miércoles, 23 de junio de 2021

La liturgia de una coronación canónica



La coronación de una imagen de la Virgen se puede realizar en el transcurso del canto de las Vísperas solemnes, o de una celebración de la Liturgia de la Palabra o de la Eucaristía. 



Tras la homilía se presentan las coronas, el obispo recita una solemne plegaria de acción de gracias, las asperja con agua bendecida y corona primero la imagen del Niño y luego la de la Virgen, mientras se entona una aclamación solemne, para, finalmente, incensar la imagen.

La oración solemne de acción de gracias y bendición de las coronas ofrecen la clave espiritual con la que vivir estos ritos solemnes de fervor mariano. 

En esta plegaria se mira, primero, la gloria de Cristo y de su Madre: 


“Bendito eres, Señor del cielo y de la tierra, que con tu misericordia y tu justicia dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes; de este admirable designio de tu Providencia nos has dejado un ejemplo sublime en el Verbo encarnado y en su Virgen Madre: tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de cruz, resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha como Rey de reyes y Señor de señores; y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava, fue elegida Madre del Redentor y verdadera Madre de los que viven, y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles, reina gloriosamente con su Hijo, intercediendo por todos los hombres como abogada de gracia y reina de misericordia”.




Una vez que se ha bendecido a Dios, tal como suele hacer las plegarias litúrgicas, se deposita la mirada en el “hoy” de la liturgia: 


“Mira, Señor, benignamente a estos tus siervos que, al ceñir con una corona visible la imagen de Cristo y de su Madre, reconocen en tu Hijo al Rey del universo e invocan como Reina a la Virgen María”.


¿Qué pedir? El último paso de toda oración litúrgica es la petición concreta. El hecho de coronar una imagen de Cristo y de su Madre es ocasión de gracia para el pueblo de Dios; las peticiones finales de esta plegaria ofrecen la pauta espiritual: 


“Haz que, siguiendo su ejemplo, te consagren su vida y, cumpliendo la ley del amor, se sirvan mutuamente con diligencia; que se nieguen a sí mismos y con entrega generosa ganen para Ti a sus hermanos; que, buscando la humildad en la tierra, sean un día elevados a las alturas del cielo, donde tú mismo pones sobre la cabeza de tus fieles la corona de la vida”.


Coronar, pues, una imagen de la Virgen Santísima es acto de devoción grande, de fervor y piedad, y, al mismo tiempo, mirada sobrenatural y deseo de ser coronados, también nosotros, por la corona de la santidad, la “corona de la vida”, participando toda la Iglesia, al final de los tiempos, del triunfo de su Señor y Esposo, como ya lo vemos anticipado en María, Reina y Señora de todo lo creado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario