1. Una vez preparados los dones
eucarísticos sobre el altar, el sacerdote se acerca toma la patena en su mano y
recita en secreto una breve fórmula dirigida a Dios. Lo mismo hace a continuación
con el cáliz. Si lo cree oportuno, y no hay canto, puede recitarla en voz alta
y los fieles responden: “Bendito seas por siempre, Señor”.
Por
tanto, lo habitual sería hacerlo en silencio y, de vez en cuando, en voz alta,
respondiendo a la plegaria. Así lo describe el Misal:
“El sacerdote, en el altar, recibe o toma la patena con el pan, y con
ambas manos la tiene un poco elevada sobre el altar, diciendo en secreto: Bendito
seas, Señor, Dios. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.
…Vuelto al medio del altar, toma el cáliz con ambas manos, lo tiene un
poco elevado, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios; y después
coloca el cáliz sobre el corporal y, según las circunstancias, lo cubre con la
palia.
Pero cuando no hay canto al ofertorio ni se toca el órgano, en la
presentación del pan y del vino, está permitido al sacerdote decir en voz alta
las fórmulas de bendición a las que el pueblo aclama: Bendito seas por
siempre, Señor” (IGMR 141-142).
2.
¡Bendito seas por siempre, Señor! Dios es bendito y el único Bueno (cf. Mc 10,18),
Dios bendice a su pueblo y nos ha llamado a “heredar una bendición” (1P 3,9).
Quien entra en el ámbito divino, recibe su bendición; quien se aparta de Él,
busca la maldición, su propia perdición. Por eso Dios da a escoger entre dos
caminos: “Mira: yo os propongo hoy bendición y maldición: la bendición, si
escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy; la
maldición, si no escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, y os apartáis
del camino que yo os mando hoy, yendo en pos de otros dioses que no conocéis”
(Dt 11,26-28); “mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el
mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar
sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu
Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla… Pongo delante
de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que
vivas tú y tu descendencia” (Dt 30,15-16.19).
En
las Escrituras, Dios es calificado de bendito, y así se le alaba en multitud de
ocasiones: “Bendito sea Dios que vive eternamente y cuyo reino dura por los
siglos” (Tb 13,1), “bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace
maravillas; bendito por siempre su nombre glorioso” (Sal 71), “bendito el
Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate” (Sal 143), “bendito sea
el nombre del Señor, ahora y por siempre” (Sal 112), “bendito eres, Señor, Dios
de nuestro padre Israel, por los siglos de los siglos” (1Cron 29,10), “viva el
Señor, bendita sea mi Roca” (Sal 17), “bendito el Señor, que escuchó mi voz
suplicante” (Sal 27), “bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre”
(Sal 40).
El
creyente dispone su alma para alabar a Dios: “bendice, alma mía al Señor” (Sal
102; 103), “bendeciré al Señor que me aconseja” (Sal 15), “bendice, alma mía al
Señor, ¡Dios mío qué grande eres!” (Sal 103). Bendecir es alabar a Dios,
proclamar un canto de alabanza, narrar sus maravillas: “contaré tu fama a mis
hermanos, en medio de la asamblea te alabaré” (Sal 21), “cantaré eternamente
tus misericordias, Señor” (Sal 88), “es bueno dar gracias al Señor… proclamar
por la mañana tu misericordia” (Sal 91), “encarecen ellos tus temibles proezas
y yo narro tus grandes acciones” (Sal 144).
También
el Nuevo Testamento conoce esta bendición y alaba así a Dios. El cántico de
Zacarías, entonado por la
Iglesia cada mañana en las Laudes, comienza: “Bendito sea el
Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo” (Lc 1,68). El
Apóstol de las gentes, al trazar un himno que ensalza el plan salvador de Dios
y la recapitulación en Cristo, comienza. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo” (Ef 1,3).
Cristo
mismo bendice y alaba al Padre: “Yo te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra”
(Mt 11,25), “te bendigo, Padre” (Lc 10,21). Pronuncia la bendición a Dios antes
de la multiplicación de los panes y peces (cf. Mt 14,19).
3.
Si el pueblo santo bendice a Dios y lo alaba, es porque antes, primero, es Dios
quien ha bendecido.
Ya
en la creación, Dios bendice al hombre, a Adán y Eva: “los bendijo Dios” (Gn
1,28) entregándoles la tierra: “creced, multiplicaos…” La bendición de Dios es
signo de elección amorosa a los patriarcas, al pueblo entero de Israel: “el
Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 28) y se implora su bendición: “el
Señor tenga piedad y nos bendiga” (Sal 66), se le desea a los demás: “que el
Señor te bendiga todos los días de tu vida” (Sal 127) y así bendice Aarón: “El
Señor os bendiga y os guarde” (Nm 6,24).
El
plan de Dios, por Cristo, consiste en vivir su vida divina en el Cuerpo de su
Hijo, ser alabanza de su gloria: “nos ha bendecido en la persona de Cristo, con
toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef 1,3). Esto se visibiliza
en su Hijo, el Verbo encarnado, que incluso con sus gestos, bendice: “los
bendecía imponiéndoles las manos” (Mc 10,16), “alzando sus manos, los bendijo”
(Lc 24,50).
El
cristiano, en Cristo, ha sido “llamado para heredar una bendición” (1P 3,9),
por eso el cristiano bendice y no maldice, extiende a todos la bendición de
Dios, lleno de la caridad divina: “no devolváis mal por mal o insulto por
insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis
sido llamados: para heredar una bendición” (1P 3,8-9); como también san Pablo
exhortará: “bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis” (Rm
12,14).
Así,
y por tanto, Dios nos bendice constantemente, y el hombre bendice a Dios, “dice
bien de Dios”, glorificándole y reconociendo sus obras maravillosas.
“La
oración de bendición” es propia de la fe de la Iglesia: “La bendición
expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios
con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se
unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios:
porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que
es la fuente de toda bendición” (CAT 2626).
Entonces,
“bendecir” alabar a Dios y reconocer sus bendiciones constantes sobre nosotros:
“Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su
bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia").
Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su
Creador en la acción de gracias” (CAT 1078).
No hay comentarios:
Publicar un comentario