martes, 15 de junio de 2021

Piedad mariana: la coronación canónica de una imagen de la Virgen



La Dormición de la Virgen María, el misterio de su Asunción en cuerpo y alma a los cielos, por tanto, de su glorificación corporal, estuvo muy presente en el sentir del pueblo de Dios durante siglos, muchísimo antes de su definición dogmática en 1950. 




En Oriente y en Occidente se celebraba el tránsito glorioso de la Santísima Virgen, asociándola y uniéndola a la Pascua del Señor; por eso no sólo su alma sino también su cuerpo ya participa de la gloria, de la Resurrección. Muchas catedrales, Monasterios e iglesias con el correr de los siglos se titularon “de la Asunción”. 

El afecto del pueblo cristiano empezó a hablar del triunfo y glorificación de María como de una coronación regia, y la veneraban e invocaban como Reina y Señora de todo lo creado.
  
Hermosos cuadros, o imágenes de la Virgen representaban la coronación de la Virgen: así encontramos obras de Fra Angelico, Fra Filippo Lippi (1469), del Maestro Velilla (s. XV), Rafael, El Greco (1592), Velázquez, etc.; normalmente, para expresar la glorificación de la Virgen, se la adornaba con una corona, plasmando artísticamente la visión del Apocalipsis: “una mujer vestida de sol, coronada con doce estrellas, la luna bajo sus pies…” (Ap 12,1). 

El rosario incorporó la coronación de María Santísima a los misterios gloriosos, que durante generaciones, contemplaron así a María.


Aquello que los fieles imaginaron y representaron en obras de arte y meditaron en su piedad popular, se hizo luego visible en un rito litúrgico: la liturgia romana, en el s. XIX, comienza a coronar alguna que otra imagen de la Santísima Virgen, realizándose por mandato del Santo Padre. 

Se llega así al actual ritual, que tiene por título “de la coronación de una imagen de Santa María Virgen”, fue promulgado por el papa Juan Pablo II en 1981, y parte de una convicción: 


“La Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, saluda como Señora y Reina a la santísima Virgen, aula regia en la que se revistió de carne humana el Rey de los siglos. Para honrar esta dignidad, entre otros actos de homenaje, es costumbre antigua coronar con diadema regia las imágenes de la gloriosa Madre de Dios insignes por la veneración”.



Criterios para una coronación

            No es un rito cualquiera, sino que reviste un carácter excepcional y solemne. Su proliferación desvirtúa un tanto el sentido, ya que se trata de coronar una imagen de la Virgen María cuyo culto esté muy extendido y tenga una amplia resonancia en una ciudad o en una comarca; sea una veneración antigua y consolidada en el corazón de los fieles y el lugar donde se venere se haya convertido en un verdadero centro de irradiación espiritual y de vida cristiana, de culto litúrgico y de activo apostolado cristiano.

            Reunidos estos requisitos, el obispo de la diócesis, juntamente con la comunidad local, juzga la oportunidad de coronar una imagen de la Santísima Virgen María y se solicita al Santo Padre el cual da el mandato para que se proceda y se realice en su nombre (en el caso de una coronación pontificia).

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