lunes, 31 de mayo de 2021

La invocación y memorial de la plegaria "Emitte"

Recordemos el texto de la plegaria de bendición del óleo de enfermos, bella, teológica, y sigamos con el inicio (nuevo) de esta plegaria: la invocación y la anámnesis o memorial, donde se recuerdan las acciones de Dios en favor de su pueblo.





Señor Dios, Padre de todo consuelo,
                       que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo:
escucha con amor la oración de nuestra fe
y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor sobre este óleo.

Tú que has hecho que el leño verde del olivo
produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo,
enriquece con tu bendición + este óleo,
para que cuantos sean ungidos con él
sientan en el cuerpo y en el alma
tu divina protección
y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores.

Que por tu acción, Señor,
este aceite sea para nosotros óleo santo,
en nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.





            2.2. Dios cura por medio de su Hijo

            Después de la aposición inicial, “Padre de todo consuelo”, una oración de relativo completa el memorial declarando que “has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo”, aspecto bajo el cual se muestra a Cristo como médico.

            En la Escritura, Dios mismo aparece como médico como una imagen apropiada para explicar su actuar en favor de los hombres, en favor de su pueblo Israel. Afirma Ex 15,26: “Si escuchas realmente la voz del Señor, tu Dios… no te inflingiré ninguna de las enfermedades que envié contra Egipto, porque yo, el Señor, soy el que te da la salud”, y en el mismo sentido Dt 32,39: “Yo doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo curo”. Caso especial y revelador, el libro de Tobías y la intervención del arcángel Rafael, cuyo nombre hebreo significa “Medicina de Dios”: “Dios también me envió para curarte a ti y a tu nuera Sara” (Tb 12,14).


            En el NT Cristo aparece como verdadero y auténtico Médico de la humanidad. En Él se cumplen los oráculos proféticos, tal como recoge el evangelista Mateo después de un largo día de curaciones: “curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: "Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades" (8,16-17, citando a Is 53,4). La acción taumatúrgica de Jesús es muy amplia y variada en su vida terrenal: “curó a los enfermos”(Mt 14,14), “Jesús curó mucha gente de sus enfermedades”(Lc 7,21); curaciones que muchas veces son narradas con detenimiento en los evangelios: el paralítico (Mc 2,1-12), la hemorroísa (Lc 8,43ss), el leproso (Mc 1,40-45), el ciego del camino  (Mc 10, 46-52), el ciego de nacimiento (Jn 9), etc.

Pero sobre todo tiene especial valor la misma declaración que hace Jesús de sí mismo para definir su misión salvadora: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12), presentándose de esta manera como médico: “Hay que afirmar que la actividad curativa y sanante de Jesús se orienta a la culminación de su ministerio en la cruz. Su muerte en cruz es reconciliación y a la vez contestación de todo sufrimiento inútil. Es victoria sobre el pecado y el mal”[1].

            La Tradición recurrió a la imagen de Cristo Médico para concentrar así la acción salvadora y redentora de Cristo que incluye el cuerpo y el alma: ¿o no es la mayor prueba de salud/salvación que el destino final es no sólo la inmortalidad del alma, sino la glorificación del propio cuerpo con la resurrección?

            El lenguaje patrístico ejerció su influjo en la reflexión teológica sobre los sacramentos y, qué duda cabe, en la elaboración de los textos eucológicos en el transcurso de los siglos. Cristo Jesús es “médico de los cuerpos y de las almas” (cf. Tertuliano, Apolog., 23,6-7). “Hay un solo médico, carnal y espiritual, creado e increado, Dios hecho carne, vida verdadera en la muerte, [nacido] de María y de Dios, primero pasible y, luego, impasible, Jesucristo nuestro Señor”[2]. Pero “no curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua” (CAT 1505). “Vino el Salvador al género humano y a nadie halló sano. Por eso vino como excelente Médico” (S. Agustín, Serm., 155,10). Y también: “Sanarás de todas tu enfermedades. –Pero es que son muy grandes, me dices. –Pues mayor es el Médico. Para el Médico omnipotente no hay enfermedad incurable; únicamente ponte en sus manos, déjate curar por Él” (S. Agustín, Enar. In Ps., 102,5).

            Lo que en otro tiempo, en su existencia terrena, obró en algunos enfermos, ahora, por su Misterio pascual, abarca a todos. Ahora, brinda la salvación sin límite alguno. Ahora, para todo hombre, para la entera humanidad, se ha manifestado el poder salvador y curativo de nuestro Redentor por su pasión, por su Cruz y Resurrección.

            La interpretación cristológica de la parábola del buen samaritano, sumada a la consideración de Cristo-Médico, arroja luz clara sobre el misterio de la sanación de los hombres, de la unción y del óleo realizada por Cristo en los sacramentos, como canta un prefacio de reciente creación[3]. Esta parábola del evangelio de san Lucas cobra su sensus plenior cuando se la interpreta cristológicamente, cuando se ve en el buen samaritano una imagen, una figura, del mismo Salvador nuestro que cura las heridas de quien se encuentra caído y herido por los salteadores: la humanidad entera. “Y vendó sus heridas untándolas con aceite y vino. Este médico tiene infinidad de remedios, mediante los cuales lleva a cabo, de ordinario, sus curaciones. Medicamento es su palabra; ésta, unas veces, venda las heridas cuando expresa un mandato de una dificultad más que regular; suaviza perdonando los pecados, y actúa como el vino anunciando el juicio” (S. Ambrosio, Exp. In Lc., 7, 75). La misericordia mueve a Cristo, la compasión dirige su alma. Ve la postración de la humanidad, asaltada por bandidos y enemigos, y su misericordia le hace ponerse en camino para rescatar a la humanidad. “Pasando el buen Samaritano por allí, se compadeció, nos curó las heridas, nos levantó y sentó en su carne; y después nos llevó al mesón de la Iglesia, poniéndonos al cuidado del hostelero, conviene a saber, de los apóstoles” (S. Agustín, Enar. In Ps., 125,15).

            Su misericordia curó nuestras heridas. Vino y aceite: abundancia, bendición, Eucaristía, unción y Espíritu. El vino de su sangre derramada y entregada hoy en la Eucaristía; el aceite de las unciones sacramentales, el bálsamo del Espíritu Santo derramándose en el alma, impregnando de su Gracia.

            Los textos litúrgicos también invocan a Cristo como médico o con algún giro semántico para expresarlo. Una breve reseña será suficiente para comprobarlo.

            El ritual de la Unción propone, cuando un presbítero ha de bendecir el Óleo propone ad libitum una triple invocación a cada persona de la Trinidad con una oración conclusiva. En la invocación referida a Cristo, dirá el rito: “Bendito seas, Dios, Hijo unigénito, que te has rebajado haciéndote hombre como nosotros, para curar nuestras enfermedades” (RU 141), y a Cristo se le atribuye la curación del cuerpo y del alma: “Te rogamos, Redentor nuestro, que por la gracia del Espíritu Santo, cures el dolor de este enfermo, sanes sus heridas, cures el dolor de este enfermo, sanes sus heridas, perdones sus pecados, ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y le devuelvas la salud espiritual y corporal” (RU 144).
           
            La Liturgia de las Horas, en las preces de Laudes y Vísperas, atribuye a Cristo la cualidad de médico capaz de sanar el cuerpo y el alma: “Tú, Señor, que eres el médico de los cuerpos y de las almas, sana las dolencias de nuestro espíritu, para que crezcamos cada día en santidad”[4]; “Tú que exaltado en la cruz quisiste ser atravesado por la lanza del soldado, sana nuestras heridas”[5]; “A ti, que eres el médico de las almas y de los cuerpos, te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad”[6].

            Varios ejemplos hallamos, asimismo, en nuestro rito hispano-mozárabe: “aunque heridos por nuestras culpas, no nos veamos privados de tu gracia; Tú eres el médico, nosotros los enfermos; Tú eres misericordioso, nosotros necesitados de misericordia; por tanto, ya que no te escondemos nuestras heridas, devuélvenos la salud por este sacrificio que nos reconcilia contigo”[7], “Él [Jesucristo], la salud de los que viven”[8].



[1] BOROBIO, D., Sacramentos y sanación. Dimensión curativa de la liturgia cristiana, Salamanca 2008, p. 24.
[2] S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Ephes., 7,2; FPa 1, Madrid 1991, p.111.
[3] “Jesús, nuestro Redentor. Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio común VIII).
[4] Preces Laudes Domingo I Cuaresma.
[5] Preces Laudes Viernes II Cuaresma.
[6] Preces I Vísperas Domingo III semana del Salterio.
[7] Post-Pridie, Domingo II de Cotidiano.
[8] Post-Sanctus, Domingo II de Cotidiano.



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