El fuego está sobre una zarza –otros autores leen “un zarzal”- y allí se manifiesta Dios, al que no se le ve, sino que se le oye y su descubre su Presencia en el fuego siguiendo el relato del libro del Éxodo (cap. 3). En la imagen icónica, el rostro joven, sin barba, está completamente circundado por la zarza y el fuego de modo que no es posible que Moisés lo pueda ver. El fuego y la zarza son dos elementos intangibles, no se pueden tocar, incluso hay que guardar una cierta distancia ante ellos. Ahí se hace presente Dios, porque el Misterio no puede ser tocado por el hombre, ni manipulado, ni controlado .
El fuego que es incontrolable y que proviene del cielo (“como un rayo”) es elemento muy presente en las hierofanías veterotestamentarias. Expresa un carácter divino y además y sobre todo, la absoluta libertad de Dios de manifestarse de formas distintas que el hombre no pueda ni abarcar ni supeditar a su voluntad. “Toda hierofanía [manifestación de lo sagrado], incluso la más elemental, revela esa paradójica coincidencia de lo sagrado con lo profano, del ser y del no ser, de lo absoluto y de lo relativo, de lo eterno y del devenir... Podría incluso decirse que las hierofanías todas no son sino prefiguraciones del milagro de la encarnación, que cada hierofanía no es sino un intento fallido de revelar el misterio de la coincidencia hombre-Dios... La morfología de las hierofanías primitivas no aparece en manera alguna como absurda dentro de la perspectiva de la teología cristiana: Dios disfruta de una libertad que le permite adoptar cualquier forma, incluso la de la piedra o la de la madera... En definitiva, lo paradójico, lo ininteligible, no es el hecho de la manifestación de lo sagrado en piedras o árboles, sino el hecho mismo de que se manifieste y, por consiguiente, se limite y se haga relativo” (Mircea Eliade) .
El fuego es el primer elemento destacable, empleado por Yahvé muy frecuentemente, de hecho “sus hierofanías celestes y atmosféricas constituyeron muy pronto el núcleo de las experiencias religiosas gracias al cual fueron posibles las revelaciones ulteriores... La zarza ardiente del episodio de Moisés, la columna de fuego y las nubes que conducían a los israelitas por el desierto son epifanías yahvistas... El Señor es el único y verdadero dueño del cosmos” (Id.).
El fuego que es incontrolable y que proviene del cielo (“como un rayo”) es elemento muy presente en las hierofanías veterotestamentarias. Expresa un carácter divino y además y sobre todo, la absoluta libertad de Dios de manifestarse de formas distintas que el hombre no pueda ni abarcar ni supeditar a su voluntad. “Toda hierofanía [manifestación de lo sagrado], incluso la más elemental, revela esa paradójica coincidencia de lo sagrado con lo profano, del ser y del no ser, de lo absoluto y de lo relativo, de lo eterno y del devenir... Podría incluso decirse que las hierofanías todas no son sino prefiguraciones del milagro de la encarnación, que cada hierofanía no es sino un intento fallido de revelar el misterio de la coincidencia hombre-Dios... La morfología de las hierofanías primitivas no aparece en manera alguna como absurda dentro de la perspectiva de la teología cristiana: Dios disfruta de una libertad que le permite adoptar cualquier forma, incluso la de la piedra o la de la madera... En definitiva, lo paradójico, lo ininteligible, no es el hecho de la manifestación de lo sagrado en piedras o árboles, sino el hecho mismo de que se manifieste y, por consiguiente, se limite y se haga relativo” (Mircea Eliade) .
El fuego es el primer elemento destacable, empleado por Yahvé muy frecuentemente, de hecho “sus hierofanías celestes y atmosféricas constituyeron muy pronto el núcleo de las experiencias religiosas gracias al cual fueron posibles las revelaciones ulteriores... La zarza ardiente del episodio de Moisés, la columna de fuego y las nubes que conducían a los israelitas por el desierto son epifanías yahvistas... El Señor es el único y verdadero dueño del cosmos” (Id.).
¿Por qué el fuego? “Porque el fuego es elemento de Dios. Todos los elementos son de Dios: el agua, la tierra, el aire...; pero recordemos que la tierra con agua y aire se la ha dado a los hombres, mientras que el cielo es del Señor, y Dios tiene el fuego como elemento de su presencia. Entre los muchos textos que se pueden citar, escogemos el salmo 50,3: “Viene nuestro Dios y no callará. Le precede fuego voraz”... Podríamos multiplicar citas, pero vamos, sin más a fijarnos en los aspectos dominantes del elemento fuego. Uno de ellos es el de ser inaccesible. “¿Quién podrá habitar en un fuego devorador?”. Pues Dios reside en el fuego y es, por ello, inaccesible... Además, el fuego es elemento de Dios y puede en un caso determinado ser ejecutor de su castigo, un castigo que aniquila, destruye, consume totalmente” (Shökel).
“Cuando Moisés llega al monte de Dios, el Horeb (también llamado Sinaí), Dios se le aparece en medio de una zarza que arde sin devorar la vegetación que la rodea. Las espinas y las zarzas constituyen, en la tradición bíblica, aquello que el fuego reduce a ceniza con mayor facilidad. Simbolizan todo lo que es orgulloso y la cólera divina puede destruir fácilmente... Un fuego que consume nada es más que el ardor de la cólera divina. Es la imagen de la eternidad del Señor, de la actividad interna del Todopoderoso, antes de que intervenga en el espacio y el tiempo de los hombres”
El segundo elemento, la zarza. Lo vegetal tiene sus implicaciones hierofánicas, más sencillas y comunes en el mundo simbólico. “La vegetación encarna (o significa o participa de) la realidad que se hace vida, que crea incesantemente, que se regenera manifestándose en un sinnúmero de formas sin agotarse jamás... la vida se manifiesta a través de un símbolo vegetal, lo cual equivale a decir que la vegetación se convierte en una hierofanía –es decir, que encarna y revela lo sagrado- en la medida en que significa algo distinto de ella. Un árbol o una planta no son nunca sagrados en tanto que árbol o planta; llegan a serlo en cuanto participan de una realidad trascendente. Por su consagración, la especie vegetal concreta, “profana”, se transustancia; para la dialéctica de lo sagrado, un fragmento (un árbol, una planta) equivale al todo (el cosmos, la vida), un objeto profano se convierte en hierofanía” (Mircea Eliade).
Lo vegetal, la realidad que se hace vida, es lugar en el Horeb de la manifestación de Dios. En la vida creada Él se hace presente, pero no consume la zarza, no destruye la vida, no ama la muerte, sino que es Dios de vivos, Dios de la vida, que se manifiesta por su obra, la creación, y que se manifiesta en su creación, sin destruirla.
La zarza, como el fuego, son intocables, intangibles, y manifiestan muy bien la imposibilidad del acceso pleno al Misterio. “Se puede pensar que la zarza es verde: si el rebaño sale a pastar, es porque encuentra verde; y en el verdor de la zarza se agita con inquietud la llama sin tocar ni destruir el zarzal. También éste tiene algo de inaccesible con sus puntas erizadas. No es planta doméstica ni frutal generoso, sino arbusto agreste y áspero que con sus púas se defiende de hombres y animales. Allí está la divinidad, inaccesible por el fuego y por las zarzas” (Shökel).
Lo vegetal, la realidad que se hace vida, es lugar en el Horeb de la manifestación de Dios. En la vida creada Él se hace presente, pero no consume la zarza, no destruye la vida, no ama la muerte, sino que es Dios de vivos, Dios de la vida, que se manifiesta por su obra, la creación, y que se manifiesta en su creación, sin destruirla.
La zarza, como el fuego, son intocables, intangibles, y manifiestan muy bien la imposibilidad del acceso pleno al Misterio. “Se puede pensar que la zarza es verde: si el rebaño sale a pastar, es porque encuentra verde; y en el verdor de la zarza se agita con inquietud la llama sin tocar ni destruir el zarzal. También éste tiene algo de inaccesible con sus puntas erizadas. No es planta doméstica ni frutal generoso, sino arbusto agreste y áspero que con sus púas se defiende de hombres y animales. Allí está la divinidad, inaccesible por el fuego y por las zarzas” (Shökel).
Dios se revela y, al mismo tiempo, supera su revelación porque ningún hombre puede abarcar a Dios, sino el Espíritu de Dios que lo sondea todo. Nosotros recibimos la revelación de Dios, le conocemos, le respondemos, pero jamás podremos manipular el Misterio. Dios siempre es mayor.
Hola Don Javier: Me entusiasmó la entrada, es profunda.(Uno de los secretos más importantes en mi relación con Él es precisamente el no agarrarlo, siguiendo la entrada; nadie agarra al Fuego y en cambio nos ofrecemos en alma y cuerpo, completos,como zarzas, antorchas, soporte de la presencia real. Tengo a Dios cautivo en libertad y obra a Voluntad, a veces raspo. Cuando yo quería tocar, agarrar, me quedaba con una foto que pronto perdía colorido y viveza, Él escapaba, enseñándome a coscorrones a comportarme en su presencia, en lo secreto totalmente prendido a Él y en sus abrazos ya no me agarro, Dios es como Es, Libre en mi escondido, ahora hay un respeto sagrado, paz presente, y la proximidad, me parece, ¿iré engañado?, es mucho mayor, ahora llena todo su templo la nube, niebla, incienso de oración purificando y espero que santificando algo este corazón lleno de trastos, pero ya no veo nada, no deja de sorprenderme así que sus sorpresas son el “guiño” que me dejan sosegado.)
ResponderEliminar¡qué bello y bien bibliado lo explica padre!.
Cuando siendo adolescente, hace 12-14 años, leí por primera y única vez la "Introducción al cristianismo" de Ratzinger me marcó especialmente la reflexión que él hacía sobre el "descendió a los infiernos" y el silencio de Dios.
ResponderEliminarBásicamente Él calla, y de alguna manera podemos decir que la historia de la Iglesia desde Pentecostés es un continuo Sábado Santo: no por lo que pueda tener de triste, sino de silencioso actuar.
El fuego y la zarza son símbolos de la Presencia inasible, que sin embargo está ahí. Igual pasa con la parousia eucarística: está, pero inasible, en silencio, en esta tierra y cielo que ya son nuevos.
El Sacrificio y la redención que se realizan en el silencio de la historia, que pasaron como desapercibidas.
¡Qué de conclusiones prácticas podemos sacar de esta parousía oculta en el seno del silencio! Pero no lo haré no sea que digas que vengo bravo.
Me parece una auténtica joya.
ResponderEliminarNo deje, por favor de instruirnos.
"Escondido de todo entendimiento" San Juan de la Cruz.
Maravillosas y profundas analogías D. Javier. Misterio que se desvela y al mismo tiempo es imposible de entender del todo.
ResponderEliminarDios le bendiga :)
Es muy hermoso todo cuanto se describe en este post...
ResponderEliminarEl Horeb, el Monte de Dios.
el Monte del Encuentro...
Es inútil querer abarcar al Infinito.
Nisiquiera vale la pena intentarlo.
Pero lo verdaderamente maravilloso es que es Él el que toma la iniciativa y decide, en Su Perfecta Libertad, acercarse al hombre mortal, " haciendo un poco de ruido "... (por algo el oído es el último de los sentidos que se pierde)
¡Escucha, oh Israel, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, toda tu mente, todas tus fuerzas...!
La pequeñez y limitación del hombre sabio, que se sabe tierra y aprende a apreciar esa Llamada de Amor, esa Llamarada de Amor, siguiendo la tónica de su post de hoy...
Ningún hombre puede abarcar a Dios, más Él se hace abarcable, " achicándose " ante el hombre, para que este pueda adorarlo en espíritu y en verdad. En el Espíritu y en la Verdad.
Un texto bellísimo, muchas gracias.