lunes, 17 de mayo de 2021

"Bendito seas por siempre, Señor " (I) (Respuestas - XXIV)



1. Una vez preparados los dones eucarísticos sobre el altar, el sacerdote se acerca toma la patena en su mano y recita en secreto una breve fórmula dirigida a Dios. Lo mismo hace a continuación con el cáliz. Si lo cree oportuno, y no hay canto, puede recitarla en voz alta y los fieles responden: “Bendito seas por siempre, Señor”.

            Por tanto, lo habitual sería hacerlo en silencio y, de vez en cuando, en voz alta, respondiendo a la plegaria. Así lo describe el Misal:



“El sacerdote, en el altar, recibe o toma la patena con el pan, y con ambas manos la tiene un poco elevada sobre el altar, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.
…Vuelto al medio del altar, toma el cáliz con ambas manos, lo tiene un poco elevado, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios; y después coloca el cáliz sobre el corporal y, según las circunstancias, lo cubre con la palia.
Pero cuando no hay canto al ofertorio ni se toca el órgano, en la presentación del pan y del vino, está permitido al sacerdote decir en voz alta las fórmulas de bendición a las que el pueblo aclama: Bendito seas por siempre, Señor” (IGMR 141-142).



            2. ¡Bendito seas por siempre, Señor! Dios es bendito y el único Bueno (cf. Mc 10,18), Dios bendice a su pueblo y nos ha llamado a “heredar una bendición” (1P 3,9). Quien entra en el ámbito divino, recibe su bendición; quien se aparta de Él, busca la maldición, su propia perdición. Por eso Dios da a escoger entre dos caminos: “Mira: yo os propongo hoy bendición y maldición: la bendición, si escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, y os apartáis del camino que yo os mando hoy, yendo en pos de otros dioses que no conocéis” (Dt 11,26-28); “mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla… Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Dt 30,15-16.19).

            En las Escrituras, Dios es calificado de bendito, y así se le alaba en multitud de ocasiones: “Bendito sea Dios que vive eternamente y cuyo reino dura por los siglos” (Tb 13,1), “bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas; bendito por siempre su nombre glorioso” (Sal 71), “bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate” (Sal 143), “bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre” (Sal 112), “bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel, por los siglos de los siglos” (1Cron 29,10), “viva el Señor, bendita sea mi Roca” (Sal 17), “bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante” (Sal 27), “bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre” (Sal 40).

            El creyente dispone su alma para alabar a Dios: “bendice, alma mía al Señor” (Sal 102; 103), “bendeciré al Señor que me aconseja” (Sal 15), “bendice, alma mía al Señor, ¡Dios mío qué grande eres!” (Sal 103). Bendecir es alabar a Dios, proclamar un canto de alabanza, narrar sus maravillas: “contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré” (Sal 21), “cantaré eternamente tus misericordias, Señor” (Sal 88), “es bueno dar gracias al Señor… proclamar por la mañana tu misericordia” (Sal 91), “encarecen ellos tus temibles proezas y yo narro tus grandes acciones” (Sal 144).

            También el Nuevo Testamento conoce esta bendición y alaba así a Dios. El cántico de Zacarías, entonado por la Iglesia cada mañana en las Laudes, comienza: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo” (Lc 1,68). El Apóstol de las gentes, al trazar un himno que ensalza el plan salvador de Dios y la recapitulación en Cristo, comienza. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1,3).

            Cristo mismo bendice y alaba al Padre: “Yo te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra” (Mt 11,25), “te bendigo, Padre” (Lc 10,21). Pronuncia la bendición a Dios antes de la multiplicación de los panes y peces (cf. Mt 14,19).


            3. Si el pueblo santo bendice a Dios y lo alaba, es porque antes, primero, es Dios quien ha bendecido.

            Ya en la creación, Dios bendice al hombre, a Adán y Eva: “los bendijo Dios” (Gn 1,28) entregándoles la tierra: “creced, multiplicaos…” La bendición de Dios es signo de elección amorosa a los patriarcas, al pueblo entero de Israel: “el Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 28) y se implora su bendición: “el Señor tenga piedad y nos bendiga” (Sal 66), se le desea a los demás: “que el Señor te bendiga todos los días de tu vida” (Sal 127) y así bendice Aarón: “El Señor os bendiga y os guarde” (Nm 6,24).

            El plan de Dios, por Cristo, consiste en vivir su vida divina en el Cuerpo de su Hijo, ser alabanza de su gloria: “nos ha bendecido en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef 1,3). Esto se visibiliza en su Hijo, el Verbo encarnado, que incluso con sus gestos, bendice: “los bendecía imponiéndoles las manos” (Mc 10,16), “alzando sus manos, los bendijo” (Lc 24,50).

            El cristiano, en Cristo, ha sido “llamado para heredar una bendición” (1P 3,9), por eso el cristiano bendice y no maldice, extiende a todos la bendición de Dios, lleno de la caridad divina: “no devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición” (1P 3,8-9); como también san Pablo exhortará: “bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis” (Rm 12,14).

            Así, y por tanto, Dios nos bendice constantemente, y el hombre bendice a Dios, “dice bien de Dios”, glorificándole y reconociendo sus obras maravillosas.

            “La oración de bendición” es propia de la fe de la Iglesia: “La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición” (CAT 2626).

            Entonces, “bendecir” alabar a Dios y reconocer sus bendiciones constantes sobre nosotros: “Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias” (CAT 1078).

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