He de reconocer la talla gigantesca de Newman. Un clérigo anglicano del siglo XIX en Inglaterra, que por el estudio de los Padres en la cuestión del arrianismo, y buscando lo que en su momento se llamó la "Vía Media", acabó descubriendo la unidad de la Iglesia en el tiempo, desde los Padres hasta la Católica. Y se convirtió. Y tuvo que exponer las razones de su conversión en su "Apologia pro vita sua", maravillosa, y escribió "Gramática del Asentimiento. Desarrollo de la doctrina cristiana". Sus "Sermones parroquiales" son sencillos en el lenguaje, amplísimos, y con gran contenido doctrinal... Ya convertido, entró en el Oratorio, el Instituto de los filipenses. Y León XIII lo honró con el cardenalato.
Ahora todos dirán que conocen a Newman desde siempre y todos son expertos en él. Yo no. Lo he leído, claro que sí, pero no alcanzo a dominarlo. El pensamiento inglés (Newman, Chesterton, Lewis) no es el mío, yo me muevo mejor con teólogos y escritores franceses. Por eso, para prepararnos a Newman traigo a colación hoy y no sé si algún día más, algunos textos de Pablo VI y de Juan Pablo II sobre este cardenal. Son síntesis de cómo pensaba Newman, su estilo teológico.
"Es una verdad evidente que Newman, este genial precursor, recorrió de antemano muchos de los itinerarios en los cuales se encuentran profundamente comprometidos nuestros contemporáneos. Nadie duda de que “la lucidez de sus intuiciones y de sus enseñanzas proyectará sobre los problemas de la Iglesia de hoy una preciosa luz” (Telegrama al Congreso sobre Newman de 1964).
Profundos cambios actuales
El profundo cambio que experimenta el mundo y la Iglesia, cuyos efectos percibimos cada día más, hace más útil todavía el contacto con este pensamiento profundamente arraigado en el campo de la fe y al mismo tiempo en íntima consonancia con los mejores deseos de la inteligencia y de la sensibilidad moderna. Aquél que, al igual que San Agustín, ha sabido de los sufrimientos que supone descubrir la plena verdad, nos recuerda oportunamente que la búsqueda de lo verdadero es para el espíritu humano una necesidad irrefrenable y que, “para encontrar la verdad, es indispensable buscarla con la máxima seriedad” (Sermones universitarios I, 8, traducción P. Renaudi, en textos sobre Newman, T. I, París, Desclée, 1955, p. 62).
Importancia de la acción de la gracia
Confiando en la inteligencia del hombre y en la acción de la gracia que la penetra por dentro, él nos invita a profundizar con serenidad en la inteligencia de la fe, y a promover el desarrollo de las conciencias fortalecidas por el Espíritu Santo, en la fidelidad al Evangelio, a ejemplo de la Virgen María (cf. Ibíd., 15, 3, p. 328).
Newman nos enseña también a captar lo invisible por medio de lo visible, porque “lo que nosotros vemos no es otra cosa que la capa exterior de un reino eterno; y es sobre este reino sobre el que fijamos los ojos de nuestra fe” (Sermones parroquiales y sencillez, IV, 13; Trad. A. Roucou-Barthelemuy, en “Pensamientos sobre la Iglesia”, París, Cerf, Unam Sanctam, 30, 1956, p. 20).
Adhesión libre y razonada al magisterio de la Iglesia
Arraigada en el corazón del misterio de la existencia, variable como el cielo, cambiante como el viento, tumultuosa como el océano, la meditación penetrante de Newman le conduce poco a poco –un paso es suficiente para mí- hacia la dulce Luz –Luz bondadosa-, cuya claridad disipa equívocos e incertidumbre, y cuya certeza es fuente de serenidad para el espíritu y de paz para el corazón. Es bueno para nosotros oír que esta voz grande denuncia las fechorías de una crítica malévola y pretenciosa, que nos recuerda que todos “pueden ser engañados por apariencias o falsos razonamientos, influenciados por prejuicios, extraviados por una imaginación demasiado viva”, y que debemos “permanecer humildes en la convicción de que somos ignorantes, prudentes porque nos reconocemos falibles, dóciles porque deseamos verdaderamente instruirnos” (Sermones universitarios I, 13; Trad. Reanudin, op. cit., t. 66-67), en una adhesión libre y razonada al magisterio de la Iglesia: “La Iglesia es la madre de los grandes y de los pequeños, de los que dirigen y de los que obedecen” (Carta al P. Loyon, 24-noviembre-1870; en “Pensamientos sobre la Iglesia”, op. cit., 117).
Incomparable dignidad del ser humano
Esta adhesión profunda a la Iglesia en Newman corre pareja con un respeto exigente a la incomparable dignidad del ser humano, del carácter único e insustituible de su vocación y de su responsabilidad inmediata delante de Dios. Él ha sabido engrandecer la conciencia, “vicaria natural de Cristo, como no duda en definirla; profeta por sus instrucciones, monarca por su absolutismo, sacerdote por sus bendiciones y sus anatemas” (Ciertas dificultades sentidas por los anglicanos en la enseñanza católica, II, 2; Trad. en “Pensamiento sobre la Iglesia”, op. cit. p. 130). Pero de inmediato concreta que él entiende en esto “la conciencia que se debe nombrar de este modo..., y no este miserable y falso semblante que... toma ahora el nombre de conciencia. El cristiano debe vencer en su naturaleza este espíritu vil, estrecho, egoísta y bajo, que le impulsa, desde que oye hablar de un orden eventual, a colocarse en oposición con el superior que ha dado esta orden, a preguntarse si acaso no rebasa sus derechos, y a alegrarse de introducir el escepticismo en cuestiones de moral y de práctica” (Ibíd., p. 131). Observación de una palpitante actualidad, como tantas intuiciones que están muy lejos de haber agotado toda su fecundidad en la Iglesia.
Selectividad de criterios
Nadie duda en particular, que se obtiene un gran provecho hoy, en esta hora de discusión sistemática, penetrándose de los criterios tan profundos del “Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana” (cf. por ejemplo, Jean Guitton, La filosofía de Newman, París, Boivin, 1933) sobre el desarrollo orgánico de la doctrina de la Iglesia, ligado al crecimiento de su cuerpo viviente a través de las vicisitudes de una historia bimilenaria, en la que las verdades en principio no formuladas y las convicciones latentes adquieren poco a poco, bajo la influencia del Espíritu Santo, una expresión definitiva. ¿Quién no ve también el valor de los análisis de la “Gramática de asentimiento” para el hombre moderno que, bajo la influencia de nuevas corrientes filosóficas, sufre por encontrar el camino de una verdadera certeza, es decir, que no esté ligada a una sinceridad efímera y cambiante, sino arraigada en una convicción razonada que puede apoyarse perfectamente sobre la experiencia interior, pero que, en primer lugar, descansa sobre una revelación objetiva?
La fecundidad de Newman es actual
Tal es la fecunda actualidad de Newman, con posterioridad a un concilio que ha concretado la permanente identidad de la Iglesia a través de las mareas del tiempo, expresando totalmente de una forma nueva el misterio de su vida profunda y la respuesta que ella da a los deseos del hombre moderno, testimoniando de este modo su prodigioso poder de renovación y su eterna juventud. Ojalá podamos nosotros, al igual que él, descubrir que “Dios puede enseñar y facilitar el conocimiento de su camino en los acontecimientos ordinarios de cada día, con tal de que nosotros nos tomemos la molestia de abrir los ojos” (Sermones parroquiales y sencillez, volumen IV, p. 249).
Ojalá podamos nosotros con él, en un mismo amor de la verdad, en un sentimiento de Dios tan agudizado, en un discernimiento espiritual tan claro, en una piedad tan familiar del mundo invisible, en un gusto de lo espiritual tan profundo, caminar en Iglesia, es decir, de las sombras y de las imágenes a la verdad. Con él, finalmente, “pedimos a Dios que nos dé esta belleza de la santidad, que consiste en sentimientos de viva ternura hacia Nuestro Señor y que añade a un alma cristiana lo que la belleza exterior añade al mérito de un hombre. En primer lugar, la virtud de la fe, pero también una flor de gracia y de juventud” (Sermones parroquiales VII, X, 134; trad. en “Meditaciones y plegarias” por M. A. Perate, París, Gabalda, 1916, p. XXX)".
Profundos cambios actuales
El profundo cambio que experimenta el mundo y la Iglesia, cuyos efectos percibimos cada día más, hace más útil todavía el contacto con este pensamiento profundamente arraigado en el campo de la fe y al mismo tiempo en íntima consonancia con los mejores deseos de la inteligencia y de la sensibilidad moderna. Aquél que, al igual que San Agustín, ha sabido de los sufrimientos que supone descubrir la plena verdad, nos recuerda oportunamente que la búsqueda de lo verdadero es para el espíritu humano una necesidad irrefrenable y que, “para encontrar la verdad, es indispensable buscarla con la máxima seriedad” (Sermones universitarios I, 8, traducción P. Renaudi, en textos sobre Newman, T. I, París, Desclée, 1955, p. 62).
Importancia de la acción de la gracia
Confiando en la inteligencia del hombre y en la acción de la gracia que la penetra por dentro, él nos invita a profundizar con serenidad en la inteligencia de la fe, y a promover el desarrollo de las conciencias fortalecidas por el Espíritu Santo, en la fidelidad al Evangelio, a ejemplo de la Virgen María (cf. Ibíd., 15, 3, p. 328).
Newman nos enseña también a captar lo invisible por medio de lo visible, porque “lo que nosotros vemos no es otra cosa que la capa exterior de un reino eterno; y es sobre este reino sobre el que fijamos los ojos de nuestra fe” (Sermones parroquiales y sencillez, IV, 13; Trad. A. Roucou-Barthelemuy, en “Pensamientos sobre la Iglesia”, París, Cerf, Unam Sanctam, 30, 1956, p. 20).
Adhesión libre y razonada al magisterio de la Iglesia
Arraigada en el corazón del misterio de la existencia, variable como el cielo, cambiante como el viento, tumultuosa como el océano, la meditación penetrante de Newman le conduce poco a poco –un paso es suficiente para mí- hacia la dulce Luz –Luz bondadosa-, cuya claridad disipa equívocos e incertidumbre, y cuya certeza es fuente de serenidad para el espíritu y de paz para el corazón. Es bueno para nosotros oír que esta voz grande denuncia las fechorías de una crítica malévola y pretenciosa, que nos recuerda que todos “pueden ser engañados por apariencias o falsos razonamientos, influenciados por prejuicios, extraviados por una imaginación demasiado viva”, y que debemos “permanecer humildes en la convicción de que somos ignorantes, prudentes porque nos reconocemos falibles, dóciles porque deseamos verdaderamente instruirnos” (Sermones universitarios I, 13; Trad. Reanudin, op. cit., t. 66-67), en una adhesión libre y razonada al magisterio de la Iglesia: “La Iglesia es la madre de los grandes y de los pequeños, de los que dirigen y de los que obedecen” (Carta al P. Loyon, 24-noviembre-1870; en “Pensamientos sobre la Iglesia”, op. cit., 117).
Incomparable dignidad del ser humano
Esta adhesión profunda a la Iglesia en Newman corre pareja con un respeto exigente a la incomparable dignidad del ser humano, del carácter único e insustituible de su vocación y de su responsabilidad inmediata delante de Dios. Él ha sabido engrandecer la conciencia, “vicaria natural de Cristo, como no duda en definirla; profeta por sus instrucciones, monarca por su absolutismo, sacerdote por sus bendiciones y sus anatemas” (Ciertas dificultades sentidas por los anglicanos en la enseñanza católica, II, 2; Trad. en “Pensamiento sobre la Iglesia”, op. cit. p. 130). Pero de inmediato concreta que él entiende en esto “la conciencia que se debe nombrar de este modo..., y no este miserable y falso semblante que... toma ahora el nombre de conciencia. El cristiano debe vencer en su naturaleza este espíritu vil, estrecho, egoísta y bajo, que le impulsa, desde que oye hablar de un orden eventual, a colocarse en oposición con el superior que ha dado esta orden, a preguntarse si acaso no rebasa sus derechos, y a alegrarse de introducir el escepticismo en cuestiones de moral y de práctica” (Ibíd., p. 131). Observación de una palpitante actualidad, como tantas intuiciones que están muy lejos de haber agotado toda su fecundidad en la Iglesia.
Selectividad de criterios
Nadie duda en particular, que se obtiene un gran provecho hoy, en esta hora de discusión sistemática, penetrándose de los criterios tan profundos del “Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana” (cf. por ejemplo, Jean Guitton, La filosofía de Newman, París, Boivin, 1933) sobre el desarrollo orgánico de la doctrina de la Iglesia, ligado al crecimiento de su cuerpo viviente a través de las vicisitudes de una historia bimilenaria, en la que las verdades en principio no formuladas y las convicciones latentes adquieren poco a poco, bajo la influencia del Espíritu Santo, una expresión definitiva. ¿Quién no ve también el valor de los análisis de la “Gramática de asentimiento” para el hombre moderno que, bajo la influencia de nuevas corrientes filosóficas, sufre por encontrar el camino de una verdadera certeza, es decir, que no esté ligada a una sinceridad efímera y cambiante, sino arraigada en una convicción razonada que puede apoyarse perfectamente sobre la experiencia interior, pero que, en primer lugar, descansa sobre una revelación objetiva?
La fecundidad de Newman es actual
Tal es la fecunda actualidad de Newman, con posterioridad a un concilio que ha concretado la permanente identidad de la Iglesia a través de las mareas del tiempo, expresando totalmente de una forma nueva el misterio de su vida profunda y la respuesta que ella da a los deseos del hombre moderno, testimoniando de este modo su prodigioso poder de renovación y su eterna juventud. Ojalá podamos nosotros, al igual que él, descubrir que “Dios puede enseñar y facilitar el conocimiento de su camino en los acontecimientos ordinarios de cada día, con tal de que nosotros nos tomemos la molestia de abrir los ojos” (Sermones parroquiales y sencillez, volumen IV, p. 249).
Ojalá podamos nosotros con él, en un mismo amor de la verdad, en un sentimiento de Dios tan agudizado, en un discernimiento espiritual tan claro, en una piedad tan familiar del mundo invisible, en un gusto de lo espiritual tan profundo, caminar en Iglesia, es decir, de las sombras y de las imágenes a la verdad. Con él, finalmente, “pedimos a Dios que nos dé esta belleza de la santidad, que consiste en sentimientos de viva ternura hacia Nuestro Señor y que añade a un alma cristiana lo que la belleza exterior añade al mérito de un hombre. En primer lugar, la virtud de la fe, pero también una flor de gracia y de juventud” (Sermones parroquiales VII, X, 134; trad. en “Meditaciones y plegarias” por M. A. Perate, París, Gabalda, 1916, p. XXX)".
(Carta de Pablo VI al obispo de Luxemburgo, Mons. León Lommel,
sobre el pensamiento del Cardenal John Henry Newman, 17-mayo-1970).
N.B. Por cierto, admito regalos de quien participe en esta catequesis virtual de adultos. Hay una biografía de Newman en ed. Palabra que es un clásico. Quien quiera, ya sabe..........
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