Me llamó esta mañana desde la clínica, la Abadesa del Monasterio de san Leandro comunicándome que Sor Virtudes, durante muchos años Abadesa, estaba en coma. A las 17 horas me avisan que ha fallecido. Más bien, diría yo, ha nacido a la vida del cielo. A mí se me ha roto el alma, sin conseguir llorar.
Sor Virtudes Rodríguez Toscano, 81 años.
Me llamó en el año 2000 para dar los Ejercicios al Monasterio, impulsada por mis monjas de la Encarnación que me conocen desde que estaba en el Seminario. Allí fue a san Leandro, y desde entonces, entre sor Virtudes y yo se estableció una corriente de mutua simpatía, de mutua comunión. ¡Cuánto trabajamos desde entonces juntos!
En la dirección espiritual, durante estos años, descubrí un alma sencillísima, que encarnaba el ideal de santa Teresita de Lisieux: las cosas pequeñas. Ella era una niña en las manos de Dios. Oraba, pero no sabía rezar; simplemente se ponía delante del Sagrario y amaba allí a Cristo, con breves palabras, ofreciéndose. Súmese a esto su amor, su verdadera pasión, por la liturgia y por el canto del Oficio divino en el coro que la nutría. En el locutorio para la dirección espiritual, la mirada siempre baja, le costaba hablar y abrir su alma, y jugueteaba entre sus dedos menudos con la correa de cuero agustiniana.
Una enfermedad cardiovascular, con problemas de riego sanguíneo cerebral la fue mermando sin perder ni la lucidez ni la conciencia. Dos años así hasta apagarse hoy. Se ofrecía al Señor una y otra vez. Cuando no podía más simplemente miraba al Corazón de Jesús en su celda. Y me quedo con la certeza de que al ofrecer esta enfermedad me incluía a mí.
No sólo en el plano personal trabajamos juntos; también caminamos juntos ayudando y sirviendo al Monasterio: tandas de Ejercicios, retiros, clases... para elevar el tono espiritual del Monasterio. La sonrisa dulce iba apareciendo en su rostro con más frecuencia. Había sido una mujer que había tenido que ser Abadesa y ella no se veía capaz. Su timidez la podía y ella luchaba por sobreponerse y saber regir el Monasterio. Ella simplemente quería no ser nada, una monja más que trabajase en el obrador y pudiese asistir a su coro, pero el Señor la eligió como Abadesa, probablemente uno de los grandes sacrificios de su vida, y se entregó a fondo. Sufrió, pero ese capítulo mejor pasarlo en silencio.
¿Qué más decir?
Sé que hoy en el Monasterio, las monjas se sienten más huérfanas, porque era Madre, auténticamente Madre. Y yo me quedo un poco más huérfano, sin uno de esos refuerzos espirituales tan necesarios. Me quedo más solo. Pero, conociendo su alma como la conozco, y purificada de sus faltas y pecados por la enfermedad, estará ya ante el trono del Señor, y allí estoy seguro de que para siempre intercederá por mí.
Quede como última anotación para todos el gran valor de la vida contemplativa en la Iglesia. No por oculta, menos necesaria; no por discreta, infecunda. En el silencio, en la oración asidua y en la generosa penitencia, la vida contemplativa está manteniendo la santidad de todo el Cuerpo de la Iglesia. Y en esta vida de clausura, hay mucha, mucha santidad oculta. Ojalá que nunca le falte a la Iglesia.
Sor Virtudes Rodríguez Toscano, 81 años.
Me llamó en el año 2000 para dar los Ejercicios al Monasterio, impulsada por mis monjas de la Encarnación que me conocen desde que estaba en el Seminario. Allí fue a san Leandro, y desde entonces, entre sor Virtudes y yo se estableció una corriente de mutua simpatía, de mutua comunión. ¡Cuánto trabajamos desde entonces juntos!
En la dirección espiritual, durante estos años, descubrí un alma sencillísima, que encarnaba el ideal de santa Teresita de Lisieux: las cosas pequeñas. Ella era una niña en las manos de Dios. Oraba, pero no sabía rezar; simplemente se ponía delante del Sagrario y amaba allí a Cristo, con breves palabras, ofreciéndose. Súmese a esto su amor, su verdadera pasión, por la liturgia y por el canto del Oficio divino en el coro que la nutría. En el locutorio para la dirección espiritual, la mirada siempre baja, le costaba hablar y abrir su alma, y jugueteaba entre sus dedos menudos con la correa de cuero agustiniana.
Una enfermedad cardiovascular, con problemas de riego sanguíneo cerebral la fue mermando sin perder ni la lucidez ni la conciencia. Dos años así hasta apagarse hoy. Se ofrecía al Señor una y otra vez. Cuando no podía más simplemente miraba al Corazón de Jesús en su celda. Y me quedo con la certeza de que al ofrecer esta enfermedad me incluía a mí.
No sólo en el plano personal trabajamos juntos; también caminamos juntos ayudando y sirviendo al Monasterio: tandas de Ejercicios, retiros, clases... para elevar el tono espiritual del Monasterio. La sonrisa dulce iba apareciendo en su rostro con más frecuencia. Había sido una mujer que había tenido que ser Abadesa y ella no se veía capaz. Su timidez la podía y ella luchaba por sobreponerse y saber regir el Monasterio. Ella simplemente quería no ser nada, una monja más que trabajase en el obrador y pudiese asistir a su coro, pero el Señor la eligió como Abadesa, probablemente uno de los grandes sacrificios de su vida, y se entregó a fondo. Sufrió, pero ese capítulo mejor pasarlo en silencio.
¿Qué más decir?
Sé que hoy en el Monasterio, las monjas se sienten más huérfanas, porque era Madre, auténticamente Madre. Y yo me quedo un poco más huérfano, sin uno de esos refuerzos espirituales tan necesarios. Me quedo más solo. Pero, conociendo su alma como la conozco, y purificada de sus faltas y pecados por la enfermedad, estará ya ante el trono del Señor, y allí estoy seguro de que para siempre intercederá por mí.
Quede como última anotación para todos el gran valor de la vida contemplativa en la Iglesia. No por oculta, menos necesaria; no por discreta, infecunda. En el silencio, en la oración asidua y en la generosa penitencia, la vida contemplativa está manteniendo la santidad de todo el Cuerpo de la Iglesia. Y en esta vida de clausura, hay mucha, mucha santidad oculta. Ojalá que nunca le falte a la Iglesia.
Siento enormemente la pérdida de la Sor Virtudes. No la conocí, pero se ve de tu mucho dolor y de la gran calidad personal y espiritual de la madre. Te acompaño en el sentimiento. un abrazo
ResponderEliminarDolor es poco para expresar mi ruptura interior. Menos mal, en el fondo, que la vi apagarse y llevo un año haciéndome la idea.
ResponderEliminarHe tenido que ser muy comedido en la Carta de edificación, pero diez años de trato ininterrumpido, de gestos, de signos, de confidencia, de santidad discretísima... darían para mucho.
Yo no suelo canonizar fácilmente: soy prudente y encomiendo a todos los difuntos por el perdón de sus pecados, pero en este caso, con el conocimiento interno que tengo, sé que la tengo junto a mi Señor. Antes ofrecía su enfermedad por mí, ahora me acompaña de otro modo, aunque voy a sentir muchísimo su vacio y su vocecita llamándome: "Padre..."
Le acompaño en el sentimiento, en ese sentimiento de orfandad que ha quedado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Paloma.
Yo le conozco de su Pagina y veo que es Usted un Sacerdote santo, se nota en sus escritos, se nota su espiritualidad, y si, la oracion de esta santa religiosa se que ha tenido mucho que ver en su Sacerdocio fecundo y santo.Bendito sea el Señor que la tiene ya junto a El y ahora sera mas fuerte la intercesion de Sor Virtudes. Animo., Dios le ama mucho y por eso le dio el regalo de esta Madre.
ResponderEliminarQue Dios le bendiga Padre,
ResponderEliminarQué difícil es mostrar al mundo esa realidad que se caracteriza precisamente por su ocultamiento al mundo, y qué necesario es que seamos capaces de transmitir el inmenso valor de la vida contemplativa fundada en Cristo.
Que Dios acoja el alma de esta hermana nuestra y que su oración ante el Señor sea fecunda para nuestras almas.