia del rito romano, si es posible, que el sacerdote cante todas las oraciones y el diácono cante el Evangelio. En esta noche, la solemnidad es la mayor posible, y el canto es la forma de la solemnidad en la liturgia. Incluso en las comunidades cristianas más sencillas, más pobres en número, las oraciones al menos las debería cantar el sacerdote para ayudar a orar festivamente.
¿Y espiritualmente?
La disposición interior ha de ser la escucha meditativa y gozosa de las Gestas de Dios que se van a realizar luego en los Sacramentos; orar, escuchar y cantar será la forma de participar, dejando que el Espíritu Santo sople, actúe, encienda de nuevo a la Iglesia en el fuego de la Vida Resucitada.
La monición del Misal romano que el sacerdote lee obligatoriamente para introducir la Liturgia de la Palabra tras el Lucernario es esclarecedora; es una monición obligatoria y la única vez que el Misal Romano prescribe una monición amplia leída por el sacerdote (u Obispo en su catedral). Fijémonos en su contenido que orienta clarísimamente el enfoque espiritual con que hemos de escuchar y orar la Palabra:
"Hermanos: Con el pregón solemne de la Pascua, hemos entrado ya en la noche santa de la resurrección del Señor. Escuchemos, en silencio meditativo, la palabra de Dios. Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la Historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que, con su muerte y resurrección, salvara a todos los hombres. Mientras contemplamos la gran trayectoria de esta Historia santa, oremos intensamente, para que el designio de salvación universal, que Dios inició con Israel, llegue a su plenitud y alcance a toda la humanidad por el misterio de la resurrección de Jesucristo".
Las lecturas reciben una interpretación tipológica, es decir, de anuncio, figura y profecía en Cristo de lo que va a ocurrir, mediante sus respectivas oraciones, o también anuncio y figura de lo que Cristo va a realizar en esa noche santísima por medio de los sacramentos. Por ejemplo, la maravilla de la redención se reza en una oración compuesta por san León Magno:
"Oh Dios, que con acción maravillosa creaste al hombre y con mayor maravilla lo redimiste;
concédenos resistir a los atractivos del pecado, guiados por la sabiduría del Espíritu, para llegar a las alegrías del cielo".
"Dios todopoderoso y eterno, admirable siempre en todas tus obras;O, por último entre otros ejemplos que se podrían traer a colación, la renovación de todas las cosas creadas y del hombre caído por la vida pascual del Salvador:
que tus redimidos comprendan cómo la creación del mundo en el comienzo de los siglos,
no fue obra de mayor grandezaque el sacrificio pascual de Cristo en la plenitud de los tiempos".
"Oh Dios, poder inmutable y luz sin ocaso, mira con bondad a tu Iglesia,
sacramento de la nueva alianza,
y, según tus eternos designios, lleva a término la obra de la salvación humana;
que todo el mundo experimente y vea cómo lo abatido se levanta,
lo viejo se renueva y vuelve a su integridad primera,
por medio de nuestro Señor Jesucristo, de quien todo procede".
¡Silencio meditativo, oración intensa! Es la noche de la intervención de Dios.
Hoy un segundo díptico para el "apostolado de la fotocopia". Ya diréis si os es útil.
Muy atinada la observación de no sustituir los salmos responsoriales por cancioncillas populares (debería advertirse cosa semejante respecto a la oración de los fieles en todas las celebraciones).
ResponderEliminarA mí me gusta mucho la poesía, y con mis disculpas a don Oscar si lee esta entrada, aunque la belleza del canto litúrgico me traslade a otra dimensión, no estoy totalmente de acuerdo con que el recitado de los Salmos tenga necesariamente que ser insulso y monótono. Por más que me repita: muchos lectores españoles no saben leer ni recitar la Sagrada Escritura, la leen o recitan como pudieran hacerlo con cualquier otro texto; la belleza, musicalidad y profundidad de los Salmos son tales que parece imposible (si una no lo oyera habitualmente con sus propios oídos) que se puedan destrozar de tal forma. Dentro de los textos bíblicos, los Salmos son fundamentalmente una alabanza y como tal alabanza han de ser recitados o cantados.
La palabra aleluya, הַלְּלוּיָהּ, se suele traducir de un modo superficial por alegría pero esto no es correcto. Aleluya es una exclamación de júbilo adoptada del judaísmo, la palabra más alegre para alabar al Creador. Es una adaptación de la expresión hebrea hallĕlū Yăh, que significa “alabad a Yhav”. En los textos sagrados hebreos el término aparece 24 veces. San Agustín, relaciona la liturgia con el tiempo celestial, diciendo que los que en la Tierra digan "Amén" para aceptar a Dios plenamente, en el Cielo dirán "Aleluya" para cantar su gloria y su poder.
"Escucha obediente y amorosa de la historia de la salvación. ¡Silencio meditativo, oración intensa! Es la noche de la intervención de Dios" ¡¡¡Eso es ¡!!
(Pues si, don Javier, entramos en la el templo con la falta de silencio y recogimiento que nos caracteriza a los católicos españoles, paseos para arriba, paseos para abajo, se nos avisa que tenemos que salir por una de las puertas para el rito de fuego, carreras, apelotonamiento; finalizado el rito nos dirigimos a la puerta pero no en procesión sino en masa, dentro del templo nuevas carreras y desorden para volver a ocupar el banco. Yo admito que a mí me disgusta profundamente que se confunda la celebración litúrgica con “un ji, ji, ja, ja” pero, aún dando por supuesto que yo sea una exagerada, hay cosas de juzgado de guardia. Este párrafo es efecto de la tapioca ¿Es vd el sacerdote que aparece en la foto?)
¡Qué Dios les bendiga!
Me pilla aquí, en el blog, y aprovecho para responderle ya.
ResponderEliminarLos salmos son salmos, y por tanto insustituibles por cualquier canción. Es verdad que son poesía y si no hay más remedio que leerlos, habrá que hacerlo recitando poesía, con el tono y melodía apropiado, pero es preferible cantarlos porque es "poesía" cantada.
El Aleluya es, cierto, "alabad al Señor", no "alegría". Ya le dedicamos en este blog unas cuantas catequesis.
Y respeto a los temas prácticos de la Vigilia: es falta de organización. Lo lógico (pero falta sentido común), es tener la iglesia cerrada, todos en la puerta para el fuego y luego por el pasillo central entramos todos cantando "Oh luz gozosa". Pero la realidad es la que vd. describe, convirtiendo un momento bello en una carrera contra reloj.
Tiene razón: el sacerdote de la foto soy yo, incensando el evangelio, hace tres años (la Pascua de 2009). He colgado la foto porque no tengo otras de los diferentes momentos de la Vigilia y ese año un amigo que asistió con su familia se dedicó a hacerme el reportaje.
Se nota que el caldito ya se lo prepara vd y no es el de hospital. ¡Va teniendo fuerza!
jeje, Por cierto... ¡¡cuánta delicadeza con mi amigo Óscar!! Si cuando él viene al blog viene para pincharme amistosamente!!! Y encima, ahora, ni viene por aquí!!!!! jeje
Eliminarme encantan las vigilias, me hacen estar mas conectada a Dios.
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