viernes, 25 de junio de 2021

Virtud teologal de la fe (I)



 1. Como un estribillo insistente, la carta a los Hebreos, para hacer el elogio de los patriarcas, repite: “Por fe”. “Por fe, Abraham; por fe, Sara...” (Hb 11).



La fe es lo que hace de nosotros hombres de Dios, que viven la totalidad de su existencia referida a Dios; son hombres y mujeres cuyo centro es Dios, y el criterio para juzgar las cosas, para hacer, para vivir, es Dios. 

Hombres y mujeres de Dios son aquellos en que Dios cuenta para todo, y no se encuentran en ellos divisiones ni separaciones, cosas para las que Dios cuenta, otras que se deciden siguiendo los criterios del mundo; no se halla en ellos una vida de piedad donde Dios cuenta a ratos y el resto del tiempo se vive como si Dios no existiera, viviendo, reaccionando, sintiendo, como lo hace todo el mundo. 

¡Hombres y mujeres de fe! Eso deseamos ser cada día y eso vamos a orar y pedir al Señor, humildemente, como los apóstoles: “auméntanos la fe” (Lc 17,5).

 
2. La fe es siempre es un don y un regalo de Dios por pura gracia, por eso se llama virtud teologal. 

Muchos quisieran creer, y buscan a Dios, y sin embargo, el Señor no se les ha manifestado aún. Nosotros, que no somos mejores que muchos que no creen, hemos de estar profundamente agradecidos al Señor Dios por el regalo de la fe que nos lo entregó el día de nuestro Bautismo. 

Es la fe una gracia que, entregada por Dios, habremos de ir nutriendo y acrecentando día a día para que no se apague. Es el principal talento que hemos de multiplicar.

¿Cómo acrecentar y cuidar nuestra fe?

En primer lugar, los medios clásicos para la vida espiritual: la celebración de la Santa Misa –diaria a ser posible-, la adoración al Santísimo, confesar con frecuencia; además la oración diaria –plegaria cordial con Cristo- y la lectura de la Palabra de Dios. Y nunca viene de más el recurso a la dirección espiritual.

En segundo lugar, la vida de la Iglesia, concretada en la parroquia, donde uno vive la fe, comparte su vida y su experiencia de Dios con otras personas, y unos apoyan a otros con palabras de fe. La fe es eclesial, porque se recibe en la Iglesia, se vive en ella y es la Iglesia la que la orienta. 

No hay fe verdadera –habrá un sentido religioso, o una emoción en torno a una imagen o devoción- pero no llega a ser fe si no se vive y se reciben las mediaciones eclesiales.

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