1. Como un estribillo insistente, la
carta a los Hebreos, para hacer el elogio de los patriarcas, repite: “Por fe”. “Por fe, Abraham; por fe, Sara...”
(Hb 11).
La fe es lo que hace de nosotros
hombres de Dios, que viven la totalidad de su existencia referida a Dios; son
hombres y mujeres cuyo centro es Dios, y el criterio para juzgar las cosas,
para hacer, para vivir, es Dios.
Hombres y mujeres de Dios son aquellos en que
Dios cuenta para todo, y no se encuentran en ellos divisiones ni separaciones,
cosas para las que Dios cuenta, otras que se deciden siguiendo los criterios
del mundo; no se halla en ellos una vida de piedad donde Dios cuenta a ratos y
el resto del tiempo se vive como si Dios no existiera, viviendo, reaccionando,
sintiendo, como lo hace todo el mundo.
¡Hombres y mujeres de fe! Eso deseamos ser
cada día y eso vamos a orar y pedir al Señor, humildemente, como los apóstoles:
“auméntanos la fe” (Lc 17,5).
2. La fe es siempre es un don y un
regalo de Dios por pura gracia, por eso se llama virtud teologal.
Muchos
quisieran creer, y buscan a Dios, y sin embargo, el Señor no se les ha
manifestado aún. Nosotros, que no somos mejores que muchos que no creen, hemos
de estar profundamente agradecidos al Señor Dios por el regalo de la fe que nos
lo entregó el día de nuestro Bautismo.
Es la fe una gracia que, entregada por
Dios, habremos de ir nutriendo y acrecentando día a día para que no se apague.
Es el principal talento que hemos de multiplicar.
¿Cómo acrecentar y cuidar nuestra
fe?
En primer lugar, los medios clásicos
para la vida espiritual: la celebración de la Santa Misa –diaria a
ser posible-, la adoración al Santísimo, confesar con frecuencia; además la
oración diaria –plegaria cordial con Cristo- y la lectura de la Palabra de Dios. Y nunca
viene de más el recurso a la dirección espiritual.
En segundo lugar, la vida de la Iglesia, concretada en la
parroquia, donde uno vive la fe, comparte su vida y su experiencia de Dios con
otras personas, y unos apoyan a otros con palabras de fe. La fe es eclesial,
porque se recibe en la Iglesia,
se vive en ella y es la
Iglesia la que la orienta.
No hay fe verdadera –habrá un
sentido religioso, o una emoción en torno a una imagen o devoción- pero no
llega a ser fe si no se vive y se reciben las mediaciones eclesiales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario