el atrio sagrado del cielo.
Y ningún espíritu creado puede comprender
lo que tu presencia llena de gracia,
obra de maravillas para la eternidad
en los corazones, convertidos en templos para ti;
aquí obras fuera de la vista de todo el mundo
lo que un día harás cuando renueves la faz de la tierra.
En el silencio de la tienda, oculto a la mirada del hombre,
sostienes tú el mundo en tu mano,
y a sus tormentas has puesto medida y meta.
Pero viene un día, entonces se abren las puertas,
sale el rey a bendecir a su país.
Los luminosos grupos de hijos esparcen flores en el camino
y entonan felices cantos de júbilo.
Cuando, después, los sonidos de campanas resuenan a lo lejos
la muchedumbre se arrodilla en silencio
para recibir la bendición de su Dios,
¿no va, pues, invisible tu ángel a través de las columnas
que se hallan admirando en los bordes de caminos y pone aquí y allí sobre la frente
la señal, que le libra de la perdición?
Todavía no se imaginan, pero caerán las vendas,
cuando un día se desate el combate final y tus fieles
testigos permanezcan a tu lado hasta la muerte.
¿Cuándo, Señor, cuándo será ese día?
Mi Señor y mi Dios, escondido bajo la forma de pan,
¿cuándo te manifestarás en tu gloria?
En dolores de parto se halla el mundo,
la esposa aguarda:
¡Ven pronto!
(Edith Stein, Tabernaculum Dei cum hominibus, 25-mayo-1937,
en Obras completas, vol. 5, Burgos 2004, p. 777).
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