La
comunión eclesial, precisamente por ser comunión, es orgánica y no anárquica,
forma un todo armónico y complementario que es la Belleza del mismo Cristo
Resucitado:
La comunión eclesial se
configura, más precisamente, como comunión «orgánica», análoga a la de un
cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la simultánea
presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y
condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las
responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada fiel
laico se encuentra en relación con todo
el cuerpo y le ofrece su propia
aportación.
El apóstol Pablo insiste
particularmente en la comunión orgánica del Cuerpo místico de Cristo
(Christifideles laici, 20).
También en la Novo Millennio
ineunte vuelve el papa Juan Pablo II sobre el significado de la comunión eclesial proponiendo,
además, una espiritualidad de la comunión (¡cuánto ayudará todo esto a
comprender el Misterio de la
Eucaristía!):
«En esto conocerán todos que sois discípulos míos:
si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,35). Si verdaderamente hemos contemplado
el rostro de Cristo, queridos hermanos y hermanas, nuestra programación
pastoral se inspirará en el «mandamiento nuevo» que él nos dio: «Que, como yo
os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13,34).
Otro aspecto importante en que
será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como de la Iglesias particulares, es
el de la comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la
esencia misma del misterio de la
Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel
amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a
través del Espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos nosotros
«un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Realizando esta comunión de amor,
la Iglesia se
manifiesta como «sacramento», o sea, «signo e instrumento de la íntima unión
con Dios y de la unidad del género humano».
Las palabras del Señor a este
respecto son demasiado precisas como para minimizar su alcance. Muchas cosas
serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también este nuevo
siglo; pero si faltara la caridad (ágape),
todo sería inútil. Nos lo recuerda el apóstol Pablo en el himno a la caridad: aunque habláramos las lenguas de los hombres y
los ángeles, y tuviéramos una fe «que mueve las montañas», si faltamos a la
caridad, todo sería «nada» (cf. 1Co 13,2). La caridad es verdaderamente el
«corazón» de la Iglesia,
como bien intuyó santa Teresa de Lisieux, a la que he querido proclamar Doctora
de la Iglesia,
precisamente como experta en la scientia
amoris: «Comprendí que la
Iglesia tenía un Corazón y que este Corazón ardía de amor.
Entendí que sólo el amor movía a los miembros de la Iglesia [...]. Entendí que
el amor comprendía todas las vocaciones, que el Amor era todo».
Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión:
éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza,
si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas
esperanzas del mundo.
¿Qué significa todo esto en
concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero
sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar
iniciativas concretas, hace falta promover
una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo
en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan
los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales,
donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del
corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de
ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.
Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano
de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me
pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir
sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda
amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo
que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios:
un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido
directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al
hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando
las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran
competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos
ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos
externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de
comunión más que sus modos de expresión y crecimiento (Novo Millennio, 42-43).
Si este gran planteamiento de la Iglesia –su misma esencia-
es asumido, entonces la
Eucaristía deja de ser un rito, una ceremonia bonita, más o
menos larga, algo a lo que hay que asistir, para ser eje, fuente y culmen de
esa comunión, y la
Eucaristía misma es pedagógica –en su visibilidad- de ese
misterio de armonía, complementariedad, comunión, espacio y vida. El papa en su
encíclica Ecclesia de Eucharistia señala ese aspecto así:
35. La celebración de la Eucaristía, no
obstante, no puede ser el punto de partida de la comunión, que la presupone
previamente, para consolidarla y llevarla a perfección. El Sacramento expresa
este vínculo de comunión, sea en la dimensión invisible que, en Cristo y por la acción del Espíritu Santo, nos
une al Padre y entre nosotros, sea en la
dimensión visible, que implica la
comunión en la doctrina de los Apóstoles, en los Sacramentos y en el orden
jerárquico. La íntima relación entre los elementos invisibles y visibles de la
comunión eclesial, es constitutiva de la Iglesia como sacramento de salvación. Sólo en
este contexto tiene lugar la celebración legítima de la Eucaristía y la verdadera
participación en la misma. Por tanto, resulta una exigencia intrínseca a la Eucaristía que se
celebre en la comunión y, concretamente, en la integridad de todos sus vínculos.
36. La comunión invisible, aun siendo por naturaleza un crecimiento,
supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace «partícipes de la
naturaleza divina» (2P 1,4), así como la práctica de las virtudes de la fe, de
la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de este modo se obtiene verdadera
comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la gracia santificante y en
la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el «cuerpo» y con el «corazón»; es
decir, hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, «la fe que actúa por
la caridad» (Ga 5,6).
La integridad de los vínculos invisibles es un deber
moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando
el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este
deber con la advertencia: «Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba
de la copa» (1Co 11,28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia,
exhortaba a los fieles: «También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto
encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y
corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más
que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor
castigo».
Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica
establece: «Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el
sacramento de la
Reconciliación antes de acercarse a comulgar». Deseo, por
tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la
cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol
Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, «debe
preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado
mortal» (Ecclesia de Eucaristía, 35-36).
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