El Horeb es montaña desértica y rocosa: ni árboles ni flores ni el verdor que recree y aliente. Todo es abrupto, ronco, áspero, difícil. Y ahí es donde Dios se va a revelar. Nada que ver con el vergel, el jardín del Edén, en el que pasear cómodamente con Dios; Adán fue expulsado y se le señaló que la tierra que él iba a trabajar costosamente, con el sudor de su frente, le produciría “abrojos y espinas” (Gn 3,18): aquí son las espinas de las zarzas, aquí la tierra que no es cultivable, que es lugar de destierro del paraíso. En el lugar de la vida maldita, en el lugar desértico donde el hombre yace postrado por el pecado, Dios va a salir a su encuentro, se va a manifestar. Es Dios el que busca al hombre antes incluso de que el propio hombre busque conscientemente a Dios: “Mucho más allá de nuestra capacidad de buscar y desear a Dios, ya antes hemos sido buscados y deseados, más aún, encontrados y redimidos por él” (BENEDICTO XVI, Discurso en la abadía de Heiligenkreuz (Austria, 9-septiembre-2007).
Es la radical novedad del anuncio cristiano: Dios viene al encuentro del hombre; en la zarza ardiente ha salido ya a buscar al hombre para salvarlo y liberarlo; pero vendrá Él mismo al desierto de la existencia humana para abrazar al hombre herido que necesitaba de Él.
“La economía del Antiguo Testamento está esencialmente ordenada a preparar y anunciar la venida de Cristo, Redentor del universo, y de su Reino mesiánico. Los libros de la Antigua Alianza son así testigos permanentes de una atenta pedagogía divina. En Cristo esta pedagogía alcanza su meta: El no se limita a hablar «en nombre de Dios» como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla en su Verbo eterno hecho carne. Encontramos aquí el punto esencial por el que el cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo... El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia. En Cristo la religión ya no es un «buscar a Dios a tientas» (cf. Hch 17, 27), sino una respuesta de fe a Dios que se revela” (JUAN PABLO II, Tertio millennio adveniente, 6).
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