"La Palabra de Cristo habite
en vosotros en toda su
riqueza" (Col 3,16)
I. NECESIDAD DE LAS
ESCRITURAS.
La
Palabra de Dios es fundamental para la vida de la Iglesia, porque en ella el
mismo Cristo nos sigue hablando hoy a la comunidad eclesial y hay que
escucharle. Y lo mismo que comulgamos con su Cuerpo y con su Sangre, como
Alimento de Vida (Cfr. Jn 6), hay que comulgar también con su Palabra,
principalmente en la celebración eucarística que, ciertamente, consta de dos
mesas: la mesa de la Palabra
y la mesa de la Eucaristía
(SC 10). La necesidad de las Escrituras para la vida del creyente ha sido
siempre fundamental: la voz de los Padres de la Iglesia lo atestigua:
Cristo
es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras
no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las
Escrituras, es ignorar a Cristo (S. JERÓNIMO, Comentario
al profeta Isaías, prólogo).
II.
TESTIMONIO DE LAS ESCRITURAS.
La Sgda. Escritura da
un testimonio de sí misma, y a ese testimonio vamos a acercarnos con la
veneración que requiere siempre la
Palabra del Señor.
"La Palabra del Señor es
sincera" (Sal 32,4). Nunca en Ella hay error, sino que va alcanzando su
pleno sentido y culmen en Jesús que viene a perfeccionar la ley, "no a
abolirla" (Mt 5,17). No hay error en la teología que culmina en Jesús; no
creamos que es cierto todo lo que dice desde un punto de vista histórico,
puesto que hay muchas contradicciones, ya que el objetivo de la Palabra es la transmisión
de una fe, elaborando una teología de la historia, y no un tratado histórico
tal como lo entendemos hoy.
La Palabra es una semilla que
se siembra en nuestros corazones para que fructifique (Mc 13): es la parábola
del sembrador. Porque la
Palabra de Dios es fecunda. Así dice Isaías:
"Como
la lluvia y la nieve caen del cielo y vuelven allí después de haber empapado la
tierra, de haberla fecundado y hecho germinar, para que dé simiente al que
siembra y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá
a mí de vacío, sino que cumplirá mi encargo" (Is
55, 10-11).
Sabemos pues que esta
Palabra tiene fuerza por sí misma, ya que el Espíritu es su fuerza, y siempre
hace fructificar en el corazón del hombre.
Es una Palabra dura y
fuerte porque "toda Escritura está hecha para corregir y exhortar"
(2Tm 3,16) y además la Palabra
penetra totalmente el corazón del hombre: "porque la Palabra de Dios es viva,
es eficaz y más cortante que una espada de doble filo: penetra hasta la
división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y los tuétanos, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hb 2,12).
Es una Palabra que brilla como lámpara en la oscuridad "hasta que
despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones"
(2P 1,19).
Esta Palabra, que hoy
está puesta por escrito, es una Palabra eterna: "Cielo y tierra pasarán
pero mis palabras no pasarán", ya que la Palabra es Jesucristo
mismo que se encarna por obra del Espíritu en el seno virgen de María (Jn
1,1-18): "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios."
Es una Palabra creadora, ya que Ella hizo todo el mundo y la creación, y nos
sigue creando. Ella nos guía hacia la salvación: "las Sgdas. Escrituras
que te guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo" (2Tm
3,15b).
Palabra que para la vida
de la Iglesia
no puede ser interpretada como cada uno quiera, sino que la única
interpretación válida es la que hace la Iglesia por medio de los pastores. "Sabed
que ninguna profecía de la
Escritura puede ser interpretada por cuenta propia, pues
ninguna profecía procede de la voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu
Santo, algunos hombres hablaron de parte de Dios" (2P 1,20-21).
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