domingo, 16 de mayo de 2021

Partes de la plegaria Emitte (bendición del óleo de enfermos)

Toda plegaria litúrgica, de bendición o de consagración, tiene unas partes bien definidas y precisas, una estructura clara, según la tradición romana.





Señor Dios, Padre de todo consuelo,
                       que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo:
escucha con amor la oración de nuestra fe
y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor sobre este óleo.

Tú que has hecho que el leño verde del olivo
produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo,
enriquece con tu bendición + este óleo,
para que cuantos sean ungidos con él
sientan en el cuerpo y en el alma
tu divina protección
y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores.

Que por tu acción, Señor,
este aceite sea para nosotros óleo santo,
en nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.





            Atendiendo a la división clásica de las grandes piezas eucológicas romanas (invocación, memorial-epíclesis, petición) veremos cómo esta plegaria, sin ser extensa ni prolija, se ajusta a ese esquema y ofrece una teología orante sobre el sacramento mismo de la Unción antes incluso de las definiciones dogmáticas del Magisterio.

            Deudora de contenido e inspirada en la oración “Emitte”, es la nueva plegaria en forma de triple bendición a Dios que el Ritual de la Unción (n. 141) ofrece si el sacerdote debe bendecir el Óleo dentro del rito “en caso de necesidad” (RU 21):


-Bendito seas, Dios, Padre todopoderoso, que por nosotros y por nuestra salvación enviaste tu Hijo al mundo.
R/ Bendito seas por siempre, Señor.

-Bendito seas, Dios, Hijo unigénito, que te has rebajado haciéndote hombre como nosotros, para curar nuestras enfermedades.
R/ Bendito seas por siempre, Señor.

-Bendito seas, Dios, Espíritu Santo Defensor, que con tu poder fortaleces la debilidad de nuestro cuerpo.
R/ Bendito seas por siempre, Señor.

Muéstrate propicio, Señor, y santifica con tu bendición + este aceite, que va a servir de alivio en la enfermedad de tu hijo, y por la oración de nuestra fe libra de sus males a quien ungimos con el óleo. Por Jesucristo nuestro Señor.

            Centraremos, así pues, el estudio en la oración “Emitte”, si bien haremos referencia a esta plegaria en los matices propio que ofrece.


2. Invocación y memorial

            La oración con el nuevo Ordo para la Misa crismal ha sido provista de un inicio al estilo de las grandes plegarias litúrgicas, con la invocación solemne a Dios acompañada de una oración de relativo donde se desgrana su acción salvífica de forma memorial. Este protocolo inicial es de nueva factura ya que, como dijimos, la oración de bendición del Óleo se hacía siempre dentro del canon romano –por lo que la invocación y el memorial habían sido ya pronunciados en el prefacio y en el “Unde et memores” y la concisión del rito romano impide las repeticiones-; al prever el ritual que la bendición de los óleos se pueda hacer después de la homilía y la renovación de las promesas sacerdotales, no era decoroso –eucológicamente hablando- empezar directamente por la epíclesis “Emitte”. No obstante, esta plegaria cobra su sentido pleno si se inserta en su lugar tradicional, al final del Canon o de la plegaria eucarística y antes de la doxología, extendiendo la gracia del Sacrificio a todo lo creado, que es bendecido y santificado.

            La oración litúrgica se dirige directamente al Padre, al que se le atribuye ser “Padre de todo consuelo” y la expresión de esta consolación de Dios es el envío de su Hijo para sanar las dolencias y enfermedades.

2.1. La consolación de Dios

            La oración comienza evocando a Dios “Padre de todo consuelo”. Es una forma implícita, propia de la eucología romana, de engarzar textos bíblicos. En este caso, la cita es de 2Co 1,3ss, donde Pablo, al iniciar la carta, comienza con una doxología, uniéndola luego a su situación personal de tribulación pero sobreabundando del gozo de la consolación.

            Dios es consolación para su pueblo, el consuelo más íntimo, suave y verdadero, en medio de luchas y tribulaciones, de pruebas, enfermedades y dolores. Así aparece en las Escrituras revelando el ser de Dios: la misericordia entrañable que se convierte en consuelo. Dios es siempre “fuente de toda paciencia y consuelo” (Rm 15,5), “consuela a los afligidos” (2Co 7,6) y el consuelo es expresión de su amor infinito: “Dios nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente” (2Ts 2,6). Las promesas de Dios a Israel eran promesas de salvación, y a su pueblo elegido lo consoló en la tribulación y lo alentó con la esperanza de la salvación: “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados” (Is 66, 13). En todo momento, “el Señor consuela a su pueblo y se compadece de sus pobres” (Is 49,13).

            Jesucristo es el gran consuelo de Dios para su pueblo, inaugurando una etapa definitiva de consolación. Jesús es “el consuelo de Israel”, “la consolación de Israel” (Lc 2,25) que aguardaba el anciano Simeón, y en Jesús se cumple el cántico de Isaías sobre el Siervo de Yahvé: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4). Cristo, inaugurando este consuelo prometido, puede llegar a proclamar: “Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5). Su acción será prolongada, actualizada e interiorizada por el Espíritu. Éste, en efecto, es “el Consolador”, como dice Jesús a sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros” (Jn 16,7; cf. 15,26).

            “¿Hay alguien más bueno que nuestro Dios, de quien recibimos tantos consuelos hasta en la tribulación?” (S. Agustín, Serm., 29A, 2). Dios sigue siendo consuelo y consolación para el atribulado, para el afligido y para el enfermo. El Óleo será instrumento y signo para que la consolación alcance al enfermo por medio de la Santa Unción y lo sostenga en esperanza, ahora que gime por la enfermedad o la edad avanzada y achacosa. En los sacramentos Él interviene consolando.

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