viernes, 14 de mayo de 2021

Celebración dominical sin sacerdote

Las celebraciones dominicales a la espera de sacerdote (o como se las llamaba: "en ausencia de presbítero") proliferan por pura necesidad.


Son un sustituto y deben tener sus límites y muy claro lo que se puede y no se puede hacer. Pero sobre todo, son una reflexión para valorar mucho más el ministerio sacerdotal y el sacramento de la Eucaristía -bien celebrado-. Cuando no se tienen estos dos sacramentos en un comunidad o parroquia, hay algo que falta y que es imprescindible para la vida misma de la Iglesia.



Lo anormal en la vida de la Iglesia, y que oscurece su apostolicidad, es la multitud de asambleas que en domingo no pueden celebrar la Eucaristía. Es una situación dolorosa que deja a la Iglesia local incompleta sin su Eucaristía dominical:

            Cuando por escasez de sacerdotes, se confía a fieles no ordenados una participación en el cuidado pastoral de una parroquia, estos han de tener presente que, como enseña el Concilio Vaticano II, “no se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la Sagrada Eucaristía” (PO 6). Por tanto, considerarán como cometido suyo el mantener viva en la comunidad una verdadera “hambre” de la Eucaristía, que lleve a no perder ocasión alguna de tener la celebración de la Misa, incluso aprovechando la presencia ocasional de un sacerdote que no esté impedido por el derecho de la Iglesia para celebrarla (EE 33).



            Será iluminador –y aún doloroso- recordar la prioridad pastoral que traza la carta Novo Millennio ineunte, de Juan Pablo II, sobre la Eucaristía dominical, y su insistencia –profunda- en diversos documentos. NMI señala:

            Es preciso insistir dando un realce particular a la eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor Resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana (NMI 35).


Por tanto, quisiera insistir en la línea de la exhortación Dies Domini, para que la participación de la Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del domingo. Es un deber irrenunciable, que se ha de vivir  no sólo para cumplir un precepto sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente... 
La Eucaristía dominical, congregando semanalmente a los cristianos como familia de Dios en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión. Es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente. Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad (NMI 36).

La situación anormal, y muy difundida, es la de las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero, tanto dirigida por religiosas como por grupo de seglares. Es, simplemente, una espera de la Eucaristía para otro domingo, por muchos cantos y moniciones que se hagan e incluso se reparta la comunión. La Iglesia sin Eucaristía está incompleta y esto es sólo un remiendo pastoral. 

La Iglesia deja claro su sentido y sus límites, que no pueden convertirse en norma general ni llevar a confusión a los fieles pensando que ya han cumplido el precepto dominical -¿no será que no saben distinguir la Eucaristía por la forma anodina, rápida y rutinaria con que la Eucaristía, especialmente la plegaria eucarística es recitada, ni siquiera cantando lo propio de la asamblea?-

El Directorio para las celebraciones dominicales en ausencia del presbítero, deja sentados claramente los principios:

           
Es necesario que los fieles perciban con claridad que estas celebraciones tienen carácter de suplencia y no pueden considerarse como la mejor solución de las dificultades nuevas o una concesión hecha a la comodidad (nº 21).

Evítese con cuidado la confusión entre las reuniones de este género y la celebración eucarística. Estas reuniones no deben suprimir sino aumentar en los fieles, el deseo de participar en la celebración eucarística y preparando mejor para frecuentarla (nº 22).

Los fieles han de comprender que no es posible la celebración del sacrificio eucarístico sin el sacerdote y que la comunión eucarística, que pueden recibir en estas reuniones, está íntimamente unida al sacrificio de la misa. Por este motivo, se puede mostrar a los fieles lo necesario que es rogar para que “los dispensadores de los misterios [de Dios] sean cada vez más numerosos y perseveren siempre en su amor (nº 23).


            ¡Está en juego la Eucaristía, su apostolicidad, la santificación del domingo, la identidad misma de la Iglesia! Por eso el mismo directorio señala (y hagámoslo nuestro): 


“[En la oración de los fieles] no se omitan las intenciones por toda la diócesis, que el Obispo proponga eventualmente. Asimismo, propónganse con frecuencia la intención por las vocaciones al orden sagrado, por el obispo y por el párroco” (nº 44).


No hay homilía como tal, sino silencio después de la lectura del Evangelio -o lectura de una homilía escrita por el párroco o el Obispo-; no se ocupa en ningún caso la sede, sino se hace discretamente y a ser posible en las gradas del presbiterio, acercándose al altar únicamente para depositar el Santísimo en el altar, rezar el Padrenuestro y distribuir la sagrada comunión.

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