Jesús, al desterrarte a nuestra tierra,
movido por tu amor, por mí tú me inmolaste.
Toma mi vida entera,
Amado mío,
yo sufrir por ti quiero,
quiero morir por ti.
Tú mismo, mi Señor, nos lo dijiste:
“Nadie puede hacer más por los que ama que por ellos morir”.
Pues bien: mi amor supremo eres Tú, mi Jesús.
Se hace ya tarde, el día ya declina,
ven, Señor, a guiarme en el camino.
Con tu cruz voy trepando por la colina arriba.
Quédate aquí conmigo, peregrino celeste.
En mi alma tu voz encuentra un eco,
quiero a ti parecerme, reclamo el sufrimiento.
Tu palabra encendida me quema el corazón.
Tuya es para siempre la victoria,
y extasiados los ángeles la cantan.
Antes de entrar en la celeste gloria,
el Dios-Hombre tenía que sufrir.
¡Cuántos desprecios por mi amor sufriste en tierra extraña!
También yo quiero oculta y despreciada vivir y ser en todo la última por ti.
(Sta. Teresa del Niño Jesús, Poesía nº 31,
Cántico de Sor María de la Trinidad y de la Santa Faz).
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