Ésta es la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, y, como una epíclesis constante, la séptima semana de Pascua, en sus preces de Laudes y de Vísperas, ora suplicando el descenso del Espíritu y recuerda sus acciones salvadoras.
c) Convierte a la Iglesia en Templo vivo de
Dios
A
cada uno de nosotros, Dios nos ha convertido en templos de su Espíritu Santo;
la misma Iglesia, en cuanto tal, es la morada de Dios con los hombres, el
Templo de Dios vivo construido por piedras vivas: “para que, haciendo morada en
nosotros, nos convierta en templos de su gloria”[1].
El
Espíritu Santo, con sus gracias y carismas, edifica para el bien común,
aglutinando a los miembros de la
Iglesia en un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, donde el
Espíritu es su alma, y cada bautizado un miembro diferente del Cristo total:
“Concédenos vivir de tu Espíritu, para ser de verdad miembros vivos de tu
cuerpo”[2].
La Iglesia, por el Espíritu Santo,
saldrá de los cenáculos cerrados por medio a los judíos y de las sacristías,
subiendo a las azoteas y predicando en las plazas, evangelizando.
El Espíritu
rompe el miedo y la cerrazón, la timidez y la cobardía, para enviar a la Iglesia a la plaza pública,
a los nuevos areópagos: “envía tu Espíritu a la Iglesia, para que,
vivificada y rejuvenecida, comunique tu vida al mundo”[3].
El Espíritu Santo rejuvenece a la
Iglesia constantemente con la santidad de sus hijos, con sus
carismas y nuevas expresiones, con caminos espirituales renovados e iniciativas
de evangelización respondiendo a nuevas situaciones y a una nueva cultura.
d) Crea la unidad
El
pecado es la división, el odio y el enfrentamiento. Cada cual busca lo suyo,
amándose a sí mismo hasta el desprecio de Dios; pero el Espíritu Santo, que es la Caridad, engendra la
unión, el amor a Dios hasta el desprecio del mundo, rompiendo las barreras que
el pecado fabrica. “Concede a tu Iglesia, congregada por el Espíritu Santo,
dedicarse plenamente a tu servicio y vivir unida en el amor, según tu voluntad”[4].
Sólo la Iglesia
unida, ya que ella es “una”, da testimonio valiente y amoroso de Jesucristo. La
división de los cristianos es un gravísimo obstáculo que sólo el Espíritu puede
cerrar y cicatrizar.
Un Señor, una fe, un Bautismo: son las notas comunes para
que la unidad sea una realidad: un solo corazón y una sola alma, como describe
el libro de los Hechos, provocan el interrogante ante la belleza de la vida
cristiana. “Señor, Padre de todos los hombres, que quieres reunir en la
confesión de la única fe a tus hijos dispersos, ilumina a todos los hombres con
la gracia del Espíritu Santo”[5].
Y sólo el Espíritu Santo
podrá romper también las barreras entre los pueblos y los hombres, apuntando a
una nueva humanidad, al Reino de Dios que comienza a germinar.
Pentecostés es
la antítesis de Babel. “Envía a la
Iglesia el Espíritu de la unidad, para que desaparezcan todas
las disensiones, odios y divisiones”[6].
Qué alegría me da recordar cuando lo conocí D. Javier; y qué alegría poder seguir visitándolo.
ResponderEliminar¡¡Me alegro!! Tanto tiempo ya...!!!
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