miércoles, 13 de octubre de 2010

Descalzos ante el Misterio (Ex 3)

Moisés sube la montaña movido por un espectáculo que le sorprende y le atrae irresistiblemente: en la montaña ve fuego sobre unas zarzas, pero éstas no se consumen. Es llamado por su nombre, señal de que aquella Voz tiene dominio sobre él, que Dios es quien tiene la soberanía sobre todas las cosas y puede nombrar, que es cierta forma de poseer. Recibe un mandato: descalzarse, y se le da la razón: “el sitio que pisas es sagrado”. Está ante Dios, es sagrado el sitio y es teofánico el espectáculo. Ir calzado sería pisar con poder y dominio, con señorío sobre el lugar y sobre la situación misma, y el hombre no puede dominar ni pisar el Misterio, sino ser atrapado por él, seducido por él. Nada que ver, pues, con “las botas jactanciosas del guerrero” (Is 9, 5) que van avasallando, sometiendo, imponiéndose.  

“Quitarse las sandalias es un acto de respeto. Quizás sea el recuerdo de una desnudez que, antiguamente, era el símbolo de un abandono al dios ante el que alguien se presentaba” . Asimismo, “a la orden de descalzarse Moisés obedece; por su cuenta se tapa la cara. Son medidas de seguridad ritual. De los pies –sandalias- a la cabeza –cara- todo el hombre spera en silencio. Oculta su rostro, pero atiende. El encuentro con Dios es un riesgo y un acontecimiento salvador que llama a una vida nueva” (AA.VV., Comentario al Antiguo Testamento, Vol. I, Madrid 1999 (3ª ed.), p. 124).

Por eso, el primer sentido que se puede deducir es que quitarse las sandalias es tocar tierra, humillarse y situarse con humildad ante el Misterio, o lo que es lo mismo, adorar el Misterio, que es el acceso verdadero y el reconocimiento de la grandeza (y amor) de Dios y de la pequeñez del hombre que se postra ante Él, que se descalza ante Él, que le rinde homenaje de adoración.

    El segundo sentido, asociado al primero de la adoración, es la purificación. En las sandalias se arrastra el polvo de lo mundano, del suelo del pecado, y nada impuro puede haber ante Dios. Es Orígenes quien desarrolla este simbolismo, en cierto modo, de pureza exterior y a la vez interior: 


“Cuando Moisés llegó al lugar que Dios le había mostrado, no le fue permitido subir, sino que se le dijo: “Desata la correa de tus sandalias”. A Abraham e Isaac no se les dice nada semejante, sino que suben sin descalzarse. El motivo de esto tal vez sea que Moisés, aun siendo “grande” (cf. Ex 11,3), venía sin embargo de Egipto, y tenía algunos lazos de mortalidad anudados a sus pies” (Hom. In Gen., VIII, 7).

    San Gregorio de Nisa, desde su interpretación mística, destacará más bien la purificación del ojo interior, del corazón, para ver la luz de la zarza que es Dios: 

“Esta luz ante todo nos enseña lo que debemos hacer para mantenernos bajo los rayos de la luz verdadera. Pies calzados no pueden subir a la altura donde se ve la luz de la verdad. Hay que descalzar los pies del alma, despojarnos de las pieles terrenales con que nuestra naturaleza se revistió al principio cuando nos hallábamos desnudos por no cumplir lo que Dios manda. A la desnudez espiritual sigue el conocimiento de la verdad, manifiesta por sí misma. Conocemos plenamente lo que somos cuando la mente se purifica de las ideas que tiene sobre lo que no es” (Vita Moys., II, 22).

    La interpretación mística del hecho de descalzarse llega a nuestro propio patrimonio espiritual con san Juan de la Cruz, que lo interpreta como la desnudez de apetitos, de sentidos y de imágenes ante Dios:

    “Nácele al alma tratar con Dios con más comedimiento y más cortesía, que es lo que siempre ha de tener el trato con el altísimo, lo cual en la prosperidad de su gusto y consuelo no hacía... Como acaeció a Moisés cuando sintió que Dios le hablaba, cegado de aquel gusto y apetito, sin más consideración, se atrevía a llegar, si no le mandara Dios que se detuviera y descalzara. Por lo cual denota el respeto y discreción en desnudez de apetito con que se ha de tratar con Dios; de donde, cuando obedeció en esto Moisés, quedó tan puesto en razón y tan advertido, que dice la Escritura que no sólo no se atrevió a llegar, más que ni aun osaba considerar; porque, quitados los zapatos de los apetitos y gustos, conocía su miseria grandemente delante de Dios, porque así le convenía para oír la palabra de Dios” (San Juan de la Cruz, 1N 12,3).

    Reconozcamos entonces que:

“Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de él: "No ejecutaré el ardor de mi cólera... porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Os 11,9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3,19-20)” (CAT 208).

    Descalzarse será el signo de la adoración y sumisión; ¡adorar el Misterio !, el estupor ante el Misterio, el reconocimiento de la Presencia.

4 comentarios:

  1. Estupenda mistagogía D. Javier, enhorabuena por la claridad y profundidad. El episodio de la Zarza Ardiente merece ser meditado sin pausa. Podríamos pensar que Dios nos muestra, por medio de Moises. cómo debemos de buscarle. Humildemente sugiero otro nivel de comprensión de la acción de descalzarse.

    Si pisamos terreno sagrado, es que estamos en predisposición de comunicación mística con Él... y para que la unión sea la mejor posible, debemos tocar el terreno con nuestros piés, el sustrato de la sacralidad. Si no nos descalzarnos quedamos aislados de lo sagrado... y perdemos la oportunidad de acercarnos a Dios.

    Dios le bendiga :)

    ResponderEliminar
  2. Miserere:

    Ok, perfecto.

    ¿Quién quiere hoy descalzarse? ¿Quién está descalzo para poder percibir? Ese ya sería el problema segundo, el de la evangelización. La oferta de Dios que sale al encuentro... cuando no hay nadie que le esté deseando ni buscando.

    ResponderEliminar
  3. Me temo: D. Javier, que pocas personas están dispuestas a descazarse hoy en día. La soberbia, la ignorancia hacen que pasemos por encima del suelo sagrado como si pisáramos un centro comercial.

    En la sociedad de consumo en que vivimos, lo que necesitamos se coge y se gasta. Solo cuesta un golpe de tarjeta de crédito. Con ese plastiquito, tenemos lo que queremos y ... lo que queremos tapa lo que necesitamos. Sobre todo se media esfuerzo, humildad, entrega y compromiso.

    A la sociedad de hoy les pasa como a los atenienses del Areópago. S. Pablo se desgañitó y se entregó en la transmisión del kerigma... pero ellos no lo necesitaban. Ya estaban colmados de si mismos, de su cultura y de su saber.

    Tenían y tenemos demasiada riqueza de nosotros mismos... y a los ricos nos cuesta pasar por el ojo de una aguja. Tenemos demasiado que perder y no parece importarnos perdernos a nosotros mismos. Total...

    Pero... :) Todavía hay personas deseosas y necesitadas de Dios. Seguro que cada vez son más. Nuestro ser necesita de Dios y tarde o temprano empezamos a buscarle. Lo que tenemos que hacer es estar preparados con el candil lleno de aceite, para guiarlas al Novio. Como las vírgenes sensatas de la parábola. Dios es grande!! :)

    ResponderEliminar
  4. Precioso, Miserere, precioso realmente.

    Tal vez haya un rebrote, un repunte de esa sed, aunque no parezca que sea algo generalizado ni tan amplio como nos gustaría.

    Descalcémonos: estamos ante el Misterio; también ante el Misterio de cómo milagrosa y ocultamente despierta la sed y se halla la Fuente.

    ResponderEliminar