3. Las peticiones
Diversos
temas recurrentes, es decir, que vuelven a aparecer con distinta modulación, se
presentan en las preces de Laudes ofreciendo una tonalidad espiritual muy
concreta y determinada. Y como “lex orandi, lex credendi”, las preces de Laudes
educan nuestra fe al darnos un contenido doctrinal amplio, bello, sobre la
venida de Cristo. Estas preces, siempre, son manantial de espiritualidad, de
espíritu cristiano, y de teología hecha oración.
3.1. ¡Preparados!
El
tiempo de Adviento viene caracterizado por su vigilancia. “Estad en vela” (Mt 24,42), “estad
preparados” (Mt 24,44). Toca aguardar en vela durante el tiempo presente,
dispuestos para que, cuando menos lo esperemos, oigamos la voz avisadora: “Llega el esposo, salid a recibirlo” (Mt
25,6).
A
Dios suplicamos cada jornada que “venga su reino”, e igualmente suplicamos que
Él nos prepare a la venida de su Hijo o rogamos estar preparados, siempre,
desde ya. “Haz, Señor, que estemos preparados el día de la manifestación
gloriosa de tu Hijo” (Dom I).
Despiertos,
como hijos de la luz, abandonamos las obras de las tinieblas porque nuestra
salvación está más cerca que cuando empezamos a creer (cf. Rm 13,11s); la fe se
vuelve activa, diligente, vigilante: “Oh Luz indestructible que vienes a
iluminar nuestras tinieblas, despierta nuestra fe aletargada” (Lunes I).
“¿Quién podrá resistir en pie el día de su
venida?”, preguntaba el profeta Malaquías (cf. 3,2); esta pregunta la
liturgia la convierte en plegaria: “Cuando vengas en una nube con gran poder y
gloria, haz que nos podamos mantener en pie delante de ti” (Mierc I).
Preparados y vigilantes, despiertos y esperanzados, estamos de pie aguantando,
firmes en la fe y en la esperanza, nunca vacilantes o dubitativos: “Haz que nos
mantengamos firmes, Dios de clemencia, hasta el día de la manifestación de
nuestro Señor Jesucristo” (Sab I).
3.2. La esperanza cumplida
El
Evangelio de Cristo y sus promesas jamás se limitan al presente, ni al
moralismo grandilocuente de ideas, valores y compromisos, sino que miran al
futuro final de la historia, del mundo y de la creación, cuando todo sea sometido
por Cristo, Señor y Juez, volviendo glorioso. Ahí todo será renovado; los
muertos resucitarán; se convocará el Juicio definitivo; entonces Dios se lo
será todo en todos (cf. 1Co 15,28).
Son
perspectivas de eternidad y de plenitud, por lo que el corazón se ensancha y
espera su cumplimiento, mientras crece la esperanza. Las verdades escatológicas
se vuelven súplica.
Cristo
es Aquel que todo lo hace nuevo (cf. Ap 21,5) y si la creación entera gime toda
ella con dolores de parto aguardando (cf. Rm 8,22) es porque todo será
transformado: ¡cielos nuevos y tierra nueva!, una creación nueva, revestida de la Gloria del Señor sin el
desorden que el pecado introdujo: “Ven a crear la nueva tierra que anhelamos,
en la que habite la justicia y la paz” (Lunes I).
Todas
las naciones subirán al monte del Señor y, convocadas y en paz, Dios será el
árbitro de las naciones y el juez de pueblos numerosos, convirtiéndose las
espadas en arados y las lanzas en podaderas (cf. Is 2,1-5). Cristo se sentará a
juzgar a las naciones (cf. Mt 25,32). La verdadera paz, el orden y el concierto
de las naciones son fruto y don de la paz mesiánica. Ya, con esperanza,
queremos que empiece a realizarse esa paz mesiánica: “destruye los muros del
odio que divide a las naciones y allana los caminos de la concordia entre los
hombres” (Mart I); porque Cristo es “Rey de la paz, que de las espadas forjas
arados, y de las lanzas, podaderas” (Mierc I).
El
Señor reinará con justicia, juzgará con rectitud. Él realizará el
discernimiento último de cada hombre y de su vida, como también de toda la
historia de la humanidad. Será un juicio de misericordia y de verdad revelada.
“Tú que no juzgas por apariencias, discierne quiénes son los que realmente te
pertenecen” (Mierc I); “Tú que reconciliaste al mundo con Dios en tu primera
venida, absuélvenos de toda condenación cuando vengas como juez” (Vier II).
Y
se ruega con confianza: “Tú que vendrás con gloria para juzgar a tu pueblo,
muestra en nosotros tu poder salvador” (Dom II), esperando que ahora mismo, en
este tiempo, tienda la mano a los pecadores con misericordia y bondad: “Tú que
cuando vengas al final de los tiempos aparecerás glorioso ante tus elegidos, al
venir ahora muéstrate clemente y compasivo con los pecadores” (Mierc II).
La
larga espera de los hijos de la
Iglesia, aguardando la plenitud y acabamiento de la historia
con la venida de Jesucristo, Señor, se sostiene con la esperanza. Es la
esperanza seguridad y prenda, sustancia, de lo que no vemos y sin embargo se
nos ha prometido: “Tú que estás más cerca de nosotros que nosotros mismos,
fortalece nuestros corazones con la esperanza de salvación” (Juev I).
Necesitamos la esperanza, nada más necesario que su esperanza: “cólmanos de
alegría y paz en nuestra fe, para que rebosemos de esperanza por la fuerza del
Espíritu Santo” (Vier I).
Con
la venida de Cristo en gloria, tan deseada, se instaurará el Reino de Dios,
“pena y aflicción se alejarán” (Is 35,10); “el
pecado y la muerte” serán puestos como estrado de sus pies (cf. 1Co
15,25s), sometidos al que tiene la energía para sometérselo todo (cf. Flp
3,21). Como nuestra meta el Reino, somos ciudadanos del cielo (cf. Flp 3,20) y
aquí no tenemos ciudad permanente (cf. Hb 13,14), rogamos ser conducidos al
Reino: “Tú que llamas y santificas a los que eliges, llévanos a nosotros,
pecadores, a tu felicidad y corónanos en tu reino” (Vier I), porque sabemos que
“si perseveramos, reinaremos con él”
(2Tm 2,12), y seremos coherederos de su gloria.
¿Cómo añadir algo que no sea Amén, amén?
ResponderEliminarBellísima entrada en el día que la Iglesia celebra la vida de san Juan de la Cruz. Se la pienso leer a todo aquel que vuelva a poner cara de asombro cuando señalo la enorme transcendencia que tiene para mi la Navidad.
Danos una vida de rodillas
ante el misterio,
una visión de este mundo de muerte
y una esperanza de cielo
Larga espera de AQUEL que es presente permanente. Alegre espera de AQUEL para QUIEN somos imprescindibles. Es un misterio constante que sostiene lleno de AMOR. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
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