Expone De Lubac un párrafo antológico que es el núcleo de su pensamiento eclesiológico y de su planteamiento eucarístico, ofreciendo nuevas luces a la teología contemporánea:
“Todo esto nos invita a considerar las relaciones entre la Iglesia y la Eucaristía. Se puede afirmar que hay una causalidad recíproca entre ambas. Puede decirse que el Salvador ha confiado la una a la otra. Es la Iglesia la que hace la Eucaristía, pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia. En el primer caso, es la Iglesia en cuanto la hemos considerado en su sentido activo, en el ejercicio de su poder de santificación; en el segundo, se trata de la Iglesia en su sentido pasivo, de la Iglesia de los santificados. Y en virtud de esta misteriosa interacción, es el Cuerpo único, en fin de cuentas, el que se construye, en las condiciones de la vida presente, hasta el día de su definitiva perfección” (Meditación sobre la Iglesia, p. 112).
En orden a la Eucaristía, Cristo instituye el sacerdocio principalmente. Es cierto todo cristiano por el bautismo participa del único Sacerdocio de Cristo, con la dignidad del sacerdocio real, con un sacerdocio “místico”, que no es de segundo orden, ni de menor categoría, porque es el sacerdocio de toda la Iglesia. Y esto lo afirma Lubac casi 20 años antes de promulgarse la LG del Vaticano II. Pero “este sacerdocio es puramente espiritual” (p. 114), es decir, en oposición al culto “corporal o material” de los sacrificios de la Antigua Alianza. Por este sacerdocio real, el bautizado ofrece en el altar de su corazón ofrendas a Dios, un verdadero culto racional-razonable. Punto éste sin embargo que apenas se muestra hoy quedando el sacerdocio bautismal vacío de contenido en la predicación y en la catequesis. Este sacerdocio es además comunitario porque la Iglesia es la ciudad sacerdotal, todo el pueblo cristiano ejerce su oficio sacerdotal al celebrar su culto espiritual.
“Pero este sacerdocio del pueblo cristiano no dice relación a la vida litúrgica de la Iglesia. No tiene relación directa con la confección de la Eucaristía” (p. 115). Dentro de este pueblo sacerdotal algunos hombres “han sido “separados” por una nueva consagración y por un orden distinto” (p. 116): con la imposición de las manos reciben el mandato del Señor: “Haced esto”. Y seguirá De Lubac: “La Iglesia “jerárquica” es la que hace la Eucaristía” (p. 116).
El sacramento del orden no es un superbautismo, que eleva a algunos a una categoría nueva de “perfectos”. Todos participan de la misma vida, de la misma gracia y de los mismos sacramentos. Aunque “el que está revestido de la dignidad sacerdotal reciba las correspondientes gracias y sea por eso mismo llamado, por un nuevo título, a la perfección de la vocación cristiana” (p. 116). Y sigue: “No se trata de un grado superior en el “sacerdocio interno” que es común a todos y no se puede aventajar, sino de un “sacerdocio externo” que está reservado a algunos; se trata de un “cargo” que ha sido confiado a algunos con vistas al “sacrificio externo”” (p. 117). Es una manera equilibradísima de presentar el ministerio y el sacerdocio bautismal, evitando los extremos que se ven: ni el clericalismo ensalzando a los ministros ordenados, ni el nuevo clericalismo que “clericaliza” a los laicos, ni el democraticismo donde el ministerio parece que naciera, no de Cristo, sino de la comunidad que delega en alguien (cf. p. 118). El sacerdote “celebra ante todo el culto del Señor, y es, sobre todo y principalmente, el ministro y el representante sacramental de Jesucristo” (p. 118), sin que por eso sea “más cristiano que el simple fiel” (p. 119).
La triple función –tria munera- de la jerarquía es el gobierno, la enseñanza y la santificación; pero el coronamiento es la santificación, porque para santificar las almas no bastaría con gobernar la comunidad ni con partir el Pan de la palabra, sino que es necesario que “se abreven en la fuente de los sacramentos que ha sido confiada a la Iglesia santificadora” (p. 122). “Tener en sus manos la Eucaristía: ésta es, pues, la prerrogativa suprema de la jerarquía en la Iglesia, de los que son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios. Consagrar el cuerpo de Cristo, perpetuar de este modo la obra de la Redención, ofrecer el sacrificio de alabanza, el único sacrificio agradable al Señor, tal es su acción más sacerdotal, tal es el supremo ejercicio de su poder” (p. 123). Y ahí se asocia todo el pueblo cristiano que vive de la Eucaristía.
La Iglesia entera ofrece el Sacrificio eucarístico, y en cada comunidad local, en cada asamblea litúrgica, por la comunión de los santos, que es el dinamismo propio de la Iglesia, se hace presente la Iglesia entera, se visibiliza toda ella. De manera que la Eucaristía es una y única, celebrada por asambleas concretas que visibilizan el ser sacramental de la Iglesia, y no tiene un aspecto privado, intimista, particular, como a veces cada comunidad considera la Eucaristía como “suya”, celebrándola casi al margen de la Iglesia, de sus leyes litúrgicas y de su espíritu católico.
Y este peligro, que es de fondo el subjetivismo que reina en todas partes y un cierto espíritu provinciano que modifica la visión de la Iglesia misma y crea el nuevo “rubricismo” de la creatividad salvaje, de la participación indiscriminada como intervenciones, y de la Eucaristía vinculada sólo a la fraternidad-solidaridad-compromiso, este peligro, decíamos, queda claramente disipado con las afirmaciones del autor en un amplio párrafo iluminador y sugerente:
“La misma palabra Iglesia, según lo hemos visto, significa asamblea. Esta gran asamblea nunca cesa de estar reunida. Pero, según la ley de su esencia sacramental, su reunión invisible debe estar visiblemente significada y manifestada. También puede decirse que su existencia ininterrumpida comporta ciertos momentos culminantes. Jamás ella es más digna de este nombre que cuando, en un lugar determinado, el pueblo de Dios se agrupa en torno a su Pastor para la celebración eucarística. Aunque no es más que una célula del gran cuerpo, se puede sin embargo afirmar que todo el cuerpo se encuentra virtualmente allí. La Iglesia está en lugares diversos, pero no hay diversas Iglesias. La Iglesia está toda entera en cada una de sus partes” (p. 124).
A este respecto, Juan Pablo II definía la liturgia como “la epifanía de la Iglesia” (Carta Vicesimus quintus annus, 9). Es la Iglesia toda la que celebra y ofrece el Sacrificio en cada Misa. “Lo mismo que no hay más que una fe y un solo bautismo, tampoco hay en toda la Iglesia más que un solo Altar. Lo mismo da que esté presente una gran masa de fieles, o que el acólito agite la campanilla para sí solo; siempre es el sacrificio de la comunidad. Doquiera se realiza la gran asamblea, los lazos de la unidad se entretejen. Doquiera está la Iglesia toda entera para la ofrenda del sacrificio” (p. 125).
Todo este es el sentido de “la Iglesia hace la Eucaristía”.
Estupendo artículo D Javier. Gracias.
ResponderEliminarLeyéndolo recordé mi catequesis de confirmación... en la que con curiosidad y cierta malicia, encontraba preguntas que desarbolaban al pobre catequista.
Recuerdo que le pregunté sobre el sacerdocio común... y no me supo decir nada en concreto. A la semana siguiente volvió con un pequeño texto que nos leyó... pero que no terminaba de aclarar qué era ese sacerdocio que tiene todo bautizado. Mi pregunta era sencilla: Si existe será para algo. ¿Para qué sirve de forma práctica el sacerdocio común? El pobre no daba con nada que tuviera coherencia y a la vista de mi insistencia me dijo, desesperado, que me dejara de milongas, que "lo del sacerdocio común servía para contentar a los que no eramos sacerdotes o podíamos serlo". Así que apunté la pregunta para investigarla en el futuro.
Dicho esto, creo que el sacerdocio común es algo que desconocen muchos católicos y los que saben de el,... le suena a música celestial. Por eso, las catequesis, como la que comparte con nosotros, son tan importantes. Hay tantas cosas que desconocemos o no entendemos... que la religión puede terminar siendo entendida como una devoción irracional o un mero compromiso social.
Dios le bendiga :)
En muchos momentos de la Escritura se habla de "pueblo sacerdotal", "seréis sacerdotes..." Para nosotros, por el Bautismo, ser sacerdotes significa ofrecer a Dios y poder ofrecernos en la Santa Misa y en la liturgia de la vida misma. Ser sacerdotes por el Bautismo es poder orar ante Dios directamente -la oración personal y la oración de los fieles que es la liturgia- intercediendo y alabando.
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