A Jesucristo se le suele representar con vestido azul, de su humanidad, y manto rojo de su divinidad; algo parece apuntarse en este icono cuando a Moisés se le representa con túnica azul y en lugar del manto rojo, unas cenefas rojas a la altura de la cintura y bordeando el cuello. Indica así algo más: Moisés está señalando a Cristo o, más precisamente, Moisés es tipo de Cristo. Es lo que muestra el icono precioso que ilustra este artículo.
Moisés es figura de Cristo por cuanto está vuelto a Dios y habla con Él, Dios se le revela, sabe quién es Dios; es figura de Cristo que vence a Egipto, el pecado; figura de Cristo, que conduce al pueblo a la libertad y a la Tierra prometida, que para la nueva alianza es el cielo; es figura de Cristo por sus brazos en cruz orando durante la batalla contra Amalec; es figura de Cristo elevando la serpiente de bronce en el desierto para vivificar a los mordidos de serpiente; es tipo de Cristo intercediendo por el pueblo pecador ante Dios.
Ante la zarza, Moisés es figura de Cristo, pero figura en sombras. Aquí Moisés oye la voz de Dios que le habla y entra en diálogo con Él, pero no llega a verlo cara a cara, sino que el fuego es la presencia hierofánica; tampoco lo verá cuando pida ver su rostro, sino que Yahvé pasará mientras Moisés está en la hendidura de la roca y Dios lo tapa con la mano al pasar para que sólo vea las espaldas. Toda esta tipología señala al Hijo que sí ve el rostro de Dios: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo único que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18); es quien conoce en verdad a Dios: “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Moisés es tipo y figura de Cristo que revela el rostro de Dios, que "da a conocer su nombre” (Jn 17,6).
Moisés es figura de Cristo por cuanto está vuelto a Dios y habla con Él, Dios se le revela, sabe quién es Dios; es figura de Cristo que vence a Egipto, el pecado; figura de Cristo, que conduce al pueblo a la libertad y a la Tierra prometida, que para la nueva alianza es el cielo; es figura de Cristo por sus brazos en cruz orando durante la batalla contra Amalec; es figura de Cristo elevando la serpiente de bronce en el desierto para vivificar a los mordidos de serpiente; es tipo de Cristo intercediendo por el pueblo pecador ante Dios.
Ante la zarza, Moisés es figura de Cristo, pero figura en sombras. Aquí Moisés oye la voz de Dios que le habla y entra en diálogo con Él, pero no llega a verlo cara a cara, sino que el fuego es la presencia hierofánica; tampoco lo verá cuando pida ver su rostro, sino que Yahvé pasará mientras Moisés está en la hendidura de la roca y Dios lo tapa con la mano al pasar para que sólo vea las espaldas. Toda esta tipología señala al Hijo que sí ve el rostro de Dios: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo único que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18); es quien conoce en verdad a Dios: “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Moisés es tipo y figura de Cristo que revela el rostro de Dios, que "da a conocer su nombre” (Jn 17,6).
La tipología de Moisés-Cristo es un modo, incluido en el Nuevo Testamento mismo, de leer la persona de Moisés, que aquí el arte icónico sugiere mediante los colores de la túnica. “La narración de la historia de Moisés se atuvo también al orden de la prefiguración [iniciado] ya desde Adán. Y es digno de la misericordia de Dios que las acciones de todos sus patriarcas reproduzcan de alguna manera la perfección de lo que se había de consumar en nuestro Señor. En efecto, a partir de cualquiera [de los patriarcas] se prefigura por medio de tipos, épocas y generaciones lo que había de cumplirse en Él solo y por medio de Él solo, en cualquier caso todo se ha realizado en ellos o por medio de ellos de modo que los sucesos, que después se iban a consumar por medio de Él y en Él, aluden de cerca de la misma imitación de los hechos que se narran ahora”, dice san Hilario de Poitiers (Tratado de los misterios I, 27), en general, sobre la tipología. Sin agotar el personaje de Moisés, deja indicaciones generales de cómo interpretar cuanto se narra de Moisés de forma tipológica:
“Moisés, hecho grande, busca a sus hermanos retenidos en esclavitud. Luego mata a un egipcio que avasallaba y maltrataba a uno de ellos y a continuación es acusado por aquel mismo al que había vengado del egipcio. ¿Acaso Cristo, cuando cumplió la edad adulta, no visita a su pueblo, a los que eran sus hermanos según la carne? En efecto, vino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. ¿Acaso no abatió y venció al diablo que los avasallaba? Pues nadie saquea el ajuar del fuerte si antes no ha encadenado al fuerte. ¿Acaso no es acusado por aquellos mismos a los que Él había vengado del diablo y había liberado de la esclavitud? De esta manera, lo que es imitación en el que propuso la Ley alcanza la consumación en el Dios de la gracia” (Id., I, 29).
Y lo mismo realiza el Crisóstomo en sus catequesis bautismales: “Moisés levantó en aquel tiempo sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná: nuestro Moisés [Cristo] levanta hacia el cielo las suyas y nos consigue un alimento eterno. Aquel golpeó la roca e hizo correr un manantial: éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del Espíritu. Esta es la razón por la que, como una fuente, la mesa se halla situada en medio, con el fin de que los rebaños puedan desde cualquier parte afluir a la fuente y abrevarse con sus corrientes salvadoras” (Cat., 3, 26).
Nuestra tradición hispana, con el poeta Prudencio de Calahorra (aprox. siglo VI) recoge una interpretación tipológica crística de todos los acontecimientos del Éxodo y de la misma aparición en la zarza:
“Así es, Padre, como resplandecen nuestras casas con tus dádivas, es decir, con las nobles llamas, y emuladora reproduce esta luz el día ausente; huye ante ella vencida la noche con su manto desgarrado.
Pero ¿quién no verá en Dios la alta y viva fuente de la inquieta llama? Moisés, sin duda, vio a Dios ardiendo en llama esplendorosa en medio de la espinosa zarza.
Feliz quien mereció ver al Príncipe del celeste reino en la sagrada zarza, recibiendo el mandato de desatar el calzado de sus pies para no profanar aquel lugar santo con sus sandalias.
Un pueblo de ínclita sangre, amparado en los méritos de sus mayores y débil, acostumbrado a vivir bajo señores bárbaros, sigue, libre ya, este fuego a través de los vastos desiertos.
Por donde caminaban y habían levantado los rápidos campamentos en medio de la oscura noche azul, un rayo de luz más brillante que el sol guiaba al pueblo vigilante con precursora lumbre.
¿Qué lengua, pues, podrá tejer tus alabanzas, ¡oh Cristo!, que obligas a Egipto, domado con diversas plagas, a ceder ante tu caudillo, por fuerza de tu mano, vengadora de la justicia;
que prohíbes a la mar sin caminos saltar en furiosos oleajes para que en su suelo, ya de corrientes descubierto, se abriese, bajo tu imperio, un tránsito seguro y al punto la ola hambrienta devorase a los impíos;
para quien las estériles rocas del desierto hacen brotar cascadas rumorosas y la peña golpeada suelta en abundancia manantiales nuevos, que dan bebida a los pueblos sedientos bajo el abrasado cielo?”
Y lo mismo realiza el Crisóstomo en sus catequesis bautismales: “Moisés levantó en aquel tiempo sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná: nuestro Moisés [Cristo] levanta hacia el cielo las suyas y nos consigue un alimento eterno. Aquel golpeó la roca e hizo correr un manantial: éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del Espíritu. Esta es la razón por la que, como una fuente, la mesa se halla situada en medio, con el fin de que los rebaños puedan desde cualquier parte afluir a la fuente y abrevarse con sus corrientes salvadoras” (Cat., 3, 26).
Nuestra tradición hispana, con el poeta Prudencio de Calahorra (aprox. siglo VI) recoge una interpretación tipológica crística de todos los acontecimientos del Éxodo y de la misma aparición en la zarza:
“Así es, Padre, como resplandecen nuestras casas con tus dádivas, es decir, con las nobles llamas, y emuladora reproduce esta luz el día ausente; huye ante ella vencida la noche con su manto desgarrado.
Pero ¿quién no verá en Dios la alta y viva fuente de la inquieta llama? Moisés, sin duda, vio a Dios ardiendo en llama esplendorosa en medio de la espinosa zarza.
Feliz quien mereció ver al Príncipe del celeste reino en la sagrada zarza, recibiendo el mandato de desatar el calzado de sus pies para no profanar aquel lugar santo con sus sandalias.
Un pueblo de ínclita sangre, amparado en los méritos de sus mayores y débil, acostumbrado a vivir bajo señores bárbaros, sigue, libre ya, este fuego a través de los vastos desiertos.
Por donde caminaban y habían levantado los rápidos campamentos en medio de la oscura noche azul, un rayo de luz más brillante que el sol guiaba al pueblo vigilante con precursora lumbre.
¿Qué lengua, pues, podrá tejer tus alabanzas, ¡oh Cristo!, que obligas a Egipto, domado con diversas plagas, a ceder ante tu caudillo, por fuerza de tu mano, vengadora de la justicia;
que prohíbes a la mar sin caminos saltar en furiosos oleajes para que en su suelo, ya de corrientes descubierto, se abriese, bajo tu imperio, un tránsito seguro y al punto la ola hambrienta devorase a los impíos;
para quien las estériles rocas del desierto hacen brotar cascadas rumorosas y la peña golpeada suelta en abundancia manantiales nuevos, que dan bebida a los pueblos sedientos bajo el abrasado cielo?”
Teología y Fe plasmadas como arte y símbolo. Que Dios le bendiga D. Javier :)
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